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El auténtico riesgo post Brexit es que Europa podría fracasar Opinión

El auténtico riesgo post Brexit es que Europa podría fracasar

En los años 80, el gobierno europeo cayó en la cuenta de que las devaluaciones competitivas de las monedas estaban obstaculizando al mercado único, que supuestamente debía traer más especialización industrial y economías de escala. Esperaban que una moneda única acabara con ese juego, generalizara las tasas de interés bajas de Alemania y permitiera a los gobiernos nacionales reducir los niveles de déficit y de deuda, tal como consagraba el acuerdo de Maastricht.


Si bien las consecuencias a corto plazo del Brexit no deben ser desatendidas, es el fracaso inminente del proyecto europeo lo que debería provocar un mayor sentimiento de preocupación. Los dos logros más grandes de la Unión Europea desde que se estableció el mercado único –el euro y la posibilidad de viajar sin fronteras– están amenazados. Esas implosiones podrían ser de una magnitud mucho más dolorosa que la del voto de los británicos.

Ambas están íntimamente relacionadas. En los años 80, el gobierno europeo cayó en la cuenta de que las devaluaciones competitivas de las monedas estaban obstaculizando al mercado único, que supuestamente debía traer más especialización industrial y economías de escala. Esperaban que una moneda única acabara con ese juego, generalizara las tasas de interés bajas de Alemania y permitiera a los gobiernos nacionales reducir los niveles de déficit y de deuda, tal como consagraba el acuerdo de Maastricht.

Pero habría un costo: respetar estas reglas crearía un problema político, ya que partes de la fuerza laboral serían desplazadas. Fue entonces que surgió el acuerdo de Schengen en 1985. Los perjuicios de una restricción fiscal y de los ajustes se aliviarían promoviendo la libertad de movimientos. La gente podría perder su trabajo en Fiat, pero podrían ir a trabajar al Ruhr. El mercado único ya había consagrado esta libertad, pero Schengen lo hizo realmente palpable al eliminar los controles fronterizos.

Como resultado, el comercio trasfronterizo, el turismo y la movilidad laboral crecieron notablemente con el tiempo. La libertad de jubilarse, ir de vacaciones o estudiar en otros países de la UE creó electorados favorables a Europa. Como las encuestas del Eurobarómetro constantemente mostraban, la capacidad de viajar sin fronteras era altamente popular. Ahora, tanto el euro como el Schengen están en terapia intensiva.

El Schengen ha estado últimamente bajo la tensión de la inmigración descontrolada proveniente del exterior de Europa y la amenaza de ataques terroristas. Sin Schengen, el proyecto europeo pierde un sentido de destino común, un aura de posibilidad y una gran parte del atractivo que tenía, particularmente entre los jóvenes. Ya no es posible tener “solamente” libertad de movimiento sin la posibilidad de viajar sin fronteras, puesto que ahora a los europeos les parecerá como que les han quitado una libertad crucial.

La posible desaparición de Schengen ha socavado el apoyo a la UE como un todo y, a cambio, ha agravado los problemas que enfrenta el euro, recientemente calificado por el enigmático Alan Greenspan de vulnerable. Y hasta eso fue una subestimación. El Banco Central Europeo casi ha gritado que la política monetaria por sí sola puede ganar tiempo pero no puede mantener unida para siempre una eurozona sin terminar. Alemania, con la mayor participación dentro del BCE, ha observado con preocupación las rondas consecutivas de expansión monetaria. Mientras tanto, otras economías de la eurozona han sufrido los efectos del superávit de cuenta corriente de Alemania, tan grande que el país recibió una advertencia del Tesoro de EE.UU. como un posible manipulador de monedas.

El alto desempleo entre los jóvenes de los países del sur y la falta de rentabilidad de los ahorros de los mayores en Alemania son un peligroso cóctel político. Las olas descontroladas de migración no han hecho más que incentivar el sentimiento de que los países deben, como lo presentaban los discursos pro Brexit, “recuperar el control”. A lo largo de toda Europa los partidos políticos que han decidido subirse a esta ola de descontento están aumentando su popularidad y están llamando abiertamente a una salida de la UE.

Fortalecer al euro y al Schengen –o al menos prevenir su desaparición– no es posible. Un mejor control de las fronteras exteriores y un mayor intercambio de inteligencia hará más seguro el desplazamiento sin fronteras y más defendible, desde una perspectiva de seguridad. Pero –y esto es crucial– también deberá haber menos beneficios sociales generosos para aquellos que no han contribuido al sistema, algo que el primer ministro de Dinamarca mencionó el jueves. Eso podría ser políticamente controvertido, pero posiblemente es la única manera de aferrarse a los modelos de bienestar socialdemócratas sin generar una atracción irreprimible para los migrantes pobres.

Remover las vulnerabilidades del euro requiere, en última instancia, del tipo de política fiscal compartida a la que los países de la UE se han resistido. Pero aún sin eso, hay maneras de utilizar la moneda única para impulsar el crecimiento. En vez de subsidiar los bonos corporativos, las recompras de acciones y los programas de seguridad social, la liquidez que proveen las medidas de relajación monetaria debería ser destinada a la inversión, lo que a su vez crearía empleos y oportunidades de crecimiento. Europa ha hecho ruidos en esa dirección con su Fondo de Inversión, pero los recursos dedicados a ese esfuerzo (y los resultados hasta ahora) son insignificantes.

Si no puede arreglar sus proyectos insignia, la UE se enfrentará a mucha más agitación que simplemente un voto británico de salida.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP o la de sus propietarios.

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