El Rechazo nos dejaría a merced de sectores partidarios del statu quo. La experiencia de la transición democrática nos advierte que después de triunfar habrá un sector refractario a hacer cambios de magnitud. Cinco senadores de la Concertación propusimos en 1995 la primera gran reforma constitucional. Nos tomó hasta 2005, 15 años de transición, para terminar con senadores designados y comandantes inamovibles de las Fuerzas Armadas y Carabineros, y 25 años para reformar el sistema binominal. Esos tiempos son imposibles hoy. ¿Qué salidas pueden ofrecer los partidarios del Rechazo? ¿Otra Convención, o el Parlamento, o un grupo de expertos? Ninguna poseería una base de legitimidad comparable a la de Apruebo y luego corregir.
Ante esta trascendental votación para el futuro de Chile, tenemos la obligación de analizar con rigor los argumentos a favor y en contra de una y otra opción.
Lamentablemente, la Convención Constitucional falló en su principal propósito: presentar un proyecto que convocara a la gran mayoría de los chilenos que votamos Apruebo en 2021. En consecuencia, el escenario más probable es de un triunfo estrecho de cualquiera opción. Enfrentado a este hecho, mi decisión será votar por lo que considero el camino más eficaz para conseguir una nueva Constitución, de aceptación amplia, y declarar al mismo tiempo la disposición a concordar, después del 5 de septiembre, una fórmula política que destrabe el impasse.
Reconozco que el texto propuesto por la Convención contiene aspectos riesgosos. El régimen político amerita correcciones, asegurar la autonomía y equilibrio entre los poderes, garantizar la independencia del Poder Judicial, corregir ambigüedades del sistema electoral y de los partidos políticos, limitar la facultad de proponer gastos por los parlamentarios, despejar confusiones sobre la plurinacionalidad y las autonomías territoriales y judiciales. Todo esto debe corregirse. Sin embargo, no detecto riesgos de daño irremediable a la democracia, que no se puedan reformar.
Me he esforzado por serenar el espíritu, no dejarme llevar por la indignación ni por rumores, y estudiar con cuidado los textos. Lo hago además con mi historia y las lecciones de más de 50 años de mi vida pública, la prisión y el exilio, bregando por cambios sociales en democracia, compartiendo las posiciones de la izquierda democrática, la socialdemocracia y del liberalismo igualitario. Y también he intentado discernir los futuros posibles, y cómo acercarnos al que considero mejor.
Teniendo conciencia de las deficiencias e imperfecciones, considero preferible votar Apruebo y reformar, por cinco razones.
Agrego dos argumentos adicionales a favor de un Apruebo abierto a las reformas:
De todas maneras, hay que anticipar los distintos escenarios. El 5 de septiembre puede triunfar el Apruebo o el Rechazo y ambos por márgenes estrechos, ninguno aseguraría la unidad y la convivencia futura. Pero Chile ya cambió y la actual Constitución está obsoleta. Urgirá transitar a una nueva, compartida por una amplia mayoría.
Los grandes retos de Chile requieren una organización de la sociedad que sea más solidaria y colaborativa, una institucionalidad capaz de enfrentar los desafíos de la desigualdad, la fragmentación social, la destrucción de la vida en el planeta, la digitalización y los temas éticos que surgen también de los avances de la biología genética. Una institucionalidad que proteja del autoritarismo y de la parálisis.
El gran desafío de Chile es la gobernabilidad democrática, y ella requiere legitimidad y acuerdos sociales y políticos para sostener las transformaciones, con respeto al Estado derecho y en orden público. Para cumplir ese propósito, el entendimiento debe involucrar a la izquierda democrática, a la centroizquierda y a la centroderecha. Todos los que así pensamos debemos tenerlo presente y no polarizar durante la campaña, y comprometernos con una Constitución que nos abrigue y abrace a todos y todas.