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Los programas presidenciales y el eterno economicismo de la ciencia CULTURA|OPINIÓN

Los programas presidenciales y el eterno economicismo de la ciencia

Pablo Astudillo Besnier
Por : Pablo Astudillo Besnier Ingeniero en biotecnología molecular de la Universidad de Chile, Doctor en Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile.
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Los diversos programas presidenciales en general no aprovechan la institucionalidad científica recientemente creada para asignarle nuevas funciones en políticas públicas. Desde luego, tampoco se valoriza la dimensión más propia de la ciencia, relativa a su función de generar conocimiento ampliado sobre nuestro mundo, así como su aporte a la cultura. Para los programas presidenciales, el desarrollo parece ser sinónimo de un país que consume conocimiento, solo para aplicarlo y crecer.


En los últimos días hemos comenzado a conocer las propuestas de las diversas candidaturas presidenciales, contenidas en sus respectivos programas. Históricamente, las propuestas sobre ciencia han ocupado un lugar más bien acotado dentro de los programas, y por lo general con fuerte un sesgo economicista, es decir, concibiendo la ciencia única o principalmente como un factor productivo más a ser considerado dentro de las propuestas de índole económica (un problema al que ya nos referimos en este mismo medio, en el marco de las elecciones presidenciales anteriores).

Las expectativas para estas elecciones eran diferentes. Por primera vez, los equipos programáticos se enfrentaban a la necesidad de elaborar propuestas para la ciencia considerando la existencia de un ministerio para el área, una institucionalidad actualizada, y una ley que entrega directrices para la elaboración de una política nacional del área.

Es indudable, además, que la ciencia tiene hoy una visibilidad distinta, y ha adquirido mayor relevancia pública. Finalmente, la pandemia de COVID19 ha revelado las consecuencias de no mantenerse en la frontera del conocimiento en diversas áreas, lo que se ha traducido en una inconveniente dependencia biomédica y tecnológica respecto a países desarrollados.

Desafortunadamente, nada de esto pareció ser suficiente. Las diversas propuestas programáticas vuelven a caer en el problema del economicismo, en algunos casos de forma desmedida, en otras con matices.

¿Cuáles son los problemas asociados al economicismo de la ciencia? En este espacio, podemos enumerar al menos tres. El primero es que revela bases conceptuales deficientes (o insuficientes, en el mejor de los casos), respecto a cómo la ciencia impacta en el desarrollo económico. En Chile se ha establecido con fuerza una línea de pensamiento según la cual la investigación básica, y en especial la motivada por la curiosidad de las y los investigadores, no aporta al desarrollo económico, y en consecuencia se debe apostar por áreas específicas, idealmente a través de “retos”, “misiones” o “desafíos” designados.

Es decir, si se desea que Chile fabrique baterías de litio, entonces se debe investigar en litio y no en grafeno, por ejemplo. Desde luego, esta es una simplificación que reduce en extremo el argumento, pero no se encuentra tan alejada de la realidad. Basta recordar que ni más ni menos que el Consejo Nacional de Innovación dijo, en una de sus “orientaciones estratégicas”, que Chile “no puede pretender ser excelente en todo”.

Esta línea de pensamiento no se encuentra debidamente sustentada por la evidencia. Muchos recuentos históricos sobre el impacto de la ciencia en la innovación, empleados para justificar esta teoría, comienzan en hitos convenientes para sostener una postura decidida ex ante.

Se asume equivocadamente que una sociedad posee todo el conocimiento necesario para impulsar una determinada innovación, y que por ende no es necesario apostar por la investigación fundamental; en el mejor de los casos, dicho conocimiento se importa y se “consume” o “aplica”. Si bien esta idea pudo ser cierta en siglos anteriores, no es aplicable en la actualidad, en que los problemas son de gran complejidad y se alimentan de conocimiento en diversas áreas y disciplinas, el que por lo demás ya no es tan fácilmente transferible como en el pasado.

No debe resultar sorpresivo, entonces, que las últimas dos décadas hayan estado caracterizadas por este tipo de modelos de innovación, que otorgan poco o nulo valor a la ciencia básica, y que al mismo tiempo se susciten debates sobre el estancamiento de la innovación.

El segundo problema del economicismo es que no valora de forma apropiada otros aportes que puede hacer la investigación científica. Esto es especialmente cierto para el valor político de la ciencia, es decir, en su capacidad para informar nuestros debates públicos en una serie de ámbitos.

Cabe constatar, por ejemplo, cómo los diversos programas presidenciales en general no aprovechan la institucionalidad científica recientemente creada para asignarle nuevas funciones en políticas públicas. Desde luego, tampoco se valoriza la dimensión más propia de la ciencia, relativa a su función de generar conocimiento ampliado sobre nuestro mundo, así como su aporte a la cultura. Para los programas presidenciales, el desarrollo parece ser sinónimo de un país que consume conocimiento, solo para aplicarlo y crecer.

Finalmente, el tercer problema es que, al darle un énfasis tan excesivo al asunto del papel de la ciencia en la economía, los programas presidenciales en general olvidan ofrecer propuestas para resolver los problemas estructurales de la propia investigación científica (aunque cabe admitir que los programas de Daniel Jadue y Gabriel Boric entregan una reflexión más elaborada en este sentido). Algunos programas ofrecen medidas (cuestionables algunas de ellas) sobre financiamiento (como metas de gasto o propuestas de fondos basales), y también sobre igualdad de género, pero no van mucho más allá. En algunos programas, incluso, la mención a la ciencia es decididamente escueta.

Quienes aspiran a liderar al país por los próximos años enfrentan un desafío complejo. Chile atravesará por un período de grandes necesidades (como el manejo de la pandemia y la recuperación posterior) y desafíos (el proceso constituyente). Sin embargo, necesitamos y merecemos un proyecto que convoque a todas y todos en la construcción de un país mejor. Dicho proyecto no puede limitarse a un nuevo modelo de crecimiento económico, por más adjetivos (sustentable, inclusivo, post-extractivista, equitativo) que acompañen a esta aspiración.

Debemos ser capaces también de participar en el desafío de la construcción colectiva de nuevo y mejor conocimiento respecto a nosotros mismos, nuestro mundo, nuestra historia, y nuestra cultura. Con estas propuestas para la ciencia, sin embargo, esta última y noble aspiración no solo parece lejana, sino que francamente improbable.

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