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Las deudas del primer Ministerio de Ciencia Opinión

Las deudas del primer Ministerio de Ciencia

Pablo Astudillo Besnier
Por : Pablo Astudillo Besnier Ingeniero en biotecnología molecular de la Universidad de Chile, Doctor en Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile.
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En la línea “Regular”, el número de proyectos aprobados aumentó en un 18% entre las últimas cuatro convocatorias, mientras que, en el caso de la línea de “Iniciación en Investigación”, esta creció apenas un 10%. Sin embargo, proyectos excelentes continúan quedando cada año sin financiamiento (solo el año 2020, más de 500 proyectos calificados como “muy buenos” no recibieron apoyo). Hoy parece quedar en el olvido que la respuesta ofrecida para este problema fue la creación de una controvertida categoría, la de proyectos “Aprobados sin financiamiento”, idea criticada con fuerza –como cabía esperar– por la comunidad científica.


“El tiempo pasa volando”, reza una conocida expresión. Hace apenas unos cinco años, contábamos con una institucionalidad científica creada hacía décadas, a la que se había añadido una que otra reforma en el camino. Hoy, y con nuevo Gobierno asumiendo sus funciones, las primeras autoridades del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (en lo sucesivo, “MinCiencia”, cartera creada hace poco más de tres años) han entregado un balance de su gestión.

Avances existen, desde luego, y estos deben valorarse. Debemos aplaudir la creación de esta nueva “pieza para el Estado” –como la catalogó el exministro Andrés Couve–, pues no era una tarea fácil. El solo logro de que las autoridades hayan aceptado crear este ministerio, tras años de debates, campañas y comisiones asesoras presidenciales, ya constituía un motivo de optimismo al inicio del anterior Gobierno. Y esa administración, liderada por el entonces ministro Couve y la subsecretaria Carolina Torrealba, logró sacar adelante el proceso de instalación pese a todas las dificultades enfrentadas, incluyendo el estallido social y la pandemia de COVID-19.

Se crearon también las Seremis macrozonales, que contribuyeron a la descentralización de una institucionalidad en exceso concentrada. Y a esto debemos agregar una preocupación especial por los temas de equidad de género en la investigación, una deuda insoslayable de nuestra ciencia. La historia quizás recordará, además del proceso mismo de instalación, algunos logros en materia de gestión de la pandemia de COVID-19 –los cuales posiblemente hubiesen ocurrido en ausencia de esta cartera, de todos modos– y algunas de las cerca de 150 iniciativas que destacó el exministro Couve en su balance.

No obstante, este primer MinCiencia se despidió con tres grandes deudas. En primer lugar, desde un principio hubo una insistencia en presentar esta cartera como “un ministerio para el país, y no para los científicos” (o empleando frases similares), lo que revela una incapacidad para comprender que, para poner la ciencia “al servicio del país” (el objetivo de esta cartera, en palabras del ministro Couve en su balance de gestión), en primer lugar se necesita un sistema científico sólido, bien financiado, con buenos instrumentos y con una comunidad científica que opere no bajo lógicas de competencia extrema, sino de colaboración.

En consecuencia, durante la anterior administración hubo escasos avances en una de sus labores sectoriales que le es más propia: el fomento de la investigación científica. No se avanzó en resolver algunos de los problemas estructurales más importantes de la ciencia chilena (como la hipercompetencia y el subfinanciamiento crónico), y en aquellas áreas en que hubo alguna preocupación (como la equidad de género), tampoco se observaron suficientes logros. A modo de ejemplo, cabe recordar que se introdujeron cambios en la línea de “Iniciación en Investigación” del programa Fondecyt, con el fin de reducir la brecha de género; sin embargo, esta se mantiene similar a la de hace cinco años. También vale la pena recordar la controversia ocurrida en torno al programa Becas Chile, o a la situación de los becarios nacionales, quienes no recibieron el apoyo que solicitaban para continuar su trabajo en el contexto de la pandemia.

La segunda deuda del MinCiencia se relaciona estrechamente con la anterior: hubo un escaso cumplimiento del programa del Gobierno de Sebastián Piñera en estas materias. En su programa de gobierno, el ex Presidente Piñera se comprometía a progresar en varios frentes. Por ejemplo, se prometía avanzar en la reinserción de becarios, “introduciendo mayor flexibilidad y nuevos incentivos para integrarse a la comunidad nacional y creando programas especiales para capital humano avanzado en reparticiones públicas”. También se buscaría “incorporar al sector privado en el desarrollo de la investigación científica y tecnológica fortaleciendo la Política Nacional de Centros de Excelencia, generando puentes universidad-empresa y readecuando los procesos presupuestarios para mejorar sus capacidades científicas y tecnológicas”; “flexibilizar las condiciones de uso y rendición de cuentas de recursos fiscales en proyectos de investigación científica, tecnológica e innovación”; adecuar los marcos normativos de los concursos; y “fortalecer la investigación científica y tecnológica, ampliando y diversificando los proyectos Fondecyt”.

En estos ámbitos, no se observaron mejoras importantes. Fondecyt no se diversificó, y al día de hoy seguimos contando con las mismas dos líneas del programa. En la línea “Regular”, el número de proyectos aprobados aumentó en un 18% entre las últimas cuatro convocatorias, mientras que en el caso de la línea de “Iniciación en Investigación”, esta creció apenas un 10%. Sin embargo, proyectos excelentes continúan quedando cada año sin financiamiento (solo el año 2020, más de 500 proyectos calificados como “muy buenos” no recibieron apoyo). Hoy parece quedar en el olvido que la respuesta ofrecida para este problema fue la creación de una controvertida categoría, la de proyectos “Aprobados sin financiamiento”, idea criticada con fuerza –como cabía esperar– por la comunidad científica.

Por otro lado, los procesos de rendición de cuentas continúan siendo engorrosos y el sector privado sigue largamente ausente en el desarrollo de la investigación científica (al menos al año 2019, el gasto en I+D financiado por el sector “empresas” seguía cayendo; las cifras de los años 2020 y 2021 las conoceremos en un futuro próximo). A su vez, cabe reiterar el debilitamiento del programa Becas Chile, pese a que la evidencia destaca la importancia del talento humano formado en el exterior para el progreso de los países en materia de innovación y desarrollo económico.

¿Por qué no se avanzó en estas materias tan sensibles? Aquí aparece la tercera deuda que nos deja este primer MinCiencia: la renuncia a establecer diálogos y procesos verdaderamente participativos con la comunidad científica. En este sentido, el ministerio desarrolló “procesos participativos” que, independientemente de las buenas intenciones, adolecían de importantes defectos. Por ejemplo, estas eran actividades esporádicas, de corta duración, con problemas de organización y escasas posibilidades de seguimiento; las decisiones críticas eran tomadas ex ante por el MinCiencia (en otras palabras, en estas instancias se debatía sobre la base de decisiones ya tomadas, como por ejemplo el uso de la “orientación por misión” en los ejercicios de anticipación); y los documentos finales no necesariamente rescataban lo dialogado en las actividades. El MinCiencia no solo no supo aprovechar, sino que incluso menospreció activamente las redes y experticia de quienes empujaron por años la creación de esta nueva institucionalidad, y solo la instalación del Consejo de la Sociedad Civil del ministerio (un proceso que tomó demasiado tiempo; el Consejo se constituyó solo hace unos pocos meses, lo que en la práctica significa que la cartera operó por casi tres años sin esta instancia) vino a suplir esta deficiencia, aunque solamente en parte (después de todo, se trata de una instancia consultiva).

La alegría por la instalación del MinCiencia después de tantos años de trabajo, lamentablemente se ve opacada por estas deudas que nos deja su primera administración. De no ser corregidas por las nuevas autoridades, este ministerio corre el riesgo de perpetuarse como “una oficina al fondo del pasillo” –como la calificó hace un tiempo un conocido periodista–, con un bello organigrama pero sin peso real, sin un respaldo transversal y decidido de la comunidad científica, y con avances modestos –en el mejor de los casos– en materia de desarrollo científico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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