Publicidad
No son los mismos dos tercios Opinión

No son los mismos dos tercios

Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Miembro de la Convención Constituyente.
Ver Más

   Estamos en una auténtica transición constitucional, que será afortunadamente más corta de lo que fue nuestra transición a la democracia. Después que Pinochet fuera derrotado en el plebiscito de 1988, nos demoramos mucho en llegar a tener una democracia, si no plena, al menos en forma, y que el futuro texto constitucional mejorará en lo que corresponda. Pero que esta transición sea más corta y exitosa depende en medida muy importante de los 155 convencionales constituyentes y de la participación pública que los acompañe en su tarea.


   El quórum de 2/3 tiene mala fama en materia constitucional. Fue establecido por la Constitución de 1980 para reformar sus capítulos más importantes, es decir, aquellos que la dictadura saliente y fuerzas políticas que la respaldaron habrían querido que no se modificarán jamás. Constituyó un auténtico veto a favor de la minoría parlamentaria cuyo principal objetivo  era preservar por el mayor tiempo posible el articulado de la mencionada Constitución. Había que custodiar el legado del Capitán General.

   Esa mala fama complica hoy al quórum de similares 2/3 por el que la Convención Constitucional deberá aprobar su reglamento interno y, más adelante, cada una de las futuras disposiciones constitucionales.

  Descontado que ese quórum sólo podría ser modificado por el mismo órgano que lo estableció –el Congreso Nacional- y no por la propia Convención, y aun en el caso de haberlo preferido más bajo tratándose de la Convención Constitucional (como es mi caso), hay una evidente diferencia entre los 2/3 de la Constitución del 80 y el similar quórum que vincula a la Convención Constitucional: como fue señalado antes, el primero tuvo el propósito de un veto, mientras que el segundo tiene por finalidad promover acuerdos amplios al interior de la Convención, una finalidad que, de hecho, fue respaldada por las votaciones del 15 y 16 de mayo que no dieron 2/3 a ningún sector político del país, eligiendo además a una numerosa cantidad de independientes que llegaron a la Convención sin las anteojeras ni los intereses partidarios de las organizaciones políticas tradicionales.

   En cambio, los 2/3 que se exigen a la Convención están allí para producir un texto constitucional que sea lo más representativo posible.

   La democracia permite que todas las posiciones concurran al espacio público –por ejemplo, a la Convención Constitucional-, dialoguen entre sí y puedan llegar a acuerdos razonados o a simples transacciones. Cuando aquellos y estas se vuelven imposibles, la democracia echa mano de la regla de la mayoría, que en el seno de la Convención será simple y absoluta en algunas de sus votaciones, pero de 2/3 cuando se trate de aprobar las nuevas normas constitucionales.

   Algunas o muchas veces será difícil alcanzar ese quórum  a la primera y no quedará más alternativa que formular indicaciones para rectificar y mejorar los textos y reanudar el debate cuantas veces sea necesario, especialmente en las comisiones temáticas que formarán próximamente la Convención.

   Diversos planteamientos, argumentos, debates, votaciones, y, cuando sea necesario, volver a argumentar, a debatir y a votar: esa es la rutina que nos espera al interior de la Convención. Una rutina agotadora –podrían lamentar algunos-, pero es de eso de lo que se trata cuando la tarea es elaborar una nueva Constitución y no una ley común cualquiera. La democracia, tanto la directa que practicaron los griegos varios siglos antes de nuestra era como la moderna actual, es siempre deliberativa, es decir, reflexiva, un juego de razones pro y contra en el que los que intervienen  tienen la intención de convencer y, asimismo, la disposición a dejarse persuadir por los demás.

   También la palabra “acuerdos” tiene una cierta mala prensa, puesto que en nuestra larguísima  y pactadísima transición se consiguieron muchos acuerdos a como diera lugar, precipitadamente, en secreto, y en ocasiones por simple temor. ¿Cómo se pudo consentir en que el dictador, una vez abandonada La Moneda, se trasladara justo al frente de ella, y nada menos que por 7 años, como Comandante en Jefe del Ejército, y luego a Valparaíso  en calidad de senador vitalicio? ¿Cómo se pudo aceptar que los senadores designados y vitalicios vinieran a desaparecer recién en 2005?

   Sin embargo, la significativa mayoría de nuestros compatriotas espera acuerdos de la Convención Constitucional, mas no a como dé lugar, sino reflexivos y teniendo siempre en vista el interés general del país y no solo el de aquellos que lleguen a un acuerdo. Lo que el país no quiere más es el conflicto permanente y, sobre todo, no quiere pasar nunca más por conflictos a cualquier precio, el precio, por ejemplo, de que no llegáramos a tener una nueva constitución.

   Ni el conflicto a cualquier precio ni el acuerdo a como dé lugar: es preciso evitar tanto una como otra de esas lógicas.

   Estamos en una auténtica transición constitucional, que será afortunadamente más corta de lo que fue nuestra transición a la democracia. Después que Pinochet fuera derrotado en el plebiscito de 1988, nos demoramos mucho en llegar a tener una democracia, si no plena, al menos en forma, y que el futuro texto constitucional mejorará en lo que corresponda. Pero que esta transición sea más corta y exitosa depende en medida muy importante de los 155 convencionales constituyentes y de la participación pública que los acompañe en su tarea.

   Un respiro, al menos eso espera el país, sobre todo en medio de una pandemia y sus graves y prolongados efectos sanitarios, laborales y sociales. El país quiere un respiro, y el proceso constitucional en curso es eso: un respiro, una esperanza, una luz al otro lado del túnel.

   Por otra parte, para llegar a acuerdos es preciso desarrollar confianzas, confianza entre todos los constituyentes y los grupos que ellos forman y no solo entre aquellos convencionales o grupos que tienen un mismo pensamiento. Sin embargo, para pasar de los desacuerdos iniciales a posteriores acuerdos es preciso alcanzar al interior de la Convención esa recíproca lealtad, franqueza y flexibilidad, que son las vías habituales para ganar confianza.

  La suma de minorías que es la Convención –ningún sector o fuerza política tiene los 2/3- tendrá que dar paso a una trabajosa formación de mayorías.

   “¡Pónganse de acuerdo”!, parece ser hoy la exclamación ciudadana por excelencia. “¡Pónganse de acuerdo!”. “¡La nueva Constitución no podrá ser de unos o de otros, sino de la completa República de Chile!”. “¡Y no olviden –sigue la exclamación- que seré yo, la ciudadanía, la que apruebe o rechace el nuevo texto constitucional, y resultará más fácil la primera de esas alternativas si el texto es elaborado con un alto grado de acuerdo!”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias