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Brexit: la mitad de los británicos rema contra su propia historia ANÁLISIS

Brexit: la mitad de los británicos rema contra su propia historia

Hugo Traslaviña
Por : Hugo Traslaviña Periodista económico
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«El imperio británico logró imponer su hegemonía capitalista, su cultura, sus modas, sus artistas, su lengua, sus instituciones y su vocación globalizadora, por medio de una acción deliberada de su clase dirigente y empresarial, fuertemente respaldada por una monarquía que tempranamente buscó legitimarse en un sistema político parlamentarista. Esto ocurrió de manera coetánea con el afán de otros países europeos de abrirse paso en el resto del mundo para consolidarse como potencia económica, tales como España, Holanda y Francia, pero los hechos demuestran que los británicos fueron los únicos que lograron pasar de la fase mercantilista al capitalismo hegemónico moderno».


Más allá del pánico provocado por el Brexit entre los especuladores de bolsa, monedas y commodities, resulta contradictorio observar cómo los actuales herederos del primer imperio globalizador de la era moderna, Gran Bretaña, que creció, se enriqueció y medró con su propia ola de inmigración hacia la mayor parte del planeta, sean ahora quienes rechazan parte de las consecuencias de una estrategia de dominación política, económica, cultural y militar, con que los ingleses impusieron la Pax Británica, es decir, el orden económico y político internacional, que hasta el día de hoy se sigue proyectando con la llamada Pax Americana.

De este modo, los resultados del referéndum realizado el 23 de junio pasado, en que el 51,9% de los británicos votó por el retiro de su país de la Unión Europea, reflejan parte de una subyacente contradicción histórica, que pone en jaque los postulados liberales del principal imperio globalizador de la era moderna.

El detonador de este afán nacionalista expresado por una mayoría relativa de ciudadanos británicos para volver a aislarse del resto de Europa, es el descontento frente a la actitud benevolente de este bloque hacia la ola de inmigrantes, que tomó fuerza en los últimos años, como consecuencia de los desastres bélicos, étnicos y religiosos en cercano oriente y las crisis políticas y económicas en numerosos países africanos.

Si hubo un poderoso modelo globalizador surgido en la época Moderna y que logró proyectarse hacia los siglos XX y XXI, para mantenerse hasta nuestros días como el principal poder hegemónico mundial, es el capitalismo imperial británico, hoy día representado por Estado Unidos, que se mantiene como la primera economía mundial y también como la principal potencia militar del planeta.

El idioma inglés se transformó en el de mayor uso para el intercambio económico, comercial, financiero y científico a nivel internacional no por milagro. Fue porque los británicos se levantaron como primera potencia política y comercial en el siglo XVII. Ello ocurrió porque desde un siglo antes los ingleses salieron de su isla a conquistar el mundo, a sangre y fuego, instalando colonias y protectorados desde Australia y Nueva Zelandia, hasta Norteamérica, El Caribe e islas Malvinas, en el hemisferio occidental, pasando por decenas de países y territorios en Asia, África y Oceanía.

De este modo, el imperio británico logró imponer su hegemonía capitalista, su cultura, sus modas, sus artistas, su lengua, sus instituciones y su vocación globalizadora, por medio de una acción deliberada de su clase dirigente y empresarial, fuertemente respaldada por una monarquía que tempranamente buscó legitimarse en un sistema político parlamentarista. Esto ocurrió de manera coetánea con el afán de otros países europeos de abrirse paso en el resto del mundo para consolidarse como potencia económica, tales como España, Holanda y Francia, pero los hechos demuestran que los británicos fueron los únicos que lograron pasar de la fase mercantilista al capitalismo hegemónico moderno.

Expansionismo británico

Aquella clase dirigente británica también descubrió tempranamente que para crecer como imperio era necesario someter a otros pueblos y ahogar sus culturas, aprovechando de paso la explotación de los recursos naturales en ultramar y el desarrollo de mercados de consumo en distintos puntos del planeta, para vender los bienes que comenzaron a producir masivamente en la metrópolis, como resultado del florecimiento de la primera revolución industrial.

¿Qué podrían responder hoy los nacionalistas británicos, que votaron a favor del Brexit, frente al rol que desempeñaron sus antepasados recientes, cuando salieron de la isla para colonizar territorios a lo ancho del mundo? ¿Serán estos mismos votantes los que renieguen de su propia historia y que motivados por un nacionalismo reactivo pretendan detener el avance globalizador que su propio país impulsó?

Otra pregunta que surge luego del referéndum británico es si esta ola nacionalista que hace gala de conceptos añejos como la protección del espacio vital y del acceso preferencial al empleo y a los beneficios de la seguridad social solo para los connacionales, logrará propagarse a otros países donde también han surgido movimientos nacionalistas de ultraderecha que rechazan a los inmigrantes.

A priori, la respuesta es sí, porque el resultado del referéndum británico da cuenta también de que los ideales del paneuropeísmo (cooperación e integración económicas, humanismo y democracia), impulsados por la Unión Europea no han logrado permear mayoritariamente, sobre todo en los momentos críticos.

Estos ideales han sido puestos en tela de juicio por las sucesivas crisis económicas sufridas por varios miembros de la Unión, principalmente del sur y del este del continente; por la pesada carga impositiva que soporta la ciudadanía para enfrentar los déficit fiscales; por los crecientes recortes de beneficios sociales del estado benefactor; por el aumento de la burocracia –y por tanto del gasto- en la propia institucionalidad de la Unión; por la fuerte oleada de inmigrantes que han llegado a Europa en el último año, provenientes del cercano oriente; y por la seguidilla de atentados terroristas ocurridos en importantes ciudades del corazón de Europa.

Pero los británicos que votaron por la salida de la Unión Europea no son solo de ultraderecha, la que de paso sigue siendo minoría en Reino Unido. Hay indicios diversos de que los adherentes al Brexit son transversales y que provienen de distintos partidos y movimientos políticos, de derecha e izquierda, incluidos los laboristas (socialdemócratas). Un par de días después del referéndum, el ex primer ministro laborista Tony Blair, acusó directamente al actual líder de su partido, Jeremy Corbyn, de no haberse jugado como corresponde en contra del Brexit. Según Blair, los partidarios laboristas que votaron a favor del Brexit, “no recibieron un mensaje claro de su propio partido, cuyo líder Jeremy Corbyn, se mostró tibio acerca de permanecer en la UE”.

Por lo tanto, los riesgos de la inmigración solo hicieron más patentes los problemas económicos y sociales que viven hoy los británicos, a los que se agregan el aparentemente oscuro panorama que presenta a estas alturas el desarrollo del proyecto paneuropeo.

Problemas inmediatos

Está por verse si aquella mayoría transversal que votó a favor de abandonar la UE dará un salto cualitativo para conformar un bloque político y ciudadano más sólido y permanente, situación que es altamente improbable, porque en los hechos quienes más tienen que perder por la salida de la UE son los propios británicos. Una vez que se concrete la salida, en un par de años, este país será tratado como cualquier otro del planeta para acceder a ese mercado, salvo que suscriba un acuerdo de libre comercio amplio, lo cual podría demorar unos cuantos años antes de que los británicos superen la crisis económica que ya les está ocasionando el solo anuncio de la salida del mercado común.

Si a esto se agregan las pretensiones de Escocia e Irlanda del Norte de autonomizarse del Reino Unido, precisamente porque una mayoría de ciudadanos de ambos territorios votó a favor de permanecer en la UE, contraviniendo a la mayoría relativa de votantes a favor de la salida en Inglaterra y Gales, los problemas de la metrópolis arraigada en Londres serán aún mayores.

Mientras tanto, los líderes y ciudadanos británicos que votaron a favor de la permanencia de su país en la UE, tendrán que redoblar sus esfuerzos para tratar de persuadir a los contradictores de este proyecto, entre otras cosas, para que no renieguen de su propia historia y admitan que el curso de los hechos en pleno siglo XXI, conduce a la integración de los pueblos (o de los mercados como preferirían algunos), ayudada por la globalización tecnológica y el creciente avance de la diversidad, racial, religiosa y cultural. Esa misma diversidad que otrora los propios británicos atropellaron, pero tuvieron que aprender a tolerar una vez que el colonialismo que impulsaron desde el siglo XVI fue derrotado en el siglo XX.

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