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Hernán Büchi y su cruzada por defender el modelo y frenar la reforma tributaria


Está en la campaña más importante de todas: la de las ideas. Poniendo en juego su prestigio político, técnico y académico para defender un modelo que está siendo puesto en jaque en una de sus materias más sensibles: los impuestos.

A Hernán Büchi —ingeniero en minas, máster en Economía de Columbia, asesor de la cartera de Economía, subsecretario de salud, director de Odeplan, superintendente de Bancos y ministro de Hacienda de Pinochet— este es un tema que lo obsesiona. Tanto así que superó su alergia mediática y ahora acepta invitaciones, expone, se queja y critica al Gobierno como uno más de la oposición. Quienes trabajaron con él en Libertad y Desarrollo dicen que en los últimos 24 meses ha hablado más que en ocho años. La razón, según sus cercanos: una creciente antipatía por lo que está haciendo el Gobierno de Sebastián Piñera.

Acostumbrado por años a ser únicamente el rostro del seminario anual de la Universidad del Desarrollo, de la cual es fundador y presidente de su consejo directivo, y a dar una entrevista al año, ahora contabiliza en las últimas dos semanas dos presentaciones y dos entrevistas. Esta tarde estará debatiendo con Andrés Velasco en el encuentro “Meritocracia y movilidad social”, organizado por el nuevo referente Horizontal.

Un protagonismo que nunca se le vio durante los gobiernos de la Concertación, periodo en el cual ejercía su influencia a través del Instituto Libertad y Desarrollo que fundó en 1990 y en el que aún es consejero.

Considerado por la elite empresarial como el mejor economista y el mejor ministro de Hacienda de la historia, Büchi está ejerciendo presión frente a un Gobierno que ni él ni quienes votaron por Piñera sienten como suyo. En la primera entrevista con la que estrenó su nueva faceta dijo a Qué Pasa: “Piñera se equivoca al gobernar con las banderas de otros”. Sus dichos estuvieron cruzados por la desconfianza, las dudas y una férrea oposición a una reforma tributaria que no tomaba cuerpo, pero ya se olfateaba. “Ante el discurso de la desigualdad reaparece el tema tributario cuando sabemos que lo que importa para tener mayor recaudación es que el país crezca”.

Al ministro de Economía, Pablo Longueira, al que parte de la elite económica llama “Robin Hood”, le mandó un mensaje. “Me gustaría que el ministro Longueira tome la bandera y diga voy a crear miles de empresarios”.

Los cruces de Büchi con el mundo empresarial están dados por su histórica presencia en directorios: Banco de Chile, Quiñenco, Soquimich, Falabella, Madeco, Luchetti, Pilmaiquén, son algunos de los que anota en su currículum. Tenerlo adentro viste. No hay mejor rostro en el mundo de los negocios que el de este fanático del trote, del parapente, que pertenece a la Fundación Leaky —dedicada al estudio de la evolución del hombre a través de los simios—, que no es creyente y al que sus amigos más cercanos llaman “Pelao”.

Directo, sin preámbulos y dejando de lado los conceptos de impulso privatizador o eficiencia —tradicionales en el discurso de un tecnócrata como él—, volvió a criticar en una extensa entrevista que dio a El Mercurio en enero el manejo del Gobierno por no tener la fuerza de defender sus propias ideas y por impulsar una reforma tributaria que no todos en La Moneda comparten, pero que han debido apoyar.

“Subir los impuestos puede aumentar la desigualdad si es que afecta el empleo. Coincido con Andrés Velasco en que la insuficiencia de empleos entre los más pobres es el principal motivo que explica la desigualdad”. Con esas palabras Büchi evidenció su mayor cercanía con el ex ministro de Hacienda, el más apreciado por los empresarios durante la Concertación, que con Pablo Longueira, con quien comparte el ideario de la UDI.

Con el ex Presidente Lagos libra, a estas alturas, una batalla en la que se rebaten punto por punto. “Dice que fue exitoso en luchar contra la pobreza entregando subsidios, pero lo cierto es que más de 80% de las personas que dejó la pobreza entre 1990 y 2010 fue gracias al crecimiento económico y no a ayudas del Estado, según un estudio de Libertad y Desarrollo. La ayuda del Gobierno no resuelve problemas y si no hay crecimiento económico, no hay empleo”, declaró en El Mercurio.

Tres meses después en el encuentro “2012: recuperando la confianza”, de la Universidad del Desarrollo, se enfrentaron en un debate. No concordaron en nada. Büchi volvió a cuestionar la gestión de Piñera, representando el sentir del empresariado. Y usó una palabra que ya es una constante en sus intervenciones: decepción. Una reforma tributaria lo decepcionaría —dijo—, porque no es una idea nueva, no representa el cambio prometido y es más de lo mismo. “Va a disminuir la velocidad y fuerza del crecimiento”. Así, instaló una idea que tímidamente levantan algunos dirigentes gremiales: los impuestos los terminan pagando las personas, porque si a las empresas se los suben, cae el empleo.

Previamente, en el Congreso, ante la bancada de la UDI había planteado “estoy desilusionado, estamos perdiendo la batalla de las ideas». Incluso aseguró haber tomado distancia con el partido por su actitud poco crítica. En esa reunión recordó que había perdido la elección presidencial en 1989, pero había ganado “la batalla de las ideas”, porque se mantuvieron las bases del modelo del régimen de Pinochet.
«Ahora me pasa lo contrario”, dijo.

No es fácil la tarea que ha emprendido. Hay ideas que han permeado al Gobierno y que Ricardo Lagos, convertido en el defensor de los gobiernos de la Concertación, ha sabido sacar partido: Chile es uno de los países con mayor desigualdad del mundo. “¿Vamos a seguir con este honroso lugar que tenemos en la distribución de ingresos?», le planteó en el debate cara a cara.

En su última aparición —el encuentro de Compass Group, en el que también estuvieron el ministro de Hacienda, Felipe Larraín, y el economista estadounidense Jeremy Siegel— planteó «no nos dejemos llevar por opiniones que no están argumentadas». Y remató con que el único país que recauda un mayor porcentaje con impuestos a las empresas que Chile, es Noruega. El mensaje ahí fue claro: no es necesario subirle los impuestos.

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