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Zelaya: flatus vocis

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Si no se tiene en consideración que la médula del problema pasa por la (in)gobernabilidad del país, y, más aún, si se torpedean las elecciones, lo más probable es que las próximas semanas veamos apuestas acerca de cuán volcánica puede seguir escribiéndose la historia de la atribulada tierra de Morazán.


En Honduras se viven ciertamente horas, días y semanas marcados por la tensión y por un intermitente grado de dramatismo. A ratos, pareciera que se prepara la musculatura para un nuevo choque con harto derramamiento de sangre como nos tienen acostumbrados cada cierto tiempo todos los países centroamericanos, sin excepción; incluida la hoy pacífica Costa Rica. En otros, pareciera que las aguas tienden a aquietarse y que los protagonistas prefieren el sosiego y el sopor tan propio del ambiente en esa zona del mundo donde casi por regla hay mil asuntos más acuciantes para resolver y atender que el destino de los líderes políticos.

Sin embargo la aparición del depuesto Manuel Zelaya (Mel ) en la embajada brasileña en Tegucigalpa ha abierto otro capítulo, marcado por varios elementos interesantes. Primero, la evidente estupefacción no sólo de Roberto Micheletti, sino de los mismos diplomáticos cariocas, cuyos rostros muestran aún hoy, a varios días de ocurridos los hechos, claros signos de sorpresa ante esta curiosa invitación a involucrarse en una crisis donde tienen poco que ganar y sí algo que perder.

Por ejemplo, ese considerable capital en moderación que se habían ganado estos últimos años y que corre peligro de dilapidarse. En Itamaraty -incluso en sus rangos más modestos – se tiene noción de que, en general, no es recomendable entrometerse en cuestiones ajenas al interés nacional, como tampoco convertir su embajada en una fortaleza, máxime cuando se tiene ante sí una maniobra cuya autoría y objetivos son más que borrosos. Qué delicado sería para cualquier país democrático verse inmerso en una faena de torpedeo a comicios presidenciales, por ejemplo. En segundo lugar, esta jugada de involucrar a Brasil no sólo re-instala a Honduras con fuerza en los medios internacionales, sino que sitúa la disputa en una perspectiva política  mayor, a lo menos hemisférica. Pudo haberse escogido otra embajada para esta puesta en escena, pero el efecto buscado, obviamente, no habría sido el mismo. Luego, el margen de maniobra para Brasilia se ha reducido a lo único posible: alertar a la ONU y los actores políticos domésticos de que su diplomacia fue sorprendida, pedirle a Micheletti respeto a la inmunidad diplomática, y a Zelaya prudencia. ¿Qué más podría hacer?

En los llamados brasileños se advierte cierto temor a la pesadilla que viviría su embajada, si ésta se convierte en el epicentro de un sangriento ajuste de cuentas ante la inacción de los poderes arbitradores reales y efectivos. Esa pesadilla, más la posibilidad cierta de que la figura mediadora del Presidente costarricense, Oscar Arias se evapore, así como la reciente afirmación del Presidente Obama en el sentido de que no se puede esperar que EE.UU. se involucre en la solución de todos los problemas del mundo -y atendiendo el hecho que en el mundo existen muchos problemas más urgentes- presagian más pesimismo que otra cosa.

Al otro lado de la vereda, los optimistas entienden que es el propio Manuel Zelaya, quien, con sus decires, ha develado los límites del drama en cuestión. Es decir, estaríamos en presencia de una simple lucha por el poder, con harta teatralidad, pero en donde se debe descartar un nuevo ciclo sangriento.

En efecto, el hombre parece no estar dispuesto a inmolarse. Hablando ante varios medios internacionales (la cadena argentina de televisión TN, El Mundo y otros) dijo que no piensa quitarse la vida por su causa. «El Presidente Zelaya no se suicida», señaló de manera categórica, y con ese toque de despersonalización verbal tan característico de los padecimientos narcisistas. He ahí el primer límite.

Luego, el hombre tampoco parece muy dispuesto al martirio prolongado. La sola posibilidad de pasar algunos días sin luz, agua ni alimentos adecuados le llevó a lanzar un dramático SOS (Save Our Soul) a la prensa internacional. «Estamos tensos y preocupados», dijo con igual claridad a la Radio Nacional de España. He ahí el otro límite.

Por lo tanto, Mel  no pretende epopeyas ni tiene visiones homéricas sobre el devenir de su país. Claramente no es un Allende ni un Guevara. Acorde a la visión de los optimistas, hay espacio para seguir estirando el elástico o idear nuevas estribaciones. Vivir largo tiempo en la embajada brasileña, o quizás, para hacer aún más rocambolesca su aventura, podría salir del edificio, de incognito, y refugiarse en otro lugar cuando la paciencia de los brasileños se agote. Otra opción es abandonar Honduras, tan escurridizamente como entró, y coronar su acción con una nueva conferencia de prensa masiva en un país vecino. De ahí, a la instalación de un cómodo gobierno en el exilio, hay un paso.

Sin embargo, hasta ahora observamos un juego del gato y el ratón, seguido de un inusitado interés mediático internacional. ¿Qué motiva dicho interés?

La exacerbación del interés obedece a dos razones. Por un lado, la aventura de Mel es vista como un sainete funcional a las nuevas expresiones populistas y caudillistas de la región cuya desmesura siempre despierta curiosidad y hasta admiración. Están quienes agradecen a este ensombrerado ranchero que de improviso abandona sus rebaños y breñales para descubrir el gusto por las cámaras y la exposición pública, y presentar un re-make del buen salvaje, regurgitando palabras políticamente correctas. Luego, el arrobo extático que produce Mel en los ambientes multilaterales responde a la posibilidad -casi única- que tienen éstos de testear sus medios de presión con un conejillo de indias pequeño y pobre. Resulta inimaginable un entusiasmo multilateral igualmente desbordante con crisis que afecten a países de mediana envergadura. De hecho nada parecido ocurrió en el defenestramiento de otros mandatarios, como De la Rúa o Lucio Gutiérrez, donde aparte de lamentaciones públicas nada hubo.

Muchos reflexionaban hasta ahora que el caso hondureño podía ser reflejo de una disputa propia de los tiempos actuales, donde se discute sobre la calidad de las democracias y las formas de su promoción. Aunque no cabe duda que trazos sedimentarios de ello se observan, el comportamiento de los protagonistas, y especialmente la negativa, tan curiosa por cierto, a no aceptar elecciones como mecanismo facilitador, indican que Honduras vive lisa y llanamente una proterva disputa por el poder. El resto, lo discursivo, es simple poesía. Flatus vocis.

Y la crisis se prolongará, porque su contendiente, Roberto Micheletti, es un animal político semejante. Quizás algo más práctico para operar y con una evidente mayor dosis de paciencia. Elementos fundamentales para jugar largas partidas de ajedrez, o al póker; los símiles más apropiados para ilustrar esta crisis. Zelaya le opone dos elementos, audacia y habilidad comunicacional. Pero como reza un viejísimo adagio popular, dos alacranes no pueden convivir en una misma botella.

Ergo, si no se tiene en consideración que la médula del problema pasa por la (in)gobernabilidad del país, y, más aún, si se torpedean las elecciones, lo más probable es que las próximas semanas veamos apuestas acerca de cuán volcánica puede seguir escribiéndose la historia de la atribulada tierra de Morazán.

*Iván Witker es profesor de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (ANEPE).

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