El nobel de economía y a menudo el académico favorito del mundo en desarrollo -ya que suele ponerse de su lado en contra de los países ricos, particularmente contra Estados Unidos- reconoció que «deberíamos enfrentar la realidad. Debemos aprender de nuestros fracasos”, en una entrevista a Bloomberg.
Joseph Stiglitz, el premio Nobel de economía, está tratando de convencer a los negociadores en materia de calentamiento global de que avanzan por un callejón sin salida. Ya es probablemente demasiado tarde para lograr algo sustancial en la muy esperada Conferencia sobre Cambio Climático de Naciones Unidas de diciembre en París, dice, de modo que el verdadero avance vendrá después.
No es un mensaje que a los negociadores les guste oír, pero a Stiglitz no le importa. “Digo que deberíamos enfrentar la realidad. Debemos aprender de nuestros fracasos”, dijo en una entrevista telefónica esta semana.
Stiglitz dio a los periodistas de Bloomberg un anticipo de comentarios que tiene previsto hacer hoy en París en la Conferencia Científica Internacional, uno de los últimos grandes conclaves previos a la cumbre de diciembre. Stiglitz, profesor en la Universidad de Columbia en Nueva York, es quizás el economista estadounidense favorito del mundo en desarrollo ya que a menudo se pone de su lado en contra de los países ricos, particularmente los Estados Unidos.
El Plan A para el cambio climático fue un sistema de comercio de derechos de emisión: fijar límites para la cantidad de gases de efecto invernadero que los países podían arrojar al aire y permitir luego que dichos países intercambiaran sus derechos de emisión entre sí. Los emisores que pueden reducir a bajo costo realizan las mayores reducciones, de modo que el sistema de comercio de emisión alcanza un determinado número de reducciones de emisiones al menor costo posible.
El sistema de comercio de emisión no funciona, empero, sin topes ejecutables, y los países no han podido ponerse de acuerdo respecto de cuáles deberían ser dichos topes. Stiglitz dice que es inevitable. Dar grandes asignaciones a los grandes emisores los recompensa involuntariamente por haber generado un gran calentamiento global en el pasado y es “claramente moral y políticamente inaceptable”, dice Stiglitz. Por otro lado, dar asignaciones a los países con un criterio per cápita sería atractivo para los países pobres con grandes poblaciones, pero “no tengo esperanzas de conseguir que Estados Unidos acepte un reparto igual del espacio del carbono”. Su balance final: “El comercio de derechos de emisión está condenado al fracaso”.
El Plan B tampoco lo impresiona: son los compromisos voluntarios que los países han venido anunciando en vísperas de la cumbre de París. “Ante la falta de acciones más enérgicas, las acciones voluntarias sencillamente no resuelven los problemas de los bienes públicos globales”, dice. En otras palabras, los países no se esforzarán lo suficiente si no hay una obligación de por medio.
El plan de Stiglitz es fijar un precio global único para el dióxido de carbono, el gas de efecto invernadero más importante. La idea es que sea tan caro utilizar carbono que los consumidores y las empresas lo consuman en menor cantidad. Los países podrían elevar el precio del carbono ya sea a través de un impuesto o por medio de un sistema local de comercio de derechos de emisión, dice Stiglitz. Desde su perspectiva, si un país no fijara el precio del carbono lo suficientemente alto, esperando ganar una ventaja de precio, otros países estarían autorizados a cobrar aranceles sobre sus exportaciones. Él introduciría un fondo verde para indemnizar a los países muy afectados por la pobreza.
En lo que se refiere a la conferencia de diciembre en París, Stiglitz dijo simplemente a Bloomberg: “Es una farsa”.