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La inclusión que postula el FMI y que no genera el interés de políticos ni empresarios en Chile

La inclusión que postula el FMI y que no genera el interés de políticos ni empresarios en Chile


El Fondo Monetario Internacional (FMI) está haciendo un esfuerzo por capturar los nuevos temas: crecimiento con inclusión social, igualdad y prosperidad. No es un esfuerzo fácil para un organismo que por años ha estado vinculado, y lo sigue estando, al ordenamiento fiscal y a las políticas macroeconómicas, y se nota.

Aunque el seminario que organizó en Santiago se llamaba “Desafíos para asegurar el crecimiento y una prosperidad compartida en América Latina”, gran parte de los discursos y análisis estuvieron cruzados por la preocupación en torno a la inminente alza de tasas que la Reserva Federal hará en el curso del 2015 y su efecto sobre las economías de la región y la caída de los ingresos, debido al fin del ciclo de auge de los commodities.

De hecho, los presidentes de Bancos Centrales de la región se reunieron en la tarde del sábado para seguir conversando sobre el tema. Los ministros de Hacienda deben haber hecho también lo suyo.

En parte ello se debe a que, quieran o no, el crecimiento económico sigue estando en el centro de la preocupación de los expertos, más allá de que ahora también aflore en la discusión la necesidad de incorporar a las minorías, o mejorar el acceso y calidad de los servicios públicos, y que el progreso no sea a costa del deterioro del medio ambiente.

Como dijo Ricardo Paes de Barros, asesor de la Presidencia de Brasil, “la principal forma de lograr la incorporación de la gente es a través del crecimiento y la política económica”.

Soltar amarras

Hubo momentos en que se pudo ir un poco más allá de la mirada macroeconómica. Uno fue cuando se abordó la inclusión financiera y el ministro de Hacienda de Colombia, Mauricio Cárdenas, expuso sobre la forma en que este país ha logrado que el 70% de su población tenga una cuenta bancaria.

Otro momento se produjo con el economista Jeffrey Sachs, quien de un plumazo echó por tierra cierta cuota de pesimismo que había cundido, durante los dos días de conferencias, sobre los años que vienen para América Latina. El académico de la Universidad de Columbia aconsejó apagar CNBC y dio argumentos respecto a las fortalezas de este continente, que se fundan en una alta disponibilidad de recursos naturales y un bajo poblamiento, pero muy complejo en lo cultural.

Obviamente, lo que los medios destacaron fue su respaldo a la reforma educacional del gobierno de Bachelet y su propuesta de salida al mar para Bolivia, pero su discurso fue mucho más que eso.

Así lo destacó la directora ejecutiva el FMI, Christine Lagarde, quien –parafraseando a Charles de Gaulle– dijo al cierre de la conferencia que “para hacer políticas públicas se requiere de un libro de historia y de un atlas geográfico”. Pero también se necesita bajar a la tierra. El consejo vino del capellán y director ejecutivo interino de Techo, Juan Cristóbal Beytia, quien llamó a los hacedores de políticas públicas: “A vincularse no sólo a través de las cifras, sino a que tomen contacto con el décil más pobre” con el objeto de evitar diseños poco realistas.

Sacarse el peso de la marca

La marca FMI está en el ADN de los latinoamericanos que bordean los cincuenta años como el organismo que venía a poner orden a las cuentas públicas en la crisis de los ochenta y les exigía generar ingresos a cualquier costa para pagar la deuda externa.

La imagen de un organismo más “humano” es lo que trasunta este tipo de seminarios, donde madame Lagarde es una buena representante de una tecnocracia amable. “No actuamos sólo ante las crisis, sino que pretendemos ser aseguradores de que no ocurran”.

De acuerdo al diagnóstico del organismo multilateral, los conflictos en la región se producen por demandas sociales no satisfechas debido a una clase media creciente que quiere más y mejores servicios públicos, ya sea estatales o privados.

Con esa idea, lo que busca el Fondo es ampliar su área de influencia y que los gobiernos acepten la asesoría del FMI en políticas públicas que vayan más allá de fórmulas para reducir el déficit fiscal. En definitiva, está tratando de ser un interlocutor válido en temas que usualmente son tomados por el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo.

“Las reformas traen cambios; y los cambios, incertidumbre (…). Por lo que recomendamos una validación por parte de terceros”, dijo Lagarde. Al tiempo que explicó que una mirada ajena, técnica y no contaminada con la política puede destrabar las discusiones internas. Esta oferta la repitió más de una vez a lo largo de los dos días de trabajo.

Mundos que no se cruzan

Siguiendo la lógica de este seminario, una política inclusiva se puede llevar a cabo siempre y cuando participen el sector privado, los actores sociales y los partidos políticos. Tanto los empresarios como los políticos brillaron por su ausencia en este encuentro. El primer día se vio a Jorge Errázuriz de BTG Pactual, Guillermo Tagle de Icare, Jorge Awad de la Asociación de Bancos, y quizás uno que otro más.

Definitivamente, los privados no cruzan la calle para asistir a este tipo de encuentros, tal como los tecnócratas tampoco participan de los seminarios del mundo empresarial. Los políticos, en tanto, viven su mundo aparte.

Los actores sociales fueron incorporados como expositores en los paneles de discusión. Allí estaba una Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam International, que habló de la urgencia de una cumbre mundial para elevar los impuestos; o Alfred Hannig, director ejecutivo de la Alianza para la Inclusión Financiera (organización financiada por la fundación de Melinda y Bill Gates), que enfatizó la necesidad de incorporar tecnología para masificar la bancarización; o el ya mencionado Juan Cristóbal Beytia, de Techo, que destacó la desconexión entre políticas públicas y realidad. Pero claramente ellos se perdían entre el gran número de ministros, académicos de alto nivel y gobernadores de bancos centrales que pululaban por la sala.

Una Presidenta más cómoda

También, en términos comparativos, resulta evidente que la Presidenta Michelle Bachelet se siente más cómoda en un ambiente donde se ven con buenos ojos los esfuerzos reformadores que está haciendo en educación. Su discurso no fue muy distinto al que dio en Enade hace dos semanas, pero aquí lo hizo con calma. Una vez más se mostró convencida de que está en el camino correcto y que hay sectores que se oponen porque les cuesta romper con la inercia.

José Miguel Insulza, desde su puesto de secretario general de la OEA, apuntó en uno de los paneles que hay que tener un balance cuidadoso entre la creación de certezas y hacer los cambios deseados de manera consensuada, con el objeto de no dañar el crecimiento de la economía.

Quizás Alejandro Foxley, el presidente de Cieplan, supo conceptualizar mejor la preocupación de los estandartes de la Concertación. No se puede separar el objetivo de reducir la desigualdad y aumentar la inclusión, del objetivo de elevar el crecimiento y productividad. “La conexión entre ambos es obvia” y la primera meta no se logra sin la segunda.

Si bien la inclusión es el tema aglutinador del seminario, resulta sorprendente que la violencia, la seguridad pública y el narcotráfico hayan quedado marginados de la agenda del FMI, siendo que es el principal problema que aqueja a los países de América Latina. José Miguel Insulza sí lo mencionó en su exposición y Jeffrey Sachs se explayó sobre el tema. Sin embargo, para los tecnócratas parece no existir como factor que destruye cualquier tipo de economía o, quizás, no tienen ninguna respuesta para el problema.

Si algo se podía concluir este fin de semana, es que los funcionarios de gobierno salieron más convencidos que nunca de que estaban en el camino correcto. Así –al menos– lo indica el nuevo pensamiento que viene de los organismos multilaterales. El problema está en que ningún otro actor escuchó los argumentos a favor de las reformas que quieren para el país. La inclusión en el proceso de toma de decisiones, más que la comunicación, es quizás el verdadero dilema que tiene que resolver la administración de Michelle Bachelet.

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