Publicidad
Brexit, ejemplo de la rebelión mundial contra las elites metropolitanas Opinión

Brexit, ejemplo de la rebelión mundial contra las elites metropolitanas

Que los líderes británicos han sido irresponsables, interesados y torpes difícilmente esté en duda. Cediendo a las cruzadas de la prensa amarilla, el primer ministro británico, David Cameron, hizo promesas claramente falsas de controlar la inmigración. Después apostó a un referéndum de trascendencia mundial para silenciar a algunos disidentes molestos de su propio partido. Con la esperanza de reemplazar a Cameron después del Brexit, Boris Johnson pasó rápidamente de ser el alcalde pro-Unión Europea de Londres a fomentar la eurofobia.


La semana pasada, la rebelión mundial contra las elites metropolitanas logró un impresionante resultado: el Brexit. George Orwell una vez definió a Inglaterra como “una familia con los miembros equivocados” –los llamó “tíos irresponsables”- en el control. En un país profundamente fracturado, el floreciente Londres quedó aislado en tanto una mayoría de votantes de Inglaterra y Gales excluidos de la globalización optaron por recuperar ese control, tal como proponía el pegadizo eslogan de la campaña a favor de la salida.

Mientras los mercados se hunden y el Reino Unido tambalea por el pánico y el miedo hacia la fragmentación, sólo el tiempo dirá qué es exactamente aquello de lo que ha tomado el control esta ala de la familia. Por ahora, deberían analizar con urgencia el papel histórico y el comportamiento reciente de esos peculiares tíos a los que han despreciado.

Que los líderes británicos han sido irresponsables, interesados y torpes difícilmente esté en duda. Cediendo a las cruzadas de la prensa amarilla, el primer ministro británico, David Cameron, hizo promesas claramente falsas de controlar la inmigración. Después apostó a un referéndum de trascendencia mundial para silenciar a algunos disidentes molestos de su propio partido. Con la esperanza de reemplazar a Cameron después del Brexit, Boris Johnson pasó rápidamente de ser el alcalde pro-Unión Europea de Londres a fomentar la eurofobia.

Hace apenas un mes, estos políticos atizaban juntos la intolerancia antimusulmana en la ciudad más multicultural del mundo para intentar que se eligiera a un compañero de Eton para el antiguo cargo de Johnson. Juntos estos amigos-enemigos infantiles ahora han condenado a su país a una caída y un aislamiento irreversibles al tiempo que han desatado a los demonios del racismo y el chauvinismo.

Su locura tiene una importancia más amplia en nuestra era de indignación con las elites egoístas. El odiado “establishment” de hoy en el ámbito de la política, los negocios y los medios –identificado con rasgos como el interés personal, la habilidad, el ingenio y la agilidad en el debate- es un producto de exportación especial de Gran Bretaña al mundo (el periodista británico Henry Fairlie fue quien acuñó el término) en la misma medida que el capitalismo y la democracia parlamentaria.

Parece pertinente hoy que escuelas públicas esencialmente inglesas como Harrow y Haileybury tengan delegaciones en países asiáticos en ascenso y ofrezcan fabricar globalmente una clase dirigente segura de sí y elocuente. Porque la figura original del establishment se formó en los campos de juego ingleses para dirigir un imperio mundial.

Al abandonar India durante la catastrófica partición de 1947 y retirarse apresuradamente a su pequeña isla, las elites británicas quizá hayan llegado “al final de sí mismas tal como eran”, según las palabras de Paul Scott en “The Raj Quartet”. Sin duda, durante décadas, la Gran Bretaña postimperial pareció encogerse hasta tornarse irrelevante con sus problemas económicos autoinfligidos.

Pero el individualismo radical de Margaret Thatcher, basado en la curiosa idea de que “la sociedad no existe”, hizo que una clase gobernante que improvisaba pareciera un grupo de innovadores ideológicos. La globalización financiera, que se aceleró durante toda la década de 1990, y el advenimiento de la “Tercera Vía” de Tony Blair fortalecieron el mito de la resurrección económica e intelectual de Gran Bretaña. Con uno de los ejercicios de branding más exitosos de nuestros días, la vieja y deprimente Gran Bretaña postimperial mutó en “Cool Britannia”, líder de una nueva cultura global que mezclaba audazmente a las clases creativas con los hombres de negocios, los periodistas y los tecnócratas en las metrópolis del mundo.

En esta constelación de poder blando británico, The Financial Times y The Economist, dos publicaciones periódicas de Londres, llegaron a moldear la opinión entre los Hombres de Davos en todo el mundo. No parecía importar que el contrato social estuviera disolviéndose en el norte desindustrializado de Inglaterra ni que los habitantes de la región sintieran cada vez más que no había ni sociedad ni Estado. Porque los centros británicos de los flujos financieros e ideológicos mundiales –la City, la London School of Economics, las Universidades de Oxford y Cambridge- estaban ubicados en un radio de 50 millas (80 kilómetros). La concentración más densa de oligarcas, así como la infraestructura de apoyo para ayudarlos a gastar su dinero, podían hallarse en un solo municipio de Londres.

Dada esta proximidad, y la endogamia de las elites política, financiera y mediática, la “burbuja” de Londres, ahora motivo de tantas burlas, se formó naturalmente. Para muchos de los que habitan el continente europeo, una Inglaterra en rápida decadencia física y moral quizá estuvo representada por su prensa sensacionalista xenofóbica y los hooligans de su fútbol –que cantaban “Votamos por salir” la semana anterior al Brexit mientras atacaban a la policía francesa en Marsella-.

Sin embargo, para muchas personas de todo el mundo, Gran Bretaña seguía siendo Winston Churchill, los Beatles, Downton Abbey, Harry Potter, la familia real y los melosos hombres de relaciones públicas de Londres. Los neoconservadores y los halcones liberales de los Estados Unidos contaban con el desenvuelto Tony Blair más que con el poco elocuente George W. Bush para vender el ataque preventivo contra Irak. Los miembros del establishment británico luego ofrecieron sus servicios de imperialistas expertos durante la ocupación del país, con resultados desastrosos, como era de prever.

Desde entonces, las señales de oportunismo e imprudencia de una elite británica que se autoperpetúa se han multiplicado. Blair pasó de forjar la democracia en Oriente Medio a asesorar a déspotas africanos y asiáticos. Impaciente por bombardear Libia, Cameron, como señaló el presidente estadounidense Barack Obama, fue rápido para alejarse cuando el país implosionó en el yihadismo.

En esta escala de delitos, el Brexit representa un atentado suicida colectivo. Así es como las primeras elites globalizadas llegaron al fin de sí mismas tal como eran, condenando a su propio país a la desintegración y el desmoronamiento.

Pankaj Mishra

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o Bloomberg LP y sus dueños.

Publicidad

Tendencias