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Políticos enredos (II)


Del aire al aire, como una red vacía…
Alturas de Macchu Picchu, P. Neruda.

Que internet vaya a alguna parte -hemos dicho- es supuesto de sentido común, dominante, y avalado también por una cierta metaforización popular: la del «navegar» (programáticamente Navigator, internautas, etc.). (La importancia del juego metafórico tanto en la vida cotidiana como en la ciencia de punta no podemos explicitarla aquí: baste señalar por ahora que no hay lenguaje ni «comunicación» sin metáfora y que, por otra parte, parafraseando a un discípulo de Heidegger: somos las metáforas en las que estamos).



La metáfora de la navegación (ciberespacial) convive con todo, y hasta ahora pasablemente bien, con otra, su transparente trama, la del tejido (web) o «red» (internet). Que esta retórica (mal que mal, tecnológica, y al fin y al cabo «romántica», incluso «posromántica») nos venga del inglés y a él nos devuelva, no sólo nos habla de una cierta armazón histórica de la «red», sino también patentiza el actual estado de los (des)equilibrios de poderes a nivel mundial. (Ya habrá tiempo para elucubrar sobre la simultaneidad entre el desate de internet como espacio de interacción crecientemente popular y el «derrumbe» de la (Ex) Unión Soviética).



No es que la red vaya a politizarse; ya lo está.



No se trata, por cierto, de una politización simplemente «lingüística» (no desdeñable, en cualquier caso, toda vez que se trata de un espacio largamente favorable para la mundialización en y del inglés y, eventualmente, del/en chino y del/en castellano, las otras dos lenguas más habladas hoy por hoy en el planeta) o, si se quiere, «cultural» (la ficción de factura norteamericana ocupa entre el 60% y el 80 % en la televisión en los países de América Latina, exeptuando Cuba que tiene un poco, pero sólo un poco, menos).



Y es que aparte de las consabidas promesas que trae consigo internet en términos de participación ciudadana (incluyendo el «e-voto»), hay al menos otras dos derivas politizadoras. De un lado estamos ante y en un medio especialmente propicio para la coordinación de «movimientos socioculturales» de alcance global (movimientos eco-ambientalistas, de género y pro derechos humanos, preferencialmente; esto es, en términos de la agenda de Naciones Unidas: Sí¢o Paulo, Beijing, y…). De otro, internet amplía los espacio públicos mundiales y, a la vez, evidencia que la aldea global de McLuhan tiene más de aldea (hamlet!) que de global…



Si internet y la «nueva» (vieja) economía son co-constitutivos, ibidem para las políticas de la globalización (de eso se trató, precisa y paradojalmente, Seattle ’99 y Washington ’00: manifestantes mayoritariamente norteamericanos abogando por una globalización justa y protestando contra las políticas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, Ä„en inglés!). (La trama de la web, su lengua dominante, está repleta de paradojas. Hace unos meses el presidente del parlamento inuit (esquimal) de Groelandia, de paso por Santiago, me comentó que la coordinación política de los distintos grupos inuits (repartidos entre Siberia, Alaska, el norte de Canadá, aparte de Groelandia) no sólo se hacía de manera muy fundamental vía internet, sino también que, dado que los distintos dialectos inuits se han diferenciado tanto entre sí en los últimos siglos, cuando la Confederación Inuits se reúne, para entenderse, se habla inglés…).



Lo que permanece en la sombra en la metáfora de la red o del tejido es, especialmente, su dimensión conflictiva: la red como teatro de luchas económicas y políticas, esto es, el muy diverso calado de sitios (o nódulos) del tramado de la tela. A su vez, lo que transporta consigo la internetiva metáfora de la navegación es acaso sobre todo el aire de aventura (aire marino o des-aire sideral); aventuras del ciberzurcido invisible en la economía del deseo (a distancia) en la era planetaria del link libidinal (sin distancia no hay deseo).



Ya se pispa: la politización en red, llena de sentido o simplemente vacía (potencia del azar), enreda y pone a prueba desde ya nuestras etiquetas o identificaciones políticas más atávicas (comenzando por las de carácter espacial: izquierda / derecha) al venir a subrayar la metaforización de la política y los poderes de la vilipendiada retórica (tecnológica), radical.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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