Publicidad

El PPD ante los nuevos desafíos del país

Vencer el inmovilismo es para la Concertación el gran desafío, pues requiere una comprensión cabal de que su mejor carta de presentación será que el gobierno del Presidente Lagos sea exitoso, lo que implica para el conglomerado asumir seriamente su responsabilidad de hacer gobierno. De lo contrario, el país quedará sin una alternativa real de gobernabilidad.


Desde hace ya bastante tiempo, diferentes actores políticos de partidos de gobierno han venido sosteniendo la necesidad de que la alianza debe redefinirse si desea conducir certeramente al país en los momentos por los que atraviesa, pues las razones que le dieron nacimiento habrían perdido vigencia.



A este planteamiento se sumó recientemente el Presidente de la República, de cuyas palabras se desprende que la actual Concertación ya no es funcional a las exigencias que su gobierno está enfrentando y al apoyo que necesita para continuar su gestión de manera exitosa.



En otras palabras, la Concertación no habría asumido los cambios experimentados por la sociedad chilena y el mundo durante la década recién pasada, y tampoco estaría respondiendo adecuadamente a los requerimientos y responsabilidades que implica ser fuerza de gobierno, por no comprenderlas. En este sentido, la alianza se estaría aislando tanto de la ciudadanía como del gobierno. El aislamiento de la ciudadanía, se ha ido manifestando en los retrocesos electorales que ha sufrido.



Para explicar esta situación, se ha recurrido a la idea del «desgaste natural» que sufriría toda fuerza gobernante con el paso de los años. Tal planteamiento resulta poco fundado, por cuanto se le está otorgando carácter de verdadera ley natural o mecánica, a algo que no lo tiene, y que sólo es resultado de las conductas que han adoptado quienes dirigen la Concertación y el Gobierno. Es decir, el «desgaste» es efecto de fenómenos intencionales que no responden a sinos fatales, con claros responsables en su aparición y, por lo mismo, enmendable.



En este sentido, el llamado «desgaste» no es comparable a la ley de gravedad. De serlo, no sería legítimo atribuir responsabilidades a nadie en su ocurrencia. Y aquí hay responsabilidades que no se han sabido enfrentar adecuadamente, gran parte de las cuales son atribuibles a la cúpula dirigente de los partidos concertacionistas. Esta los ha convertido en instancias oligárquicas, autorreferentes, de poder para ella y sus seguidores, abriendo con ello incluso un espacio a la aparición de desenfrenos éticos en algunos ámbitos, que en nada han ayudado al Gobierno. De ahí la debilidad institucional que afecta a estas entidades, su falta de prestigio, la carencia de un proyecto de sociedad confiable y creíble que trascienda las generalidades, en las cuales todos están de acuerdo y, por ende, su falta de identidad.



Si hay reproches que realizarle al Gobierno por parte de la dirigencia concertacionista, lo primero que deben considerar los dirigentes que las efectúan es si los partidos que encabezan están a la altura de ayudar a solucionarlos y, en caso contrario, asumir la responsabilidad de crear en ellos las condiciones que permitan alcanzar las soluciones requeridas.



Desde esta perspectiva, la actitud que adoptó el senador Nelson Avila involucra necesariamente restarse a cambiar la historia que denuncia y abandonar sus responsabilidades como dirigente de un partido que se comprometió a hacer gobierno y frente al electorado que le dio su sufragio. Esto no implica que no se reconozcan las falencias que afectan al Gobierno, en términos de una mayor sensibilidad ante los errores cometidos, ante la inoperancia y rutinización de los mandos medios, ante la falta de espíritu emprendedor en algunas áreas, ante la ausencia de controles efectivos en determinados ámbitos, ante el desamparo en que se encuentran grandes sectores de la sociedad civil por la ausencia de mecanismos institucionales para hacer efectivos los derechos reconocidos en salud, vivienda, trabajo, educación, etc.



Todo lo mencionado puede mejorarse sin tener que debilitar a la Concertación y a su Gobierno en favor de la oposición de derecha. Un gobierno de este sector político no está en condiciones de darle estabilidad política y social al país, ya que no contempla entre sus planes robustecer los derechos de las personas, disminuir la desigualdad existente, fortalecer la democracia y controlar a los monopolios, por mencionar sólo algunos aspectos.



Vencer el inmovilismo es para la Concertación el gran desafío, pues requiere una comprensión cabal de que su mejor carta de presentación será que el gobierno del Presidente Lagos sea exitoso, lo que implica para el conglomerado asumir seriamente su responsabilidad de hacer gobierno. De lo contrario, el país quedará sin una alternativa real de gobernabilidad.

La discusión que enfrentó el PPD en su consejo, más que una expresión de democracia constituye la manifestación de un conjunto de falencias que lo continúan agobiando. Sin embargo, abren la posibilidad para que avance hacia la meta de convertirse seriamente en un partido de ciudadanos y no sólo de personalidades.



Ser lo primero significa convertirse en una colectividad con políticas de Estado y un proyecto de sociedad que abra la participación a la sociedad civil, la gran ausente en estos años. Implica, además, saber distinguir claramente entre ser gobierno y ser oposición, con una comprensión cabal de las responsabilidades que ambos roles conllevan. A su vez, quiere decir abandonar el esquema de grupos auto referente que se identifican con algún dirigente, sin mayor proyección que una lealtad vacía, ajena a lo que implica un liderazgo moderno.



El PPD en su vida cotidiana interna debe ser un reflejo de lo que quiere que sea el país, ya que nadie puede dar más de lo que tiene. Ello implica convertirse en un partido de gran participación ciudadana, un aglutinador de la gente en torno a la idea de cambiar el país. Para lograrlo, es necesario que en su institucionalidad se creen los espacios que permitan dicha participación en pos de ese objetivo. El cambio es hacia una sociedad moderna y desarrollada, meta que va bastante más lejos que la de alcanzar altas tasas de crecimiento económico.



El desarrollo del país no será el resultado casual de un alto crecimiento sostenido, como lo está demostrando su experiencia reciente. Necesariamente será el efecto de una política que intencionalmente lo busque.



Aquí hay una gran posibilidad para el PPD: convertirse en el partido del desarrollo. Nadie ha tomado esta meta como propia y específica, probablemente debido a las limitaciones que les imponen sus visiones ideológicas. El PPD no carga ese lastre, por lo que puede convocar a todos a participar en esta tarea. Eso requiere que quienes lo dirigen, compartan un proyecto de país como base para conducirlo, lo que los obliga a ir más allá de una acción política «mediática». Si sólo se quedan en los oropeles de los flashes y las luces de la TV, el PPD será meramente un partido más, incapaz de construir historia, un simple administrador de las urgencias de la coyuntura y de lo que otros hacen.



(*) Analista Político.



___________

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias