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No es el segundo tiempo, es el partido Opinión

No es el segundo tiempo, es el partido

Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Miembro de la Convención Constituyente.
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La que debe lucirse es la Convención y no cada uno de los constituyentes. Lo que interesa es el éxito de ella y no los logros personales de sus integrantes. Tenemos que llegar a acuerdos por 2/3 y, por lo mismo, no deberíamos votar regimentadamente ni menos dogmáticamente. ¿A qué tememos si de pronto votamos a favor de una buena norma propuesta por la izquierda y luego por una también acertada que proviene de la derecha? ¿Tememos a nuestros partidos, a nuestros colectivos, a nuestros territorios, a los medios, a las redes sociales, a que mañana perdamos electores si tenemos la expectativa de postular más adelante a algún cargo de elección popular?


¿Primer tiempo de la Convención Constitucional sus primeros seis meses y segundo tiempo el que estamos jugando ahora? Para nada. Hoy, cuando nos encontramos votando normas en el pleno, lo que hacemos es jugar el verdadero partido de la Convención, no su segundo tiempo, aunque el plazo que nos queda, no sujeto a alargue, se parece más al que corre raudamente en un intenso y hasta frenético partido de baby fútbol que en uno de extensos y pausados 90 minutos.

Pero tal vez la analogía con el fútbol no sea la más afortunada, puesto que en este juego, hace ya tiempo transformado en una industria, de lo que se trata es de meter la pelota en el arco contrario y evitar que algo así ocurra en el propio, mientras que en la Convención hay un solo arco en la cancha, hacia el cual  avanzamos los 154 constituyentes, aunque por momentos de una manera bastante desordenada y sin parecernos mucho a un equipo. A ratos, a largos y frecuentes ratos, nos parecemos más a una suma de biografías personales e identidades de grupos y colectivos. A veces nos parecemos a un equipo, en otras no, y nos queda poco tiempo para conseguir que a inicios de julio, como tendría que hacer un verdadero equipo, presentemos al país un resultado satisfactorio que todos, o al menos una importante mayoría del país, pueda celebrar abiertamente.

Recién hemos empezado los plenos para aprobar normas constitucionales y  la experiencia de estos  debates —en realidad una seguidilla de discursos que cada constituyente se atropella y hasta se ahoga para poder decirlo en tres minutos— aconseja que revisemos nuestro método de trabajo en tal sentido. Por ejemplo, y sin que ninguno de nosotros pierda su derecho a pedir la palabra, que los colectivos formados al interior de la Convención acordaran que sus puntos de vista serán defendidos cada vez por un par de sus integrantes y no por todos ellos. El reglamento interno autoriza también a que un constituyente ceda su tiempo a otro, con el desigual resultado de que algunos pueden hablar seis minutos y los demás solo tres. ¿Es eso igualitario? Y si los colectivos admiten una práctica como esa, ¿por qué no acuerdan algo parecido antes de cada pleno, evitando que se lo haga  sobre la marcha en el curso de todos los plenos, que han durado hasta ocho horas seguidas y que probablemente desconciertan más que informan a quienes fuera de la Convención tienen interés en seguirlos? Debemos y podemos mejorar en tal sentido, y conocemos los esfuerzos de la mesa de la Convención sobre el particular, ¿pero le haremos caso? ¿Y le haremos caso al próximo presidente, quien que al visitar la Convención fue aplaudido de pie cuando dijo que el país no espera una Constitución partisana? ¿O nos quedaremos en los puros aplausos ante un llamado tan justo y razonable? O como hacen algunos públicos partidarios de Boric en la Convención, ¿vamos a mostrarnos enteramente indiferentes ante el parecer de un presidente que colaboramos a instalar en La Moneda para dejarlo allí solo y al margen del trabajo de la Convención, como si esta fuera eterna y no tuviera por fin disolverse el próximo 4 de julio?

La que debe lucirse es la Convención y no cada uno de los constituyentes. Lo que interesa es el éxito de ella y no los logros personales de sus integrantes. Tenemos que llegar a acuerdos por 2/3 y, por lo mismo, no deberíamos votar regimentadamente ni menos dogmáticamente. ¿A qué tememos si de pronto votamos a favor de una buena norma propuesta por la izquierda y luego por una también acertada que proviene de la derecha? ¿Tememos a nuestros partidos, a nuestros colectivos, a nuestros territorios, a los medios, a las redes sociales, a que mañana perdamos electores si tenemos la expectativa de postular más adelante a algún cargo de elección popular?

Repito una idea de nuestra filósofa mayor, Carla Cordua, si bien expresada en otro contexto: no importa tanto quienes somos, sino dónde estamos. Aplicándola ahora a nuestra Convención: no importa quienes somos, sino dónde y para qué estamos. Y estamos en una Convención Constitucional, no en la sede de un partido ni tampoco en la cámara de diputados, y estamos para acordar una nueva Constitución y no para votar un cuarto o quinto retiro.

   

  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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