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De Chilezuela a la nueva Colombia Opinión

De Chilezuela a la nueva Colombia

Utilizar el toque de queda para dar una impresión de tranquilidad en las noches es lo mismo que esconder la basura debajo de la alfombra. Transformar el estado de catástrofe en un sucedáneo de estado de emergencia, además de ser profundamente irresponsable, es completamente ineficaz. No son más que medidas efectistas, al igual que los anuncios de aumento de penas cada vez que un crimen terrible horroriza a la sociedad. Espero que el proceso constituyente, y un próximo nuevo Gobierno, nos ayuden a enmendar el rumbo y resolver los problemas con más diálogo y menos armas. Solo de esa forma podremos volver a pensar en un Chile seguro, sin caricaturas y sin transformarnos en la nueva Colombia a la que algunos aspiran. De lo contrario, el camino de retorno será cada vez más difícil.


El actual Gobierno ganó las elecciones, entre otros factores, prometiendo que nos salvarían de convertirnos en “Chilezuela”, una artimaña sin fundamentos reales pero que le trajo buenos resultados.

Sin embargo, a un año de que termine esta administración, cabe preguntarse si acaso en los planes de La Moneda estaba convertirnos en una nueva Colombia, pues en varios sentidos –como ya lo advirtió Rodrigo Valdés en una columna de febrero de 2020– nos estamos pareciendo al país cafetero.

Personalmente, no creo que sea pura casualidad. La cercanía de los presidentes Piñera y Duque va mucho más allá de las afinidades ideológicas. En una parte del oficialismo existe cierta admiración por un país gobernado hegemónicamente por la derecha, donde en casi todas las elecciones la ciudadanía escoge entre una versión más suave y otra más extrema del mismo sector político.

Parte de ese fenómeno se explica por la violencia. Por múltiples situaciones históricas –más allá de ser una nación llena de potencialidades–, Colombia se transformó en una sociedad donde la violencia es un modo de relación habitual, y sabemos que el miedo (fuente inagotable de poder político, en palabras de Corey Robin) es una de las herramientas más usadas por los políticos conservadores.

En los últimos 3 años, la violencia en Chile no ha hecho más que aumentar. Las balas locas, las encerronas donde mueren niños, los “abordazos” con puñaladas, el reinado de las bandas narco, la utilización de grados de violencia inusitados en las manifestaciones sociales y la respuesta irreflexiva de las fuerzas de orden, que ha derivado en múltiples violaciones a los Derechos Humanos, son distintas caras de una misma tragedia.

En La Araucanía el panorama es el mismo. Íbamos relativamente bien en los primeros meses de esta administración hasta que, en junio de 2018, la misma obsesión por Colombia le jugó en contra al Presidente y a la región completa. El “Comando Jungla” trajo consigo el asesinato de Camilo Catrillanca, la ruptura del diálogo y la multiplicación de la violencia.

Hoy, con un estado de catástrofe vigente por motivos sanitarios, ha quedado en evidencia la tentación de las autoridades por utilizar a las fuerzas militares para fines que nada tienen que ver con la pandemia. Las imprudentes declaraciones de Cristián Barra –que le costaron su medalla de delegado presidencial pero no su trabajo en el Ejecutivo– son una muestra de la visión predominante sobre la necesidad de militarizar la zona, utilizando la misma estrategia fracasada con la que se enfrentó por décadas a las FARC y retrocediendo 200 años, a la época de Cornelio Saavedra en nuestro país. 

No deja de ser llamativo que tanto Barra como Pablo Urquízar, nuevo delegado presidencial, se hayan desempeñado antes como asesores de Alberto Espina, exsenador por La Araucanía y hasta hace poco ministro de Defensa, que probablemente sea el mejor exponente local de la utilización del miedo para obtener réditos electorales, una estrategia que por suerte han ido dejando atrás los actuales senadores de Chile Vamos en la región.

Por eso me abstuve en la votación sobre la ampliación del estado de excepción. Si bien el control de la pandemia es la primera prioridad, cuesta mucho seguir dándole atribuciones a un Gobierno que las utiliza de forma mañosa para otros fines o que insiste con instrumentos como el toque de queda, que de acuerdo a organizaciones científicas como la Fundación Epistemonikos posee una dudosa eficacia para frenar los contagios. Es probable que varios parlamentarios de oposición, que votaron favorablemente sujetando su apoyo a una revisión de esta restricción, hayan quedado sorprendidos cuando a las pocas horas se anunció su extensión horaria en todo el territorio nacional.

Utilizar el toque de queda para dar una impresión de tranquilidad en las noches es lo mismo que esconder la basura debajo de la alfombra. Transformar el estado de catástrofe en un sucedáneo de estado de emergencia, además de ser profundamente irresponsable, es completamente ineficaz. No son más que medidas efectistas, al igual que los anuncios de aumento de penas cada vez que un crimen terrible horroriza a la sociedad.

Espero que el proceso constituyente, y un próximo nuevo Gobierno, nos ayuden a enmendar el rumbo y resolver los problemas con más diálogo y menos armas. Solo de esa forma podremos volver a pensar en un Chile seguro, sin caricaturas y sin transformarnos en la nueva Colombia a la que algunos aspiran. De lo contrario, el camino de retorno será cada vez más difícil. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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