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Evópoli: la evolución política que no fue Opinión

Evópoli: la evolución política que no fue

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Pronto viene la elección de directiva en Evópoli. Una oportunidad para que exista discusión respecto a qué es eso de ser “evolucionados respecto del resto” y qué oferta le quieren hacer a la ciudadanía en los procesos que vienen por delante. ¿Podrán conectar con una sociedad que cambió de manera radical en el último año y que, de seguro, será muy distinto en la nueva realidad pospandemia? Aunque también pueden optar por el dogmatismo o ser un partido de nicho, aunque se reduzcan, como lo planteó Longueira en la UDI. Y, claro, reflexionar también –aunque sea solo por un momento– sobre los costos que tiene la soberbia intelectual al actuar en política.


Evopoli nació como partido hace cinco años, con la promesa de renovar la política “tradicional”. Sus fundadores, señalaron que no estaban cómodos respecto a cómo sus hoy aliados en Chile Vamos ejercían la política. Su declaración de principios no se diferenciaba mucho de otras colectividades que han surgido con la misma idea: modernizar la forma de hacer las cosas, incorporar los nuevos temas relevantes para la sociedad –como la sustentabilidad– y, especialmente, dejar atrás el dogmatismo clásico, en este caso de la derecha. Antes fue el PPD y hace poco el Frente Amplio. Todos han sucumbido de igual forma; sin embargo, lo de Evópoli es patético. Sin presidente, votando contra la voluntad de la gente desesperada, con ministros cuestionados y, ahora, dándose una voltereta para votar «Rechazo».

Dos hechos permiten entender la debacle del partido que sustenta hoy al Gobierno, pese a ser una colectividad tan pequeña. En primer lugar, se constituyó, como muchos otros movimientos en Chile, con un grupo de elite, como Kast, Cruz-Coke, Undurraga y Larraín. Compañeros de colegio en el Saint George o Verbo Divino, amigos en Cachagua y Pucón. Y aunque al comienzo la gente más liberal pudo enganchar con su relato, con el correr de estos dos años, se demostró que su pecado original los alejó de los temas reales de la sociedad chilena, pero en particular de la clase media y los grupos más vulnerables. En segundo lugar, está pagando los costos de la soberbia y la autopercepción de superioridad moral e intelectual ante sus socios.

Evópoli hoy no tiene ninguna diferencia con los partidos “tradicionales”. Menos aún con la UDI o RN. Las mismas prácticas, las mismas mañas. En la votación del proyecto del retiro del 10%, este partido liberal actuó con mucho más dogmatismo que sus socios. Fueron los únicos en que todos sus parlamentarios rechazaron la iniciativa –que terminó con un histórico respaldo de 116 diputados, incluidos 35 del oficialismo–.

Sin embargo, los últimos meses dejaron en evidencia que, además de parecer un partido desgastado y agotado en su relato, tiene dirigentes con escasas habilidades de manejo político, como lo demostraron Gonzalo Blumel e Ignacio Briones –un exacadémico al que se le notó su falta de experiencia– las semanas anteriores. Pero el papelón de la renuncia de Hernán Larraín Matte fue la mejor expresión de la ingenuidad y autopercepción de superioridad intelectual de sus líderes.

Larraín Matte no solo mostró un nivel de candidez curiosa para ser presidente de un partido, sino qué además actuó de manera irresponsable, siendo conductor de una colectividad que apoya al Gobierno. Su decisión –bastante colegial, por lo demás– se convirtió en otro golpe mortal para Sebastián Piñera, en un momento de mucha debilidad.

El Mandatario ha vuelto a revivir los fantasmas del 18/0, pese a que en un momento se llegó a convencer que el manejo de la pandemia le daría una segunda oportunidad, luego del pésimo manejo de la crisis del estallido social. Sin embargo, el ambiente está cada vez más pareciéndose al último trimestre del año pasado, a lo que sumamos sus múltiples errores en la elección de ministros, y los fracasos recurrentes en la discusión legislativa. El golpe de Larraín debe haber sido muy mal leído por La Moneda

Volvamos a la renuncia del timonel de Evópoli. Esta se dio en un contexto en que Larraín Matte invitó a sus pares de RN, Mario Desbordes, y de la UDI, Jacqueline Van Rysselberghe, a abandonar sus cargos para dar una señal de cambio. Dos políticos de alto tonelaje, que por supuesto le respondieron que no estaban disponibles. Sin embargo, al abogado, actor y exproductor de la exitosa Fábula, no le bastó el rechazo de los otros presidentes, sino que un par de días después envió una carta con su renuncia e insistiendo en que ese era el camino que debían seguir los otros –perdón, siempre olvido al PRI…–. Desbordes ironizó con que en estos momentos era cuando se probaba a los líderes, y Van Rysselberghe fue más allá y le mandó un mensaje directo al fundador de Horizontal, señalando que mejor ordenaran el partido y después podían volver a conversar.

Luego de la derrota estrepitosa del Gobierno en el Congreso, y cuando ya se especula que al menos Blumel saldría del gabinete –un alivio para él a estas alturas– y después de los dardos que ha recibido Briones desde el propio oficialismo, faltaba el broche de oro del partido que terminó desdibujándose en relación con su propósito y su oferta de “evolucionar en política” –una ironía de la historia–. Repentinamente, sus diputados –Molina, Undurraga y Cruz-Coke–, que originalmente habían afirmado que votarían por aprobar en el plebiscito, ahora anunciaron que votarán Rechazo. Además de no entender a la clase media con el 10%, ahora sí terminaron por abandonar la sintonía fina con una sociedad que mayoritariamente ha expresado lo contrario. La elite versus la gente.

Además de ser otra decepción de nuestra cada vez más alicaída política, Evópoli está terminando como otro experimento que dibuja el país desde la cota mil y que luego termina convirtiéndose en lo mismo que les criticaba a otros. Pero falta aún la vuelta de mano de sus pares en Chile Vamos, los que han tenido una tensa relación con dicho partido. Este, que hoy dirige Andrés Molina, ha estado en la mira de la UDI y RN desde hace un buen rato. De hecho, el mismo diputado estuvo involucrado en un conflicto –del que nunca más se supo nada– con el exdiputado UDI Gustavo Hasbún y que le costó la renuncia al gremialismo a Lucas Palacios. Ahí sí van a necesitar un nivel de madurez como partido y dirigentes a los que amarrarse, o tirar el mantel no les va a servir de mucho.

Pronto viene la elección de directiva en Evópoli. Una oportunidad para que exista discusión respecto a qué es eso de ser “evolucionados respecto del resto” y qué oferta le quieren hacer a la ciudadanía en los procesos que vienen por delante. ¿Podrán conectar con una sociedad que cambió de manera radical en el último año y que, de seguro, será muy distinto en la nueva realidad pospandemia? Aunque también pueden optar por el dogmatismo o ser un partido de nicho, aunque se reduzcan, como lo planteó Longueira en la UDI. Y, claro, reflexionar también –aunque sea solo por un momento– sobre los costos que tiene la soberbia intelectual al actuar en política.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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