Publicidad

Se necesita un líder


Ante el terrible episodio de la inscripción parlamentaria de la Democracia Cristiana surgen sentimientos de rabia e indignación desde fuera, y desde dentro vergüenza, tristeza y nostalgia. La nostalgia es el dolor que se produce al no poder volver a sentir lo que se vivió y ya no se es. Volver a ser lo que se fue en 1983 o 1988.



Un partido que demostró que ser católico no era ser conservador en los 30 y 40; que no había que ser comunista ni capitalista en los 50; que los cambios estructurales se podían hacerse sin vías armadas en los 60; que la recuperación de la democracia era posible sin violencia y con acuerdos amplios; que podíamos dar 10 años de crecimiento económico, paz social y estabilidad política como ningún país latinoamericano ha tenido en los 90.



Seamos claros: todo esto ya no se es. Particularmente ante los jóvenes, donde se identifican con nosotros menos del 10,5 por ciento.



Un error administrativo, el humano intento de ocultarse con una hoja de parra y la debacle de la ley tramitada por un Congreso generoso con su adversario, consciente del imperativo de dar solución a un problema estúpido, pero que arrastró a todos a la crítica más mordaz.

La incapacidad de hacer las reformas -abortadas con la salida de Gutenberg Martínez- ha arrastrado a todo el sistema político. Antes de esto, ya la situación era mala, para los partidos políticos, el Congreso y para la Democracia Cristiana.



En 1990, el 88 por ciento de los chilenos se sentía identificado con algún partido político. El año 2000 ese porcentaje cayó al 55 por ciento. En 1990, el Congreso era objeto de casi tanta confianza como la Iglesia Católica. Hoy sólo supera a los partidos políticos, que son los peor evaluados. Algunas encuestas dieron a la Democracia Cristiana de 1990 más del 40 por ciento de adhesión. Hoy día está en el 14 por ciento.



Nuevos y fuertes liderazgos es lo que necesitamos.



Cuando los jóvenes Tony Blair, Bill Clinton, Helmut Kohl o Felipe González asumieron la conducción de sus partidos, ello fue en los momentos más negros de sus respectivas organizaciones.



Aplastados una y otra vez por conservadores, republicanos, socialdemóctratas o por una dictadura, estos líderes se atrevieron a ofrecer «sangre, sudor y lágrimas», un adecuado diagnóstico y una audaz plataforma de cambio. Y lo lograron contra la peor de las resistencias: el miedo al cambio.



Si Soledad Alvear, Alejandro Foxley, Eduardo Frei o Jaime Ravinet quieren demostrar que están llamados a cambiar Chile, que asuman ahora todos los riesgos del liderazgo. Creo sinceramente que cualquiera otra opción está condenada al fracaso. Nada de soluciones tibias o de consenso entre fracciones y generaciones. Esas que no quieren ser una amenaza para nadie. Eso ya no sirve ante la magnitud de la crisis.



Se requieren grandes reformas políticas estructurales y programáticas: acabar con un partido desfinanciado y endeudado, que vive de glorias pasadas. Acabar con órganos de representación burocráticos, no deliberantes e ineficaces. Contar con una directiva nacional y un consejo nacional integrado por las figuras mejor evaluadas de nuestra partido y con real poder de decisión. Acabar con las reelecciones indefinidas y el peso del dinero en la política. Dar las batallas, aunque las perdamos.



También requiere realizar el quinto congreso del partido, y acabar con los falsos debates entre liberales y conservadores en materias morales, libremercadistas o estatistas en materias socioeconómicas, y promover dar un giro socialcristiano al gobierno. ¿Debemos avergonzarnos de los Estados de Bienestar que construimos en Italia, Bélgica o Alemania?



Sí, eso supone impuestos altos. Pero ya sabemos que con el puro crecimiento económico no basta. Que ya en 1997 crecíamos al 7 por ciento y la cesantía era del 5 por ciento, y más del 80 por ciento de los chilenos declaraban que no eran felices.



Debemos acentuar nuestra vocación republicana y salir a conquistar a cientos de miles de jóvenes para la democracia. ¿Debemos seguir dando explicaciones a 400 mil jóvenes que reclaman crédito fiscal, pero que nisiquiera están disponibles para inscribirse en los registros electorales?



Debemos volver con todo a la sociedad civil. En Suecia más de 80 por ciento de los trabajadores están sindicalizados; aquí el 10 por ciento. Recién tenemos el nivel de organización social de 1964 (35 por ciento).

Durante años hemos defendido estas reformas ¿No es evidente ya su necesidad y urgencia? ¿Cuánto tiempo más deberemos seguir esperando?



Así atacaremos de raíz el discurso antipartidos y antipolítica. Eso terminó pavimentando el fascismo en las democracias europeas de las entreguerras y ha terminado con Fujimori en Perú o Chavez en Venezuela. ¿Queremos eso para Chile?



Las crisis son oportunidades de crecimiento y renovación, o decadencia y muerte. Está en manos de los principales líderes de la DC optar. Yo pertenezco a un gran número de demócratacristianos, la mayoría ya en silencio, que opta por la más drástica reforma, aquí y ahora. Hay que ser fieles a lo que decimos ser: republicanos, comunitarios y socialcristianos.



En caso contrario, es mejor morir y dejar que otros nazcan para que tomen nuestras banderas, que nosotros ya no podemos sostener como ayer. Decir como lo hacen los ya agotados por la vida, orgullosos por lo hecho, pero sabedores que el fin llega: Ä„Ä„Bienaventurados los que están por venir!!



________________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias