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Lagos: política y mando

Lagos ha señalado que la recuperación de la facultad presidencial de remover a los comandantes en jefe será la prueba de que el país ha alcanzado una verdadera democracia.


Ricardo Lagos ha ocupado la Presidencia, y hemos vuelto a tener en La Moneda a un Presidente que asume la conducción política del país. Plenamente. A diferencia de Eduardo Frei, a quien la política no le gustaba, e incluso le disgustaba, Lagos entiende que el rol de gobernante pasa por el de conductor político.

Diferencia notable: si Frei se concentró en lograr un importante crecimiento económico, pero administrando una realidad política sin empeñarse en modificarla, Lagos ha entrado directamente en esa área.

El nuevo Presidente ya ha instalado en el escenario viejos temas postergados y hasta ocultados tantas veces. Por ejemplo, la efectiva subordinación de los militares al poder civil, y, por lo tanto, la recuperación de la facultad presidencial de removerlos. También la «depuración democrática» de la institucionalidad, por lo que pasa el fin de los senadores designados, incluso los instalados por la Concertación.

El nudo central de todo esto -y aquí ya antes lo hemos dicho- es la cláusula constitucional que señala que las Fuerzas Armadas son las garantes de la institucionalidad.

Ése es el tema que, en el fondo de todos los demás, ha sido puesto sobre la mesa: ¿quién manda? ¿Los militares se subordinarán definitivamente al poder civil? Porque, si son los garantes, es absurdo que se sometan a la autoridad de un poder al que deben vigilar.

Lagos, explícitamente, ha señalado que la recuperación de la facultad presidencial de remover a los comandantes en jefe será la prueba de que el país ha alcanzado una verdadera democracia. A los militares y a la derecha, que se opone a que la inamovilidad sea tocada (incluso Alberto Espina, uno de los supuestos «liberales» de nuestro zoológico político), Lagos les ha abierto un flanco.

Habrá que ver si tiene puntería y municiones para profitar de ello si la batalla se declara.

Uno podría preguntarse qué hay de novedoso en todo esto. Mal que mal, la Concertación, alguna vez, si es que se recuerda, planteó algo así. Pero lo hizo en voz baja, nunca de manera tan abierta y apelando a su autoridad gubernamental, y por lo tanto sin darle la trascendencia política a la demanda.

Lagos, en cambio, en apenas dos días como Primer Mandatario ha hecho política contundentemente, algo que se había olvidado en La Moneda.

El peligro es claro: puede quedar en la estacada, puede terminar como ese papagayo viejo, que mucho gritó y quedó desplumado en su jaula, convencido de que por hilar dos palabras en realidad hablaba.

Otro peligro: en sectores de la Democracia Cristiana -pequeños, incipientes, sin articulación alguna- hay preocupación por el inicio de este gobierno que han calificado de «populismo».

Si la preocupación puede ser una fase inicial de la molestia, hay que prestar oídos. El lunes, un dirigente DC alegaba que eran los parlamentarios los que debían salir a terreno y no los funcionarios gubernamentales. Incluso criticó la apertura de La Moneda al paso de los transeúntes. Pensé en lo que minutos antes
me había señalado un corresponsal extranjero, que simplemente dijo, en el Patio de los Cañones: «Esto es democracia».

Habrá que estar atentos a tres cosas:
a) Si efectivamente la aceleración que Lagos ha impuesto al gobierno baja de la burocracia y alcanza efectivamente a la gente. Porque de lo contrario la decepción será mayor.

b) Cómo la derecha enfrentará este estado de euforia que vive parte del país, y si se arriesga a adoptar posiciones duras; y

c) Ver si los recelos de algunos democratacristianos incuban algo mayor, ya que ese partido no tiene experiencia de no ser cabeza de coalición.

Por ahora, Lagos manda. Retóricamente. Vendrán los hechos prácticos. Ahí veremos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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