El 10 de octubre fue el Día de la Salud Mental y el viernes 9 conocimos a William, quien en 2016 ya ganó el concurso literario “Vuelen, plumas”, que organiza Hogar de Cristo para estimular la creatividad e inclusión de quienes tienen discapacidad síquica o intelectual. Este año, con la pandemia como tema, clasificó con cuatro obras que son parte de una vida que parece novela.
William tiene esquizofrenia, y su polola, un trastorno bipolar. “Por eso la visito solo cuando está en fase maníaca. Se llama Ximena con equis y en todos los años que llevamos juntos desde el 2000 ha tratado de embaucarme con el matrimonio, pero me he resistido”.
William Ortiz Morales (52) habla como escribe. Con una naturalidad precisa y preciosa, por eso mismo: porque es como es. No les teme a las palabras ni a la verdad. A veces es gracioso, sin pretenderlo. O profundamente irónico. Los dos relatos –microrrelatos, los llama– y el par de versos que envió a la sexta edición del concurso “Vuelen, Plumas”, que busca estimular la creatividad y con ello la inclusión de personas con discapacidad mental, quedaron todos clasificados entre los finalistas, tras la selección hecha por académicos y estudiantes de literatura de la Universidad Alberto Hurtado. Hubo juicios admirativos respecto de la calidad de su trabajo, lo que se condice con que William fue el ganador de “Vuelen, Plumas” el año 2016, dato con el que nos sorprende. Lo hizo con el siguiente relato:
“Tengo amigas con distintos beneficios. Tengo una amiga para sustituir una amante que no tengo. Tengo una amiga psicóloga porque es muy buena consejera. Tengo una amiga secreta que no conoceré jamás. Tengo una amiga doctora en listas de espera. Tengo tres amigas abogadas, una para demandar, otra para defenderme de las que me demandan y una que me tramita y me tramita su amor. Pero la más importante de todas es una amiga psiquiatra que vela por mi locura y que me dice que sólo tengo amigas imaginarias, incluida ella”.
Ese relato y varios otros son parte de Microcuentos atravesados, un microlibro autogestionado, que presentó en febrero pasado en el Café Literario de Cerrillos. “Me cobraron 700 pesos por la impresión y lo vendo en 2 mil pesos. ¿Ganancia? Mil 300 pesos. Siempre lo ofrezco a los pasajeros del taxi colectivo en que voy y vuelvo desde y hacia mi casa y me lo compran. Por aquí y por allá he vendido 90. Me quedan 10, imprimí 100”, cuenta este hombre de lógica aplastante e historias que darían para escribir la gran novela de Chile.
Algunos datos solo para hacerse una idea: nació en 1968 en un campamento, “donde pasábamos mucha hambre”, en un día que marca el nacimiento de él, de Valeska, su única hermana, y de su difunto padre: martes 13. Luego se trasladaron a la casa de una población en Cerrillos construida en los años 50 por la empresa Desco, donde su abuelo era obrero e “hizo todas las veredas”. Desde entonces vive en ella, ahora compartiendo la vivienda familiar con Carmen, su mamá viuda, que tiene una cocinería en La Vega Chica de Santiago y es la protagonista de su microrrelato “Colapso”, seleccionado en «Vuelen, Plumas» 2020. Leemos:
“A mi mamá, la pandemia la colapsó. Tiene 71 años y ha trabajado más de la mitad de su vida en La Vega de Mapocho, estuvo rallando la papa desde el mediodía del sábado. Se hizo un jurel frito de la canasta del gobierno, quedó más malo que la cresta e igual se lo comió; en vez de alcohol en las manos se puso endulzante; y trató de cargar el control remoto en vez del celular”.
Así parte.
Carmen, su madre, ha sufrido con las vicisitudes de William. Las peores tienen que ver con su milagrosa sobrevivencia a la horrible Operación Albania, también conocida como Matanza de Corpus Christi, un montaje de la CNI, en dos puntos de Santiago en 1987, después del atentado a Pinochet, que fue una masacre a 12 miembros del FPMR, que entonces se presentó públicamente como un enfrentamiento.
“Yo tenía 19 años, había egresado de cuarto medio, era del Frente, antes había estado en la Jota, en plena dictadura, era muy arriesgado. Yo estaba en la casa de la calle Varas Mena, en San Miguel, cuando empezó el ataque y logré escapar por el techo. Fue después de eso, en las casas de seguridad donde estuve escondido, que descubrí que a la gente le gustaban mis cuentos. Ahí lo único que hacía era escribir y los compañeros me celebraban cuando les leía mis cuentos. Desde chico, soñé con ser escritor. Finalmente, los del Frente me sacaron del país. Estuve en Buenos Aires y después en La Habana, Cuba, entre 1988 y 1992, tiempo en que escribí mucho, sobre todo cartas de amor a una pareja que tenía entonces. Estaban buenas, pero cuando volví y terminamos se las pedí de vuelta y las quemé todas”.
William tiene una pensión vitalicia. “No por mi problema mental; fue otorgada por las investigaciones de la Comisión Valech, que compensó así a los perseguidos políticos, como yo. Son como 200 lucas mensuales con las que me doy vuelta. A eso agrega lo que gano como asesor jurídico independiente, claro que ahí solo recibo la mitad de lo que cobramos con mis amigas, por eso quiero terminar mi carrera de Derecho, que dejé inconclusa, después de 7 años de estudios en la escuela de Pío Nono, cuando el año 2000 me diagnosticaron esquizofrenia. Desde entonces trabajo en esto, en la medida que se puede, con amigas que ya están tituladas. Me gustan el Derecho de Familia y el Laboral. Lo que me desagrada es el abuso de menores, el meterse en casos penales”.
Otra feroz vicisitud de William fue su dependencia de las drogas, en las que, afirma, “caí por malas influencias de amigos, básicamente. Me convidaron y así partió todo el atado, me hice adicto de manera inmediata. A algunas personas nos pasa eso, nos hacen más daño que a otros”.
-¿Cómo lograste dejar las drogas?
-Me internaron en el psiquiátrico de Avenida La Paz. Yo estaba acostumbrado a ir a los psiquiátricos, pero la experiencia con la droga es distinta. Estuve tres meses en rehabilitación. Ahora tomo mis medicamentos a diario. Me medico sagradamente en la noche, lo que me hace dormir hasta las diez de la mañana del día siguiente. Y así me pasa la vida, entre comillas, “normal”. Voy con regularidad al Hospital Siquiátrico, donde me atienden y mi psiquiatra actual, una doctora, me compró mi libro. Pienso que si no tuviera esta enfermedad, no habría escrito el microrrelato “Mis Amigas”, porque es ficción pero es también parte de mis vivencias.
William dice que muchas de sus experiencias vitales están contenidas en diez páginas que ya tiene escritas para un nuevo proyecto: “Quiero dar rienda suelta a mi pluma para contar mi vida, desde mi nacimiento en el campamento hasta el presente. Contar que no he tenido hijos. Que las mujeres se han cuidado de mí y yo me he cuidado de las mujeres. Muchos de mis amigos y amigas dicen que casarse es… uf. En definitiva, me han dicho: «No te casís, Willy».
-¿Eres feliz, William?
-Soy feliz cada cierto rato, como cuando tomo conciencia de lo maravilloso que es ver, tocar, tener vista, estar vivo, pero hay veces en que digo cómo lo hago con esta enfermedad que llevo a cuestas. Ahí me doy cuenta de que sin esquizofrenia yo hubiera hecho mucho más cosas importantes y positivas, y me da pena. Yo el año 90 planté un árbol, este año publiqué un libro, me falta el hijo, pero para eso tendría que tener una mujer más joven.
También confiesa que lo llena más escribir relatos que versos. Que la poesía “me corre cuando me viene una idea de repente, ahí la desarrollo, pero prefiero el cuento”. Dice que una vez se inscribió en un taller literario de una municipalidad. No lo daba ningún escritor taquillero, pero le quedaron algunos tips, como que hay que olvidarse de los clichés y de las frases y palabras ultramanidas. “Nada de había una vez y esas cosas. Yo trato de ser yo. ¿Quieres que te lea mi microrrelato ‘Duda Razonable’? Escucha”:
“Un hombre, para determinar si Dios existe, decidió demandar a todos los creyentes en la Tierra y pensó que si nadie –como es lógico– puede probar su existencia o su inexistencia, ante esa duda razonable, aconsejó que se debe optar por su existencia, por si las moscas”.