La recta final del año pasado fue positiva para la deuda española. La intervención de Mario Draghi con las palabras mágicas que pronunció el pasado 26 de julio, cuando aseguró que el BCE «está dispuesto a hacer lo que haga falta para preservar el euro», frenó en seco la especulación sobre la deuda pública española. La rentabilidad del bono a 10 años había llegado a superar el 7% y la prima de riesgo española en su peor momento rozó los 650 puntos básicos.
Julio fue un mes para olvidar. Los inversores extranjeros habían deshecho posiciones a diestro y siniestro en la deuda soberana española. Habían pasado de controlar en torno a 300.000 millones de euros a finales de 2011 a poco más de 191.000 millones. Solo las compras de la banca española, al calor de las megainyecciones de liquidez de diciembre de 2011 y febrero de 2012, habían logrado contener una estampida del diferencial del bono nacional frente al sacrosanto bund alemán.