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El peso de las instituciones sobre la frágil construcción del yo


Seguramente usted, como yo, tendrá conocidos con quienes mantiene relaciones amistosas y laborales, pero que el pudor social aconseja no llamar a sus casas. Llamo pues a Sergio, antiguo compañero de universidad, para juntarnos a almorzar y conversar de un asunto laboral que tengo entre manos. Ä„Todo parece tan fácil!



Sergio es de esos que no se han dado a la autonomía y no pueden vivir sin secretaria que les tome las llamadas, imprima, pase corrector ortográfico, y todas esas cosas sobre las cuales conviene no especular. Es ella quien toma la llamada, pero sólo me entero después de escuchar varios ruidos de voces, choques de tazas y de un pedazo de sanwich que es engullido rápidamente. «¿De dónde está llamando?», pregunta ella, antes de decir agua va. Digo mi nombre, completo, e insisto en hablar con el señor. Insiste en aquello «de dónde». Presumo, creo que bien, que respuestas tales como «desde mi casa» son poco aceptables y responden a una pregunta «desde dónde». Ensayo otra estrategia del tipo «soy amiga de Sergio…» para luego darme cuenta que todo esto puede caer en la pendiente de lo levemente comprometedor.



Pero su falta de imaginación es de temer, e insiste en aquello de dónde… Me enredo en respuestas muy tontas, como que no saco nada con decirle el nombre de mi oficina porque él no la conoce y otras más tontas aún. Empiezo a insegurizarme, habría sido mejor llamarle a casa, donde habitan su mujer, sus hijos, el perro, o sea animales humanos y de los otros, pero no instituciones ni timbres ni sellos. No se puede ir sin institución por la vida, ¿ha visto usted la cara que le ponen a aquellos que quedan registrados como «particular»? Ä„Ah, particular! O cuando le preguntan «¿boleta o factura?», y usted responde «boleta, no más», haciendo un puchero y mirando para atrás para percatarse que no tiene el respaldo de una institución que descuente IVA y que usted, particular, tiene que comerse el IVA, no más?



La compañía, la institución, la empresa (la respuesta correcta a la pregunta «¿De dónde está llamando?») le ofrecen respaldo, es lo que he podido llegar a concluir, bajo distintas formas, y en eso no hay duda que tienen imaginación. Por ejemplo, usted puede pedir que la operadora de la compañía celular le sugiera nombres de restaurantes árabes, pero no puede pedir el número de emergencias que pertenece a la competencia. Le ofrece también el respaldo de un menú a la carta en la clínica cuando usted ya ha perdido hasta la esperanza, pero del respaldo de un examen preventivo de salud, ni hablar. Y si usted es miembro de la institución, hasta puede obtener una canasta familiar por navidades (habría que investigar por qué son canastas), y ocupar internet gratis a las horas de almuerzo, o si usted es muy importante, hasta puede tener una secretaria exclusiva para que le lleve la agenda.



Pero volvamos a Sergio: sí, finalmente respondí lo correcto. Y escuché a la secretaria pegar un grito «Ä„Seergio! Ä„Te llama la Irina!» No se engañe usted: las instituciones tienen muchos papeles, pero no formalidad -la relación con los otros- ni forma: hacer lo que da le da su razón para ser institución.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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