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«El ojo alucinado y el gran fuego», poemas de Juan Pardo Suárez: un discurso o un credo CULTURA|OPINIÓN

«El ojo alucinado y el gran fuego», poemas de Juan Pardo Suárez: un discurso o un credo

Creo que el libro tiene algunas imágenes valiosas, generalmente musicalidad y un trabajo técnico respetable. Busca la belleza con honestidad, pero adolece de cierta arbitrariedad bajo la construcción melódica, que rompe un poco el trance. Hay un voluntarismo esotérico que, considero, es el gran desafío del autor en sus próximos libros.


Este libro es un discurso o un credo. Rinde honores a la elocuencia, pero también al hermetismo, con un objetivo ambivalente: revelar el misterio de todas las cosas y a la vez conservarlo en un simbolismo inasible. Recuerda al *Altazor* de Vicente Huidobro, aunque es más difícil seguirle la pista; no posee una narración explícita. Al parecer, el protagonista despierta en un mundo incomprensible y nunca llega al conocimiento, pero sí a una hipérbole de sus sensaciones, sospechas, visiones o sentimientos. También obedece a influencias literarias; aparte de Huidobro, se leen citas de «Alturas de Macchu Picchu», de Pablo Neruda. «Del aire al aire», dice de pronto.

A menudo la elipsis entre los versos es tan grande, que cada uno parece un poema distinto. Aunque asimismo el autor divide la obra en composiciones numeradas, varias largas y alguna de tan sólo una línea: «Solo el misterio nos ilumina la vida». Esta alocución deshilvanada acentúa el efecto delirante, del cual el poeta obtendría su placer sensual. Revestido, eso sí, de un intelectualismo esotérico. Nada sabe ni nada quiere saber, porque toda comprobación vulgariza la magia de la existencia.

¿Es necesario pensar o suplantar a Juan Pardo Suárez, el autor, para leer su libro? En parte, sí, considerando que siempre ayuda identificarse con los personajes en una narración. Pero desde luego habría que separar los hallazgos líricos de ciertas manifestaciones ególatras que provocan escepticismo. Suponen esforzarse demasiado para salir de la rutina, de la «vida ordinaria», que también es un contenido poético interesante, pero que requiere de mayor contención al convertirlo en frases articuladas.

Por supuesto, «El ojo alucinado y el gran fuego» es una exaltación de principio a fin. Juega sus cartas en lograr una cadencia épica. El desafío es aislar el monólogo interior y leer de corrido, aún cuando los significados de cada verso o de la relación entre ellos —si acaso los hay— sean huidizos. Incluso cuando el autor evoca hechos ancestrales, sus poemas requieren de una conciencia aguzada del instante en que se lee, porque de otro modo las elucubraciones y divagaciones nos sustraen completamente.

Creo que el libro tiene algunas imágenes valiosas, generalmente musicalidad y un trabajo técnico respetable. Busca la belleza con honestidad, pero adolece de cierta arbitrariedad bajo la construcción melódica, que rompe un poco el trance. Hay un voluntarismo esotérico que, considero, es el gran desafío del autor en sus próximos libros. No basta con impresionarse ante lo infinito, hay que bajarlo de su pedestal y ponerlo junto a las cosas mínimas de nuestra psiquis para llegar más lejos. Como, por ejemplo, salir de los estrechos círculos de los lectores «incondicionales» o «especializados».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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