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Crisis y lejanía


Cada cierto tiempo, pero muy a lo lejos en todo caso, fragmentariamente, tenemos noticia de la realidad y sensaciones en que vive la mayoría del país. Esa clase media pobre -porque Chile es pobre-, que no ceja en su esfuerzo por surgir y que en situaciones como la actual, de apreturas económicas, cuenta sus pesos y sufre por ello.



No me refiero a la pobreza o marginalidad extrema, que periódicamente es motivo de reportajes, sobre todo si hay desgracias de por medio. Desgracias naturales, como terremotos o inundaciones, o parricidios, violaciones y crímenes de todo tipo.



Para la televisión, eso es natural (la desgracia en los pobres y, también, la violencia). Por ejemplo, el famoso «Tila» fue denominado sicópata cuando ingresó a un departamento del barrio alto y violó a una muchacha. Pero cuando unos meses antes había matado a otra muchacha, la había descuartizado y quemado, dejando su cuerpo desmembrado y calcinado junto a una línea del tren, eso no fue motivo para que se hablara de que andaba un sicópata suelto, porque eso había ocurrido en una población.



A pesar de las pocas luces que del habla ciudadana se recogen, si uno suma esos fragmentos lo que termina escuchando es una suerte de bronca. La rabia de la promesa de prosperidad incumplida; de la riqueza que se exhibió, coquetona, frente a los ojos y ahora hace muecas desde la lejanía. Rabia, en fin, por esto de hacer engordar expectativas -expectativas de consumo, que no hay otra fuente de felicidad posible- que en los tiempos actuales parecen un ejército de esqueletos.



Un reportaje en la revista del sábado del Mercurio indagó, hace un tiempo, en los estudiantes secundarios que, hace ya semanas, protagonizaron manifestaciones en Santiago contra el alza del pasaje escolar.



Desde la pobreza o riqueza de los discursos allí recogidos se percibía una nota común: la sensación de que como están las cosas, de cómo se estructura el ingreso familiar, las posibilidades de surgir se han alejado. Adolescentes que ven a sus padres padecer tiempos difíciles y que juzgan que lo que viven es una injusticia, porque el esfuerzo no tiene correlato en la recompensa obtenida. Y, por cierto, la sensación de estar en buena medida condenados por su condición de clase media pobre, de liceo fiscal con todo lo que eso, en términos educacionales y sociales, significa: que se está fuera de juego, que las probabilidades de escalar están a priori recortadas, que la estratificación tan precisa de la sociedad chilena también traza límites a los sueños.



El actual modelo económico y sus años prósperos de los años ’90 generaron una cosa muy poderosa: la oferta del surgimiento en virtud del propio esfuerzo, no necesariamente porque hubiese igualdad de oportunidades, ya que las diferencias, los privilegios, las inequidades y las ventajas siguieron estando presentes de acuerdo a los orígenes sociales, sino porque había más riqueza circulando y, por ende, más posibilidades. En suma, la teoría del chorreo funcionaba.



Pero ahora que la riqueza -y la oferta de acceder a ella- ha disminuido, vuelve a restringirse la posibilidad de acceso a los beneficios del mercado y, además, vuelven a mostrarse con mayor crudeza las desigualdades objetivas para alcanzar esos beneficios. Tal vez es en este punto donde esté lo potencialmente más explosivo de la situación actual. Una desesperanza al ver que lo que se creyó había cambiado no ha cambiado tanto, lo que remite a tiempos que se creyeron superados.



Es de cosas así de las que debiera hacerse cargo la política. Para eso existe.



Mejor dicho: para eso debiera existir. Porque a veces uno tiene la sensación que sinceramente no se está ocupando de estos temas.



Quizás, y esta es sólo una hipótesis, porque los políticos son parte del minúsculo y privilegiado grupo que no ha vivido la actual crisis, que a ellos no les ha hecho mella. Eso demostraría no tanto la falta de sintonía de los políticos con el ciudadano común, sino el lugar en que -salvo estimables excepciones- se han instalado: allá arriba, lejos, muy lejos de los ciudadanos.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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