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Opinión: PIB Per Cápita y Desarrollo


Por Francisco Klapp, Investigador del Programa Económico de Libertad y Desarrollo

Los últimos datos del Índice Mensual de Actividad Económica (Imacec) recién publicados por el Banco Central (BC) para el mes de diciembre, registran un crecimiento de 4,7 %, superando una vez más durante el año a las expectativas más optimistas de los analistas. Con esto se concretaría un crecimiento del PIB de 5,6 % en 2012, el cual se confirmaría en marzo cuando el BC publique las cifras actualizadas de Cuentas Nacionales. Tomando en cuenta este resultado, se alcanzaría un crecimiento promedio de 5,9 % en lo que va de la administración Piñera. Lo anterior, sin duda es positivo -aunque no necesariamente sostenible y carente de riesgos- y se refleja en las cifras relacionadas con el bienestar de las familias, como lo son el bajo nivel de desempleo -6,1% en diciembre y 6,4% promedio en 2012- y el rápido crecimiento de las remuneraciones reales -4,7% acumulado en 2012.

Lo segundo es especialmente valorable porque se apreciaría un incremento del poder adquisitivo real a través de todos los deciles de ingreso. De lo anterior, también se desprende que nos encontraríamos ad portas de alcanzar la -para algunos, idílica- marca de los 20 mil dólares de ingreso per cápita. Cabe reflexionar acerca de lo que implica esto, su relación con el ambiguo concepto de desarrollo y los desafíos que plantea. El PIB no pretende ser más que una medida del valor de mercado de los bienes y servicios que se producen oficialmente dentro de un país. Naturalmente deja fuera actividades valiosas como el trabajo en el hogar, los servicios de software gratuito, servicios ambientales y el sector informal.

Pero no por lo anterior deja de ser uno de los indicadores más significativos de una economía, ya que correlaciona de manera bastante estrecha -especialmente en largos períodos de tiempo- con las mejoras en medidas más directas del bienestar de las personas, como lo son los indicadores de salud, educación, empleo y remuneraciones. Más importante aún, en general los países que más rápido han aumentado su PIB, en mayor número y de manera más eficaz han sacado a sus personas de la pobreza y la miseria, y viceversa. El PIB es sólo uno de los componentes de algo más amplio y ambiguo que podría entenderse como desarrollo humano o incluso felicidad, pero indudablemente precede a otras dimensiones. O más bien, parafraseando a la Constitución de los EE.UU., precede a la búsqueda de la felicidad, en cuanto a que la satisfacción de necesidades materiales sería el piso para algo más completo, personal y que difícilmente puede ser medido de manera única por la diversidad de su contenido.

Por esta razón, los indicadores que intentan capturar la felicidad de manera directa y que muchos sugieren como el nuevo foco de la política pública, deben ser usados de manera complementaria y con cuidado de que no se centren en lo que sólo algunos consideran como desarrollo. Alcanzar 20 o 22 mil dólares de ingreso per cápita es más que una cifra de referencia, equivalente a Portugal -uno de los países “más pobres” que la unión monetaria tenía en 2005- y cuyo nivel de vida promedio anhelamos. Refleja también años de crecimiento económico acumulado y políticas responsables que tienen su contraparte en el amplio bienestar de las familias y la capacidad de alcanzar sus metas individuales.

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