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Escritor Cynan Jones: “El mundo necesita tantas voces como podamos oír” CULTURA

Escritor Cynan Jones: “El mundo necesita tantas voces como podamos oír”

El escritor galés Cynan Jones, autor de las novelas “Tiempo sin lluvia” (2020) y “La Tejonera” (2021), ambas editadas en castellano por Chai Editora, conversó en exclusiva con El Mostrador sobre su trabajo, la importancia que la naturaleza tiene en la construcción de sus personajes e historias y sus fuentes de inspiración. Desde su niñez marcada por las protestas de los mineros galeses hasta el impacto que ha tenido su obra en Latinoamérica, Jones transmite un estilo sobrio y sencillo. “Intento ser tan auténtico como puedo con las situaciones en las que pongo a mis personajes. Eso, o escribo sobre personajes que luchan por encontrar su lugar en un mundo que ha cambiado” señala, reflexionando sobre sus últimos trabajos.


-Creciste en Gales, en una etapa política compleja para el país. ¿Cómo crees que influyó en tu formación literaria el proceso de protestas de los mineros galeses?

-Gales no es solo uno. Las protestas de los mineros impactaron principalmente el Valle de Rhondda y el área industrial del sur del país. En 1984-1985 yo tenía 9 o 10 años y vivía en la zona del oeste de Gales, que era en su mayoría un sector costero y agrícola. Ocupaba mi tiempo observando aves y convirtiendo la granja que cultivaban mis abuelos en un mundo de mi propia imaginación. Era el corazón de la zona minera. Incluso siendo niño, entendía la vehemencia del enojo con Thatcher y su desmantelamiento sistemático de la industria y, a través de ello, el desmantelamiento de una forma de vida. Las imágenes de las noticias de las protestas de los mineros están grabadas en mi mente. Siendo adulto, ir a la casa de los padres de un amigo y ver una medalla del padre de mi amigo por sus contribuciones como policía al control de las protestas de los mineros galeses me impactó más de lo que esperaba. Me sentí enojado y enfermo. ¿De dónde venía esto? Hasta ese momento, el recuerdo más notorio que tenía del impacto de las protestas y del consecuente cierre de las minas de carbón era que, siendo adolescente, el río Rhondda, que fluía negro con restos de carbón y que veía cada vez que visitaba a mi abuela en su granja, se convirtió en un río limpio. Los árboles que estaban cubiertos de hollín, de pronto estaban limpios, se perdieron los efectos de la actividad industrial y los terrenos industriales se convirtieron en áreas de preservación (Heritage park). 

Durante la misma época, leí la trilogía de libros de Alexander Cordell “Rape of the Fair Country”. Esto coincidió con haber estudiado historia en el colegio y haber aprendido sobre los hechos narrados en sus libros. El Levantamiento de Merthyr y el ahorcamiento de Dic Penderyn en la década de 1830, y los disturbios de Rebecca en la década siguiente, durante los cuales hombres vestidos de mujer atacaban los peajes instalados para cobrar a cualquiera que usara los caminos. Estos eventos históricos y las historias asociadas a ellos tuvieron una mayor influencia en mi educación literaria, pero casi de seguro porque trajeron de vuelta el sentido de injusticia que las huelgas de los mineros pusieron de vuelta en la escena pública durante mi juventud. 

Hasta que me preguntaste esto, nunca había pensado conscientemente sobre si este tema había de alguna forma impactado mi trabajo. Si tuviera que definir la influencia de esos tiempos, diría que causó en mí una fuerte creencia de que las personas no deberían ser ignoradas. Cuando escribo, intento ser justo con los personajes y presentarlos en un sentido en el cual todas las tareas son valiosas y que estas tareas dan valor a las personas. 

-La naturaleza es tanto escenario como protagonista de tus novelas “Tiempo sin lluvia” y “La Tejonera”. ¿El proceso de cambio climático que transforma nuestro escenario también transformará a los personajes?

-El paisaje, la naturaleza, siempre ha sido la fuente de inspiración que genera mis historias. Desde que era el niño que mencionaba antes. La naturaleza hace preguntas y las historias crecen como respuestas a esas preguntas. 

Intento ser tan auténtico como puedo con las situaciones en las que pongo a mis personajes. Yo escribo sobre personajes que luchan por encontrar su lugar en un mundo que ha cambiado. 

“Stillcide”, mi último libro, que originalmente era una serie de 12 historias para la radio de la BBC, trata sobre un mundo no muy diferente al nuestro, en un futuro cercano, en el cual el cambio climático ha comenzado a ganar terreno. “Tiempo sin lluvia” (Chai Editora, 2020), mi primera novela, escrita hace más de 15 años, antes de que hubiera un diálogo público sobre el medio ambiente como el que hoy vemos, por cierto, tiene como motivo una crisis climática. En ambos libros, en ambos lados de mi carrera hasta ahora, los desafíos que la naturaleza plantea determinan cómo actúan los personajes.

-Tus novelas son la expresión de un mundo británico poco conocido para los lectores latinoamericanos. ¿Qué te gustaría transmitir contando estas historias?

Es un honor! He tenido una reacción asombrosa desde Latinoamérica. Pero esto es porque los motivos de mis historias son dilemas universales. Pues si bien el paisaje es primordial en mi trabajo, es sólo el ropaje. Las preocupaciones al centro de mi trabajo podrían ser abordadas de otras formas. “Tiempo sin lluvia” se trata de un granjero que pierde una vaca parturienta, y es acosado por distracciones y preocupaciones mientras intenta encontrarla. La historia podría ocurrir en un departamento en Concepción. Un contador podría perder su pendrive antes de una presentación importante y podría ser acosado por distracciones y preocupaciones mientras da vuelta su casa buscándolo. 

Y, sin embargo, es ese ropaje el que quizá sorprende a muchos. Los detalles del paisaje y la cultura. Para muchas personas Gran Bretaña en Londres. Pocas entienden que Gran Bretaña es un aparato político y que dentro del mismo coexisten regiones muy diferentes. “Tiempo sin lluvia” y “La Tejonera” (Chai Editora, 2021) ocurren en una parte muy específica de un país pequeño, un país que ocupa un espacio por derecho propio dentro de Gran Bretaña, que es Gales; pero ese país, tal como lo señalé antes, es muy diverso en su topografía, composición socioeconómica y sus prioridades. Creo que los lectores se sorprenden mucho cuando deben adentrarse en un lugar que no sabían que existía. Quizá los hace percibir más allá de la imagen más común que Gran Bretaña proyecta. Me siento atraído a escribir una historia, y luego tengo la responsabilidad de escribirla tan vigorosamente como pueda. Eso es todo. 

Una excepción a esta reacción general de Latinoamérica es Argentina. En 1895, un barco con 150 inmigrantes galeses navegó más de 8000 millas hasta la patagonia, para fundar “Y Wladfa” –una Gales más allá de Gales– libre del dominio extranjero que temían iba a eliminar la cultura y la lengua galesa. Hasta hoy el galés es hablado en paralelo al castellano en la provincia de Chubut y existen potentes lazos culturales. 

-Tanto en “Tiempo sin lluvia” como en “La Tejonera” conocemos una serie de personajes que casi no se relacionan entre ellos más que sus pensamientos. ¿Cómo construyes una historia en que la interacción es desde lo no dicho?

-Se comunica tanto a través de la forma en que hacemos las cosas. Mis libros a menudo dependen profundamente de los procesos físicos para transmitir emociones no dichas y los procesos de pensamiento de los personajes de las historias. La forma en que una persona se pone los zapatos puede decir mucho de su estado mental. En ese caso, prefiero describir cómo un personaje se pone los zapatos a que explique a un segundo personaje cómo se siente, a través de un diálogo. 

También se trata de autenticidad. Muchos de los procesos de una granja son realizados por las personas en soledad, por personas que están acostumbradas a ser su propia compañía. A menudo no hay nadie a quien decirle las cosas. Esto puede ser tanto una cosa buena como una mala. 

-¿Quiénes han sido tus influencias narrativas?

-Todo lo que uno lee, ejerce una influencia. Pienso que uno también puede ser influido para alejarse de un estilo o un tema por lo que lee, y esto es tan importante como sentir una atracción por algo. 

Es una pregunta imposible de responder, pero que a los escritores se les hace todo el tiempo. Si tuviera que responder con una pistola en la cabeza, diría que es John Steinbeck. 

-Nos podrías contar sobre el proceso desde crecer en una granja de la costa de Gales hasta convertirse en un escritor reconocido, traducido a varios idiomas. 

-El descubrimiento llegó cuando entendí que podía escribir historias sobre el lugar en el que crecí. 

No fui un niño que “quisiera ser escritor”. Pero si no estaba afuera inventando algo, estaba adentro leyendo con avidez. Escribía historias como resultado de eso. No fue hasta que tenía 22 años que asumí que tenía una ambición por escribir. 

También asumí que no sabía cómo escribir. Habiendo aceptado ambas cosas, me mudé a Glasgow y me instalé como editor independiente. Tenía un plan. A los 28 años me mudaría de vuelta a Gales y me tomaría dos años escribir un libro. El trabajo en edición me enseñó rápidamente a no ser tan estricto con el lenguaje y más bien a concentrarme en las ideas y los mensajes ocultos tras él. Me fue bien y significó un gran esfuerzo dejar esa carrera y volver a casa. 

Viví dos años en una cabaña en el patio de la casa de mi mamá (mientras hacía trabajos esporádicos en la industria del vino, como reemplazante en un colegio y con personas privadas de libertad), mientras trabajaba en escribir un libro. Escribí algunas cosas decentes y algunas cosas horribles, y de pronto me encontré con que se terminaban mis dos años sin tener ningún libro que mostrar. 

¡Que así sea! Seguiría adelante y haría algo más realista. Luego –debido más que nada a que escribir se había convertido en un hábito físico, terminaba los relatos en los que trabajaba y no tenía una idea clara de qué haría después– empecé a escribir una historia sobre una vaca perdida. Lo escribí instintivamente, con la vista fija en una historia que parecía avanzar delante de mí. Conforme iba terminando los capítulos, los apilaba en el piso. Cuando terminé el libro, lo transcribí y le hice algunas ediciones menores. Todo ese proceso, desde que garabateé “A la mañana, cuando él viene a despertarla, ella le siente gusto a café” (Tiempo sin lluvia, página 9), hasta que terminé el borrador, tomó 10 días. O 30 años, dependiendo de cómo lo mires.

Ahí estaba. Un libro. Le mentí al editor sobre el número de palabras (porque no querían ver nada bajo las 35.000) y le envié una copia física. Lo aceptaron. Yo estaba preocupado de que nunca saliera de la pequeña región en la que ocurre la historia. Pero salió, todo el camino hasta Latinoamérica. 

Llegó allí por el paisaje en el que se sitúa la historia, el mismo que me construyó a mí. Si hay algún mensaje sobre esto, es que las personas pueden escribir sobre el lugar del que vienen y deberían aprovechar eso. El mundo necesita tantas voces como pueda oír.

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