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Síndrome Berlusconi: el Estado y la política en su punto más real

Mirko Macari
Por : Mirko Macari Asesor Editorial El Mostrador
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Silvio Berlusconi, amante del buen fútbol, las mujeres inteligentes y bellas, y apasionado por el ambiente mediático y consciente de su gravitación, posee literalmente un buen contingente de recursos humanos en todas las áreas donde se juega al fútbol, hay mujeres bellas y se transmite la información.  


El chofer que nos lleva al aeropuerto en un poderoso Van GMC  2009 de color negro es coreano del sur. Palpando a diario la quiebra de GMC uno piensa que por mucho que haya sido el mal gasto, se les va a echar de menos a estos mastodontes, así  como se echa de menos a los verdaderos teatros para ver cine. Uno se siente dentro de algo de verdad, protegido, no en la carcasa que se esfuma con el suspiro.

Shob, como se llama el surcoreano, es traductor en el circuito de las agencias en Nueva York. Al preguntársele por el suicidado ex presidente Roh Moo Hyun, y por la precisión y claridad de la explicación de por qué está Lee Myung -bak, el actual presidente, y por qué  se había suicidado Roh, parecía un profesor. El punto central en ambas situaciones es el condicionamiento en la política a un sistema sometido a dos tenazas que la atrapan.

Una es la corrupción y la segunda es la frivolidad, ambas invadiendo el método y el objetivo de hacer política. 

Al escuchar hablar en italiano, Shob mencionó a Berlusconi, el actual Primer Ministro italiano llamado por la prensa europea el Houdini de la política, por su habilidad -como la del renombrado «escapólogo» y mago estadounidense de origen húngaro- para eludir las sentencias judiciales y bloquear puertas de celdas a punto de cerrarse con él adentro. No es que Corea del Sur e Italia se semejen, sin embargo para él Berlusconi se asemejaba a los dos políticos surcoreanos.  

A Berlusconi también se le ha llamado el inoxidable por esa habilidad de mantenerse vigente e indemne después de todos esos juicios y presentar un rostro fresco. Para algunos, por esa facultad de mantener inmaculada su imagen hace recordar a Ronald Reagan que a pesar de malversaciones y ocultamiento (Irán -Contras), decisiones desastrosas (Grenada y Líbano), y bordear la catástrofe nuclear por liviandad de análisis en la confrontación con la ex URSS, la prensa le llamó el «presidente teflón», que como la célebre sartén los desaciertos resbalan y no se pegan.

Transformado en el contemporáneo Houdini y Teflón, además de inoxidable, desde la década de los 80 el primer ministro italiano enfrenta juicios (alrededor de 12) y acciones legales en su contra de las cuáles ha sido declarado no culpable, o ha salido absuelto. Al observarlas, las acusaciones contienen un repertorio establecido de los métodos utilizados en política para acceder y mantenerse en el poder.

Desde el falso testimonio, el pago a jueces y policías para operar en su beneficio, hasta la falsificación de documentos, pasando por el fraude al Fisco, forman un dossier que no es más que la quintaesencia de la política. Ni remotamente es una exclusividad de Berlusconi, y más bien representa un arsenal reconocidamente válido y aceptado en política.  

En un acto que resultará ser paradigmático si se adopta en una mayoría de países, impulsó la ley que le otorga inmunidad a los detentores de los cargos de más alta jerarquía en el poder del Estado como son el presidente de la república, el premier, los presidentes de las dos cámaras del congreso y el presidente de la corte suprema, mientras ocupen esos cargos.

Thomas Hobbes seguramente la habría aprobado para mantener la centralidad y la eficiencia del Estado a través del expediente de lo que hoy se le continúa llamando corrupción, pero que más bien debería adoptar un término más acorde con los diversos tipos de estados de excepción formados en la práctica para poder gobernar.   

Esta ley elaborada bajo la magistral artesanía jurídica de su abogado Renato Schifani, se convierte en nueva figura en el derecho, esto es «la protección legal de la potencial corrupción», y empalma a la perfección con el ambiente de corrupción que invade la administración del sistema.

«Berlusconi paga a funcionarios del estado para que trabajen para él, y con la inmunidad que tiene denunciarlo es inútil. Qué teflón e inoxidable, es simplemente un Idi Amin»,  dice una funcionaria hablando a condición que no se divulgue su nombre. 

Si bien el tema de la corrupción es importante -aún es debatible que la corrupción le resta eficiencia y eficacia a la administración del sistema- más gravitante es la frivolidad que proyecta Berlusconi. Específicamente el componente de sexismo como un patrón de conducta para el italiano que aspira a posiciones de poder.

 «Berlusconi se ha transformado en un modelo. Es con esos elementos, presentados a la luz pública inclusive, de tocar trastes femeninos, seducir mujeres, ostentado su virilidad, que encarna esa mezcla de sexo y poder en forma abierta y no velada como se hacía hasta ahora. El italiano quiere ser como Berlusconi, por eso vota por él», nos dice.    

Silvio Berlusconi, amante del buen fútbol, las mujeres inteligentes y bellas, y apasionado por el ambiente mediático y consciente de su gravitación, posee literalmente un buen contingente de recursos humanos en todas las áreas donde se juega al fútbol, hay mujeres bellas y se transmite la información.

«En un mundo donde bastante se dirime a través de la exposición pública con todos sus bemoles y claroscuros, entiende la política como una parte del jet set. La política no es el panteón de los dioses. Deben ser personas reconocibles, con dinero o con poder  o con ambos, pero con algo más cerca de uno. No es particularmente atractivo, es como Frank Sinatra, de rostro común, que cuando canta lo hace sin esfuerzo invitándolo a cantar», señala otro funcionario, esta vez de una agencia internacional que también declina ser nombrado.

Berlusconi se sustenta también por un fuerte apoyo del Vaticano. En el caso de Eluana Englaro se cuadró en defensa de la vida lo mismo en sus posiciones respecto al aborto. En esta área el liberalismo amplio de Berlusconi para administrar el poder se cruza con la fuerte vertiente conservadora del Vaticano. Curiosamente el conservadurismo de la Iglesia y el sello frívolo de Berlusconi se retroalimentan en la sustentación de su poder. 

«Italia hoy está muy lejos del período de los Aldo Moro, de los Giulio Andreotti. El Vaticano nunca había tenido tanto poder como en este período con Berlusconi. Con Andreotti el poder del Vaticano tenía su límite en cuanto a dictaminar el debate al interior del Estado. Con la Democracia Cristiana en el poder había una separación clara entre estado e iglesia. El Vaticano siempre intentaba transgredir esa línea divisoria, pero con políticos duchos como Andreotti conocían también sus límites», señala.

Les pregunto qué pasó con esa sofisticación política italiana «dopo guerra», toda esa rica filosofía política desarrollada en más de 60 años después del fascismo.

 «Está allí con una representación fragmentada y dividida quizás, y no ha sido un espejismo. Lo que cambió fue Italia, y Berlusconi ha sabido entender ese cambio con mayor velocidad, sentencia uno.  

Insisto con otra pregunta. Por qué países de grandes tradiciones intelectuales en política como Argentina, EE.UU., Francia, el Reino Unido, Alemania, tienen jefes de Estado como Bush, Menem, Sarkozy, Blair, Merkel, sin enlodar el respeto que estos merecen y a los pueblos que los han elegido.

«La política ha dejado de ser panacea para la solución de los problemas, menos es el templo de los y las mejores. El romanticismo en política existe en teoría», finaliza un interlocutor antes de descender del mastodonte GMC, quizás el último de esta generación.

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