Publicidad
Derechos de autor, artistas y tecno-utopías CULTURA|OPINIÓN Créditos Imagen: Aton

Derechos de autor, artistas y tecno-utopías

Sin duda en estos días, los constituyentes han recibido toneladas de propuestas sobre iniciativas ciudadanas como de organizaciones civiles, exponiendo demandas legítimas, generando expectativas imposibles y poniendo en tensión la discusión de estas en los diversos grupos de interés.


Sin duda en estos días, los constituyentes han recibido toneladas de propuestas sobre iniciativas ciudadanas como de organizaciones civiles, exponiendo demandas legítimas, generando expectativas imposibles y poniendo en tensión la discusión de estas en los diversos grupos de interés.

En torno a los derechos de autor no son pocos los que opinan, las sociedades de gestión, las organizaciones de artistas, iniciativas privadas y lobbystas. Pero al final de cuentas, lo que abunda principalmente en este ámbito es la confusión. Y no es casual que esto ocurra cuando existe desinformación y falsas argumentaciones que en aras del desarrollo digital y la accesibilidad irrumpen como mantras populistas, cuestionando la autoría de las creaciones, artísticas y científicas amparadas por la actual legislación. Y digo actual legislación para comenzar a diferenciar las voluntades constitucionales, los deseos ciudadanos y la ley existente, que son ámbitos muy distintos.

Para poder ordenar la discusión es importante señalar, qué en Chile, existe desde el año 1970 la ley 17.336, bajo el título de ley de Derecho de autor en cuatro capítulos que regulan los derechos de los artistas intérpretes o ejecutantes, ley que a su vez contempla sus relaciones con la producción y la industria, así como numerosas excepciones, especialmente en las relaciones comerciales de estas creaciones y su comunicación pública. Como, por ejemplo, cuando sus fines están orientados hacia la educación y la investigación. Entonces hablamos de utilizaciones sin fines de lucro.

Por otra parte, como esta ley de derechos de autor esta consignada como Ley de propiedad intelectual, muchos de sus detractores tienden a ponerla en el mismo saco que la ley 19.039 de Propiedad industrial que regula los derechos de propiedad industrial que comprenden las marcas, las patentes de invención, los modelos de utilidad, los dibujos y diseños industriales, los esquemas de trazado o topografías de circuitos integrados, indicaciones geográficas y denominaciones de origen y otros títulos de protección que la ley pueda establecer y que tienen relación con el ámbito exclusivamente económico. Que es cuando hablamos del lucro y la explotación de estos derechos.

Entonces, como primera observación para legos hay que separar los ámbitos de actividad y donde se quiere efectivamente regular, ya que hoy a partir de una legislación que tiene mas de trescientos años en occidente y casi doscientos en Chile, se pretende quitar a los artistas estos derechos, aduciendo que la propiedad intelectual, es decir el ejercicio creativo que ellos ejercen, pertenece a la sociedad. Conceptualmente si la creación artística pertenece al ‘común’ porque emana de él, entonces el ‘común’ es decir la sociedad no solo debería proteger esta creación sino además financiarla directamente para su preservación. Y es aquí donde esta argumentación se cae, porque en Chile el ‘común’ que representa el estado no solo no paga los derechos de autor, sino que los roba a los artistas a través de las excepciones de la ley.

Por otra parte, si bien es cierto, que en Chile los autores y sus herederos no viven de la recaudación de estos derechos. En contados casos como el cine o la música, los derechos de autor pueden ser importantes. Como ocurre en países donde hay un mayor desarrollo de las industrias culturales y se respetan las leyes de derechos de autor a cabalidad por el estado y los privados.

Muchos de estos detractores de los derechos de autor se basan en el concepto de Cultura libre, acuñado por Lawrence Lessig y su modelo de negocios llamado Creative commons, el que se desprende de las excepciones de la ley de derecho de autor, y permite la libre circulación de las creaciones ingresadas al dominio público. Como todos sabemos Lessig es un abogado liberal, surgido desde las entrañas de los grupos neoreaccionarios, amparados en Silicon Valley, el corazón de los negocios digitales del mundo global.

En esta discusión que lleva más de veinte años, entre el mundo digital y el de derechos de autor en otras latitudes, hoy toca finalmente tierra en nuestro país, de cara a la redacción de nuestra nueva constitución. El punto es poner entonces los reales intereses que hay detrás de la promoción de estas excepciones del derecho, que implica desposeer a los artistas de sus derechos de autor y que irónicamente son llamados como Copyleft, en oposición al Copyright, adoptado desde la doctrina anglosajona.

Ingenuamente muchos y especialmente los jóvenes progresistas se identifican con el copyleft, como si este surgiera de una ideología de izquierda en oposición a la derecha económica. Confusión plausible, si efectivamente entendemos Creative commons como una excepción del derecho de autor, donde el propietario o creador, hace uso pleno de su derecho de esta excepción a la ley. Mas el punto es que no podemos confundir esa excepción como una norma y mucho menos un cuestionamiento de este derecho, para convertirlo hoy en un derecho por si solo. Muchos de estos detractores, que muchos son lobbystas de grandes transnacionales encubiertos, buscan oponer la decrepitud del actual estado de derecho, aduciendo que es antiguo y que no se condice con las ciber tecnologías del conocimiento, y promueven el acceso de este conocimiento a escala masiva y gratuita. Lo que hoy efectivamente existe, a nivel de software libre y de los contenidos de libre acceso, que están disponibles bajo el modelo ya descrito de Creative commons. De cualquier manera, la doctrina de la ‘Cultura libre’ y de Creative Commons de Lawrence Lessig, pasa por quitar libertad a los artistas, Limitar a los creadores como propone en el capítulo 12 de su libro. Es decir, liberalizar la cultura y aprisionar a los artistas. Una loable hazaña.

Es muy importante distinguir entonces el verdadero espíritu, los grandes intereses, detrás de estos grandes ‘liberales’ de Silicon Valley, que pretenden liberar las supercarreteras de información a todo el mundo, y de paso transformar el ciber espacio en el “wild west” lleno de matones y pistoleros ávidos de cazar y usufructuar gratuitamente de las creaciones de otros. Empresarios como Peter Thiel, cercano doctrinariamente a Donald Trump, Curtis Yarvin (alias Mencius Moldbug, como bloguero) junto al filósofo Nick Land, han liderado una filosofía «neorreaccionaria» que se opone al igualitarismo y, muchas veces, la vemos vinculada con la derecha alternativa, con ideas antiigualitarias y antidemocráticas que sustentan la neorreacción, así como la defensa del «racismo científico» y la eugenesia. Peter Thiel fundador de Paypal junto a Elon Musk, sostiene en su libro “The education of a libertarian” (2009): “Yo no creo que la libertad y la democracia sean compatibles”

¡No nos confundamos, señores artistas y señores constituyentes! Quienes están detrás de estas ‘libertades’ no son los pensadores de la nueva izquierda y la social democracia chilena, son Google, Instagram, Facebook, Tik tok, Spotify, Netflix, Amazon y una interminable lista de transnacionales que buscan compartir libremente o por céntimos, los contenidos de los creadores en la tecno utopía neoliberal de Silicon Valley.

Al respecto el crítico y ensayista William Deresiewicz, publicó el año pasado “La muerte del artista”. Un ensayo que analiza sobre cómo los creadores se ganan la vida hoy, en la era digital. En una época en la que todo deberían ser facilidades y posibilidades de conocimiento, dada la supuesta fusión entre inventiva y tecnología. Sin embargo, la inmensa mayoría de los artistas solo aspiran a poco más que luchar por sobrevivir. Cómo los creadores luchan en el siglo XXI por sobrevivir en la era de los billonarios y la tecnología es la cruda realidad de los artistas en el terreno musical, el de la escritura y las artes visuales. Lo que sin duda genera, desigualdades mayores en países como el nuestro dónde recién se está implementando una institucionalidad en el territorio de las artes, que aspirar a ser considerada como una industria y donde los artistas se deben medir contra Goliat, en una asimetría funcional, comparable a los mejores tiempos del absolutismo.

Deresiewicz desarticula los añejos argumentos de Silicon Valley, el acceso liberado a los recursos de producción, la eliminación de barreras e intermediarios, la libre distribución, el alcance inmediato y universal. Argumentos que profundizan la inequidad, como el que dice que: “Internet ha democratizado tanto el panorama, que todo el mundo —si así lo desea y tiene acceso a banda ancha— es un artista”. Por tanto, en un mundo lleno de artistas democratizados y formados en tutoriales de Youtube ya no hay cabida para los propios artistas, creando un abismo mayor en el modelo histórico de pobreza de éstos.

Esto me recuerda un momento de la historia del arte en los países bajos, en el siglo XVII, cuando se produjo una sobreoferta del mercado de la pintura local y la consiguiente desvalorización de las obras y de la profesión. Los artistas de la época, para sobrevivir tuvieron que recurrir a diversas profesiones y oficios. Bajo esta óptica se puede argumentar que la historia del arte siempre ha estado asociada a las penurias económicas de los creadores.

Hoy bajo las ansiosas promesas de promoción en los portales de venta y distribución o en las aplicaciones de redes sociales, los artistas son esclavos de los algoritmos, de los suscriptores y los likes, mientras tratan de conseguir infructuosamente que Instagram, Spotify o Youtube, le paguen el arriendo de su casa y sus insumos de vida.

¿Cómo es esperable entonces dejar estos caminos abiertos a los billonarios de la era digital? Si no pagan derechos de autor los que distribuyen gratuitamente esos contenidos, ¿quiénes los pagan? ¿El estado entregará un subsidio a los artistas? ¿Deben los artistas entregar gratuitamente sus derechos y sus creaciones? Esas respuestas, no preguntas, deben pensar los honorables constituyentes. Es más, desde este punto de vista habrá que preguntarse por la necesidad de los artistas en la sociedad, porque la era digital ha mutado exponencialmente nuestra propia valoración del arte, para convertirla en una mercancía sin costo e ilimitada, especialmente cuando hoy la concentración del comercio de servicios culturales se concentra en un 95% en los países más ricos del planeta.

Para respaldar esto basta leer el reciente informe de la Unesco que advierte: “La situación de muchos artistas ha pasado de ser precaria a insostenible, poniendo en peligro la diversidad de la creación”. En dicho informe llamado Re-pensar las políticas para la creatividad, la entidad señala que “En los países de los que se dispone de datos, los ingresos de las industrias culturales y creativas se redujeron entre un 20% y un 40% en 2020*, y estos sectores registraron, en general, peores resultados que sus respectivas economías nacionales, por lo que han sufrido más daños que durante cualquier crisis anterior”. Por lo que podemos afirmar que hoy cualquier política que apunte al menoscabo de los derechos de los artistas y entre estos los derechos de autor, aceleran la muerte del arte y los artistas.

Nuestra nueva Constitución antes de proveer derechos culturales a la comunidad debe proveerlos a los artistas para generar cultura y no dejarse encantar con las tecno utopías de Silicon Valley, que pretenden reemplazar el arte con la inteligencia artificial. No nos imaginamos un mundo futuro lleno de ingenieros y sin artistas. No nos imaginamos un país sin imaginario.

 

*VV.AA., Re/pensar las políticas para la creatividad (2022) Informe Mundial UNESCO. El desplome de los ingresos y del empleo se produjo tras una reducción de la financiación pública y un aumento de la precariedad de los trabajadores culturales. Estos factores han reforzado pautas arraigadas de desigualdades regionales y de género (Banks y O’Connor, 2020). Durante la pandemia, la digitalización pasó a un primer plano, adquiriendo un papel más central en la creación, la producción, la distribución y el acceso a las expresiones culturales. Como consecuencia de ello, las multinacionales de Internet consolidaron su jerarquía, y las desigualdades en cuanto al acceso a Internet se hicieron más patentes (UNESCO, 2020f).

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias