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Protagonismos y mercados: Diferendos con lenguaje de guerra

La firmeza del presidente argentino en materia de derechos humanos se topa con la estratategia española para desestabilizar su gobierno. Las desavenencias de dos gobernantes con temperamento fuerte, Kirchner y el uruguayo Battle, se mezclan con este escenario. Pero tras él, existen también intereses y alianzas.


Mientras más la ciudadanía apoya a Kirchner -los últimos sondeos le dan más de un 70 por ciento- más se observan variables exógenas, algunas incluso transatlánticas, que apuntan a obstruir sus primeros meses de Gobierno.



Esta semana se dio inicio a un diferendo entre Uruguay y Argentina, dos países con raíces históricas de hermandad. El conflicto estalló por aparentes desprolijidades en ambos lados. Una pequeña batalla del Río de la Plata y tres días de entredichos que bien podrían constituirse en la representación política de un típico match de fútbol entre clásicos rivales.



Uruguay, con su rótulo adquirido de ser el país «más europeo país de América Latina», versus Argentina, una potencia regional pero desbancada por las administraciones de Memem. Aún cuando la diferencia de tamaño entre las dos naciones es visible, ésta no necesariamente es un factor. En el plano internacional, Uruguay golpea fuerte con su presencia exitosa en instancias internacionales como el BID, rondas de negociaciones comerciales y en una significativa cantidad de reuniones de trascendencia.



Montevideo y Punta del Este están bien identificadas en el mapa internacional, desde mucho antes de los presentes bríos de la globalización. Uruguay también ha sido golpeado internamente y su trayectoria en violación a los DDHH es una de las más brutales en la historia de América. Junto con Brasil, es el país que menos consistencia y avance ha demostrado en el proceso de reparación y justicia a estos crímenes.



Por el contrario, durante el mismo período de regreso a la democracia, Argentina ha tenido más convulsiones sociales y ha sufrido un profundo descalabro económico. Sin embargo, con el Gobierno de Kirchner se ha enderezado el camino, igualmente en lo que respecta a la esquiva reparación y justicia a las violaciones a los derechos humanos que se produjeron también en ese país.



El equilibrio uruguayo se ve ahora artificialmente amenazado por un posible triunfo izquierdista en las próximas elecciones presidenciales. La hegemonía Blanco- Colorado se reemplazaría por un rojo de verdad, el cuco Tabaré Vasquez, candidato a la presidencia y posible ganador en las encuestas.



Aunque todo esto está por verse, los contactos que realizó Kirchner con el candidato no solamente removieron el temor de una posible derrota del establishment uruguayo, representado por el Presidente Jorge Battle, sino que también se puso una vez más de moda la molestia que en varios ámbitos provoca la frontalidad del gobernante argentino para abordar el tema de los derechos humanos.



Lenguaje de guerra



El diferendo de opiniones entre ambos países fue una clásica disputa entre dos partes con prioridades diferentes, todo marcado por un contexto de alta desprolijidad diplomática. «Lo que se ve desprolijo es un corte definitivo de la viejas maneras de hacer diplomacia y la presencia de un lenguaje más directo, más espontáneo, menos conservador. Es como en los tiempos de guerra. Y en cierto modo estamos en guerra: de mercados, de posiciones, de protagonismos, para empezar. Éste será el sello post invasión a Irak», señaló a El Mostrador.cl una fuente cercana a la diplomacia uruguaya.



Las asperezas inusuales en el lenguaje y las amenazas de una rigidización tuvieron su origen, por una parte, en los contactos del Gobierno argentino con Tabaré Vásquez, el posible triunfador en las presidenciales de 2004. Por la otra, en la designación uruguaya en la misión diplomática argentina del ex capitán de navío Juan Craigdallie, acusado de serias violaciones a los DDHH.



Ramela -asesor del presidente uruguayo en materia de derechos humanos- dijo el jueves que Kirchner «estaba actuando como agitador o simpatizante de la guerrilla» al reunirse, al margen de la cumbre del Mercosur que sesionó esta semana en Montevideo, con el líder de la oposición en Uruguay.



El Gobierno argentino reaccionó al comienzo en forma frontal y directa advirtiendo que podría retirar a su embajador, Hernán Patiño Mayer, si no había una reacción oficial de reproche a las palabras de Ramela. Uruguay hizo una declaración que volvió a poner a diplomacia en los carriles más tradicionales. «Las expresiones públicas sobre los hechos de notoriedad, efectuadas recientemente por ciudadanos que no revisten la calidad de representantes del Estado, fueron efectuadas en el libre ejercicio del derecho de opinión y no pueden ni deben afectar las fraternales relaciones entre ambas naciones, ni el recíproco respeto debido a las investiduras de sus gobernantes», decía el texto.



El viernes al mediodía, Kirchner intentó bajar el tono de la disputa diplomática, relativizando la posibilidad de retirar a su embajador en Montevideo. Sin embargo, se mostró contundente al rechazar la designación en Buenos Aires de Craigdallie, al que calificó de «torturador». La reacción del Gobierno uruguayo fue lo suficientemente inactiva como para que en Argentina continuara la ola de reacciones.



La situación de Argentina y Uruguay, unida a otras como la discusión en torno a la mediterraneidad de Bolivia o los efectos en la región del reciente viaje de Lula a Medio Oriente, ilustran un marco internacional de alta dinámica. Casi en sincronía, lo de Kirchner con Battle y lo de Bolivia y Venezuela con Chile, detonaron una pequeña bomba diplomática con aristas regionales que cubren el espectro más amplio de negociaciones conflictivas en la región.



En primer término, se empieza a avanzar en la expansión del Mercosur, con su nueva vitalidad proyectada a rutas comerciales poderosas en el Oriente, donde están principalmente China e India, dos países que en parte rompieron las negociaciones de la OMC en Cancún. En segundo lugar, se ha detectado una pérdida gradual de gravitación positiva del TLC firmado entre EEUU y Chile, por las implicancias colaterales de dependencia política. El «aislamiento» referido a Chile respecto a sus pares en la región, es, en la práctica, una alusión a su alineamiento político con los EEUU. A esto se agregan las fallas estructurales en el impasse en la OMC, que va a llevar tiempo resolverlas.



Estas tres situaciones complican frontalmente a los EEUU y abre varios frentes de negociaciones cuya complejidad no estaba prevista. Como señaló un consultor ligado al Banco Mundial que pido reserva de su nombre, "en su propio terreno, los EEUU observa que la dinámica de los mercados se les puede escapar de las manos, al menos el control absoluto, cuestión indeseada».



Armas de presión: deuda externa y campaña mediática



El diferendo ya superado entre Uruguay y Argentina también demostró que la campaña de algunos sectores para desestabilizar a Kirchner tiene un ritmo sostenido. Se detecta que los factores son de diferente naturaleza y pueden provenir de cualquier lugar y en cualquier momento. Si esta vez fue una pequeña disputa verbal con Uruguay, también está el FMI con una demanda sorpresiva (de acuerdo a lo pactado hace tres meses), para que Argentina – técnicamente en default– entregue 300 millones de dólares en forma acelerada. En las negociaciones de agosto y septiembre, el FMI había aceptado el plan realista de pagar cuando se pueda y cuando se tenga.



La presión sobre la deuda surge en un momento en que la batalla contra el desempleo empieza a adquirir un ritmo favorable y positivo. "El pago de esos 300 millones de dólares es como un mazazo en la espalda de alguien que desea levantarse con un peso", señala el economista Juan Baresi. «Sin duda que si el FMI tenía en septiembre una actitud de flexibilizar plazos y montos de pago, algo ha sucedido para este cambio repentino. Cuando el gobierno intenta remontar la curva del empleo, no es precisamente para ayudar a Kirchner», agrega.



Según Emilio Corbière -analista político, doctor en Derecho y periodista- «si Kirchner logra mejorar la situación del desempleo, su Gobierno se estabilizará y tendrá la reelección asegurada. Pero hay muchos factores que atentan en contra de su diseño. No hay que olvidar que en Argentina se formó una red entre los poderes del Estado y empresarios organizados como una mafia. El Gobierno y una incipiente alianza política de justicialistas, antiguos y de nuevo tipo, con otros partidos, está tratando de frenar y descabezar esa red de poder que es anacrónica. La gente sabe bien cuál es el sistema que llevó a Argentina al desastre».



Corbière sostiene que el Opus Dei tiene una fuerte relación con el empresariado español apadrinado por el Gobierno de Aznar y que también tiene presencia en Chile. Kirchner tiene una propuesta valórica de avanzada, en el sentido de replantearse los códigos de convivencia, donde el eje sean los DDHH. Las aberraciones a los derechos humanos en Argentina, como en otras partes de América Latina, Chile incluido, han estado cometidas por redes políticas fuertemente vinculadas al Opus Dei.



«Para los críticos de Kirchner, su postura en derechos humanos es demagógica. Son los mismos que plantean que él quiere nacionalizarlo todo, son los que están vinculados con las empresas españolas que más se beneficiaron con los gobiernos de Memem», señala Corbière.



Las empresas españolas operando en Argentina y beneficiadas por las administraciones Menem, promueven, en alianza con un poderoso grupo de medios, una visión negativa de las señales de Kirchner. Señalan que desea volver al estatismo, a la nacionalización, que la situación de pobreza empeora. Estas empresas pertenecen al mismo tronco de las que operan en Chile y que también cuestionan a través de sus lobbistas las limitadas alternativas realistas que Argentina tiene para salir del pozo construido por el menemismo. «Precisamente, son las mismas empresas españolas que financiaron la campaña del ex gobernante», dice el cientista político Eduardo Bustelo Grafigna.



Menem es el principal detractor de Kirchner y aunque lo superó en la votación presidencial, es repudiado por una amplia mayoría de argentinos. Durante una intervención del ex gobernante en el programa Plato fuerte de Canal 13, que fue repetido en el menos tres oportunidades, éste zarandeó libremente, en conjunto con los panelistas, al actual Presidente. Al ser preguntado sobre el futuro de Argentina, señaló: «No soy brujo, la situación de popularidad de Kirchner puede cambiar en un mes». Usó además como analogía la derrota electoral de Bush padre frente a Clinton, que tenía elevados índices de popularidad después de la Guerra del Golfo, en 1991.



La desatención de los panelistas permitió a Menem insistir con una falacia de proporciones: «la mortalidad infantil en Argentina ha aumentado, la pobreza también». Un lapso mayúsculo. Nadie le replicó que el aumento de la mortalidad infantil en Argentina fue, según informes de la UNICEF, gracias a sus administraciones.



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