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El proceso constituyente y la crisis climática: ¿viene otro estallido? Opinión

El proceso constituyente y la crisis climática: ¿viene otro estallido?

Jaime Hurtubia
Por : Jaime Hurtubia Ex Asesor Principal Política Ambiental, Comisión Desarrollo Sostenible, ONU, Nueva York y Director División de Ecosistemas y Biodiversidad, United Nations Environment Programme (UNEP), Nairobi, Kenia. Email: jaihur7@gmail.com
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En nuestro país es evidente que ni el Presidente, ni ministros ni parlamentarios de todo el arco político, se han percatado de que existe un serio conflicto moral subyacente en la crisis climática. La ética es fundamental para orientar la acción política, decidir entre intereses contradictorios y fijar prioridades. El error de muchos fue, desde el principio, considerar al cambio climático como un asunto tecnológico y económico, no como un conflicto moral. Lo analizaron como un problema de costo-beneficio, donde los costos de la acción debían compararse con los beneficios de evitar los impactos. Centraron la discusión en el precio del carbono, impuestos, empleos, crecimiento y tecnologías. Si bien tales cuestiones son importantes, los resultados han sido décadas de ineficacia, negación, inacción y retraso.


Desde hace décadas algunos chilenos intentamos construir una nueva visión para Chile, en la cual la sostenibilidad medioambiental incorpore a las generaciones futuras como parte de nuestras responsabilidades. Esta meta ahora fusiona otras exigencias éticas, a saber, el respeto de los derechos humanos, igualdad de género y el trato igualitario para todas las personas. Lo que buscamos es garantizar la protección del “bien común” y dar nuestra modesta contribución como país a la búsqueda de una respuesta global al cambio climático. Estos objetivos, sin embargo, son rechazados, al menos, por los que ostentan el poder económico y hasta ahora no hemos podido alcanzarlos. Al contrario, son fines muy elusivos y complejos, sobre todo cuando se vive en medio de un proceso constituyente y una crisis climática.

La pandemia y el estallido social, que pertenecen a la categoría de sucesos imprevisibles, han demostrado que la historia está dominada por lo desconocido y lo improbable. En nuestro país nadie anticipó con mediana claridad cómo se iba gestando, ni cómo ni cuándo iba a ocurrir el estallido social. Tampoco nadie detectó, en el ámbito mundial, los signos que indicaban que se estaba gestando una epidemia que terminaría en pandemia. En medio de tales circunstancias, en el mundo ocurrió algo nefasto: se escondió la crisis climática bajo la alfombra.

El proceso constituyente

Al ganar el Apruebo por un 78.28 % en el plebiscito nacional 2020, se dio inicio a un proceso constituyente para la redacción de una nueva Constitución Política, por el cual ahora se aprecia una sensible caída en el entusiasmo por los posibles resultados. ¿Es por la calidad y seriedad del proceso? Podría ser, ya que la franja diaria es una muestra de lo patética que es la situación. Han quedado a la luz las falsedades de los partidos que infiltraron a sus políticos de siempre como candidatos a convencionales, a sabiendas de que los chilenos rechazamos la propuesta de una Convención Mixta.

[cita tipo=»destaque»]Lo que hace Biden es seguir a la ciencia. Por ejemplo, en un estudio de Lawrence y Schäfer (Science, 31/05/2019: Vol. 364, Issue 6443), el cual utilizó los datos de emisiones hasta diciembre 2018, se confirmó que “para tener un 50% de probabilidad de permanecer por debajo de 1,5 °C en 2030, las emisiones netas globales de CO2 tendrían que disminuir en un 5% cada año, comenzando de inmediato”. Para poder alcanzar la “neutralidad” alrededor de 2050, este estudio concluyó que las emisiones netas de CO2 tendrían que reducirse de aquí al 2030 en un 45%, a los niveles de 2010. Obviamente estamos muy lejos de conseguir estas metas y el reloj avanza. En nuestro país, las emisiones no se han reducido ni cercanamente a lo esperado. A diferencia de Biden, en Chile no escuchamos a la ciencia, seguimos a los “negocios” como lo hacía Trump.[/cita]

Por supuesto, podrían ser otras las razones, sin ser excluyentes entre sí. Por ejemplo, ¿además de rechazar a los políticos infiltrados, será porque a los candidatos independientes les falta idoneidad? Puede ser, ya que en su mayoría no poseen otras credenciales más que sus buenas intenciones, sin la experiencia para representar los intereses de más del 78% de los chilenos. Pero son jóvenes y pueden traer aire fresco a la política. ¿Nos dan garantía que podrán desempeñarse con eficacia en los complejos debates y negociaciones? Pocas, pero garantizan honestidad y compromiso. No obstante, al verificar el listado de candidatos no podemos sino estar escépticos, ante una situación que nadie previó, que nadie anticipó. Como es lógico, la mayoría de los chilenos con una mezcla de escepticismo y suspicacia augura que el sistema, una vez más, no será capaz de ofrecerles los resultados que esperan.

Estamos viviendo a diario con la impotencia de no poder interceder cuando el poder económico perpetúa su dominio sobre todos los recursos naturales, especialmente del agua, destruye bosques, extingue especies de flora y fauna, y contamina las aguas, los suelos y el aire que respiramos. Tampoco confiamos en lo que puedan hacer los poderes del Estado, el Gobierno, la justicia y el Parlamento, ya que en los últimos años, en vez de transformar de una vez por todas los Fondos de Pensiones y dar una solución humana al conflicto de La Araucanía, se han transformado en una débil máquina de decisiones intrascendentes y debates insulsos.

La política ha sido incapaz de detener los daños infligidos por populistas que no se contienen ante nada con tal de congraciarse con gente desesperada. Los chilenos de menos recursos, en su desesperanza, mal orientados por estas personas, incluso están reduciendo sus ahorros y abandonan su vejez al azar. Con lo que retiren, sueñan que podrán hacer buenos negocios. Todo sucede ante la pasividad del Gobierno, que más parece poder observador que Poder Ejecutivo.

¿En nuestro país la política y la democracia están al borde de la ruina? Es posible, ya que tanto el Gobierno como el Parlamento no reconocen las verdaderas prioridades: ignoran los efectos del cambio climático, no asumen los desastres que afectan a los más pobres, con desparpajo permiten que se prolongue el conflicto en La Araucanía y se continúa obligando a pueblos enteros a vivir en zonas de “sacrificio ambiental”, ocasionando daños a la salud y bienestar de niños, adultos y ancianos. ¿Hasta cuándo?

¿Qué pasa con la reducción de emisiones de CO2?

Actualmente las emisiones de gases de efecto invernadero son un 62% más altas que cuando comenzaron las negociaciones climáticas internacionales en 1990. El año 2020 alcanzó el más alto sobrecalentamiento registrado, siendo, la última década, la más calurosa en la historia. Por otra parte, la temperatura de los océanos está en niveles récord y los datos indican que la temperatura media global para 2021 ya es aproximadamente 1,2 °C por encima de los niveles preindustriales. A pesar del confinamiento de la pandemia, las emisiones de CO2 en el año 2020 continuaron aumentando. ¿Por qué? Porque, con la venia de sus respectivos gobiernos, las empresas continuaron elevando sus emisiones.

El objetivo acordado por los gobiernos en el Acuerdo de París es ser carbono neutro para 2050. Chile ya está comprometido, pero hasta ahora no ha demostrado resultados que muestren que vamos por buen camino. Antes se hablaba vagamente de permanecer por debajo de los 2,0 °C, ahora estamos advertidos que si el calentamiento supera el 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales, los efectos serían graves, pero si es mayor a 2,0 °C, serán devastadores.

Tomemos nota de los datos: (i) Si se aumenta un 1,5 °C, el 14% de los habitantes del planeta estaría expuesto a olas de calor mortales; (ii) si aumenta un 2,0 °C, ese efecto afectaría al 37% de la población mundial, con un impacto colateral enorme sobre las migraciones humanas; y (iii) las temperaturas en días calurosos extremos en latitudes medias podrían aumentar en 3 °C con 1,5 °C, pero 4°C en un escenario de 2,0°C. Los costos económicos y sociales serán gigantescos. Es tan delicado el equilibrio que un aumento en 2,0°C podría destruir los ecosistemas en alrededor del 13% de la superficie terrestre, aumentando el riesgo de extinción para muchas especies de plantas y animales. Mantener el calentamiento a 1,5 °C reduciría ese riesgo a la mitad. No es por nada que el Presidente Biden en estos momentos haya puesto al cambio climático en el primer lugar de su agenda ejecutiva, elevando a trillones de dólares los gastos para controlarlo.

Lo que hace Biden es seguir a la ciencia. Por ejemplo, en un estudio de Lawrence y Schäfer (Science, 31/05/2019: Vol. 364, Issue 6443), el cual utilizó los datos de emisiones hasta diciembre 2018, se confirmó que “para tener un 50% de probabilidad de permanecer por debajo de 1,5 °C en 2030, las emisiones netas globales de CO2 tendrían que disminuir en un 5% cada año, comenzando de inmediato”. Para poder alcanzar la “neutralidad” alrededor de 2050, este estudio concluyó que las emisiones netas de CO2 tendrían que reducirse de aquí al 2030 en un 45%, los niveles de 2010. Obviamente estamos muy lejos de conseguir estas metas y el reloj avanza. En nuestro país, las emisiones no se han reducido ni cercanamente a lo esperado. A diferencia de Biden, en Chile no escuchamos a la ciencia, seguimos a los “negocios” como lo hacía Trump.

¿El cambio climático un error moral?

En nuestro país es evidente que ni el Presidente, ni ministros ni parlamentarios de todo el arco político, se han percatado de que existe un serio conflicto moral subyacente en la crisis climática. La ética es fundamental para orientar la acción política, decidir entre intereses contradictorios y fijar prioridades. Ese es su aporte principal, quien no quiera aceptarlo es porque prefiere proteger sus propios intereses económicos o porque no quiere ceder un ápice de su poder político.

Dado que la crisis climática ha sido provocada por las actividades humanas, obviamente es un problema moral. ¿Por qué? Porque involucra a grupos humanos que dañan a otros seres y cierran opciones a las nuevas generaciones. Igualmente, los privilegiados del mundo industrializado perjudican a los necesitados de los países en desarrollo. Nosotros tampoco nos escapamos. Cada día estamos emitiendo CO2 con nuestro vehículo, fuentes de energía, calefacción, sistema agroalimentario, que perjudican a los atrapados por tormentas, olas de calor, inundaciones, olas de frío, megasequías, huracanes, incendios forestales, y otros desastres climáticos en alguna parte del mundo.

El error de muchos fue, desde el principio, considerar al cambio climático como un asunto tecnológico y económico, no como un conflicto moral. Lo analizaron como un problema de costo-beneficio, donde los costos de la acción debían compararse con los beneficios de evitar los impactos. Centraron la discusión en el precio del carbono, impuestos, empleos, crecimiento y tecnologías. Si bien tales cuestiones son importantes, los resultados han sido décadas de ineficacia, negación, inacción y retraso. A manera de ejemplo, si se revisan los programas sobre cambio climático de todos los gobiernos chilenos de la últimas cuatro décadas, cualquier analista podrá darse cuenta que esta es la causa de por qué se ha avanzado tan poco.

Las incertidumbres

La crisis climática no va a eliminar a la humanidad del planeta. De acuerdo a los científicos, seguramente arrasará a una gran parte de la humanidad, pero muchas poblaciones sobrevivirán. Los jefes de Estado, políticos y empresarios solo disponen hasta 2030 para hacer algo trascendente en la reducción de emisiones de CO2. Después, será demasiado tarde. Se perderá el control, ocurrirán cambios irreversibles y será mucho más difícil y costoso volver a algún tipo de normalidad. Si los Estados no respetan el Acuerdo de París y a la ciencia, estarán condenando a las futuras generaciones a vivir en un mundo infame de continuos desastres climáticos.

En la actualidad, en Chile estamos experimentando una profunda inquietud por varias incertidumbres sobre qué sucederá en el futuro inmediato. Por una parte, están los desastres climáticos: incendios forestales, sequía, temporales, marejadas e inundaciones que nos pueden golpear en cualquier momento. Por otra parte, todavía no sabemos si se realizarán o no las próximas elecciones del proceso constituyente.

Tampoco sabemos qué va a suceder con la pandemia en el resto de 2021 y más allá. A pesar de las vacunas, que nos dieron un aire de esperanza, ahora de nuevo estamos con la amenaza de una tercera ola, más terrible que las anteriores. Algunos investigadores vaticinan que más adelante las mutaciones del coronavirus serán equivalentes a nuevas pandemias. Así de incierta es la situación. Tanta incertidumbre nos está agotando. Vivimos en un laberinto que mantiene a la juventud al borde de la desesperación y nos invade un cóctel de enojo, rabia, inseguridades, decepciones, angustia y depresión. El calentamiento social vuelve a estar a punto de estallar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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