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Valdés y Vega: un reconocimiento pendiente

En una época tan llena de prejuicios, difamaciones y mutismos hipócritas es bueno elogiar a quien asume un conflicto sin esquivar los compromisos.


Como «una buena noticia» habría calificado el embajador norteamericano lo que CNN denominó la «destitución del embajador chileno ante las Naciones Unidas». Dejando de lado calificaciones abusivas, es cierto que los embajadores operan como fusibles que ayudan a desarmar conflictos. A desdramatizar la pugna de intereses con los EEUU sirvió la renuncia de Juan Gabriel Valdés en Nueva York como antes la de Juan Enrique Vega ante los organismos internacionales en Ginebra. Este realismo para analizar la coyuntura sería ciego, sin embargo, si no considerara al mismo tiempo la validez y vigencia de los conflictos escenificados por nuestros embajadores. Ojalá que los chismes no nos inhiban, como tantas veces, a llevar a cabo la discusión de fondo.



La crisis de Naciones Unidas



La arquitectura actual de las Naciones Unidas está fallando, qué duda cabe. No tanto por fallas organizativas de la institución ni por la obstrucción de algún estado miembro como por la transformación del sistema internacional. El sistema de estados nacionales -dentro del cual los países de América latina conquistaron su independencia y afianzaron su desarrollo soberano- se ha vuelto obsoleto con los procesos de globalización. A raíz de los nuevos procesos globales nuestros mapas mentales se han revelado ilusorios. Después del 11 de septiembre de 2001 y de la guerra contra Irak hemos de abandonar algunas de las premisas habituales.



1. La ilusión de una globalización trilateral: El tipo de flujos económicos, tecnológicos, comunicacionales y políticos hacía pensar durante los años noventa que la globalización efectiva estaba restringida al triángulo: Estado Unidos, Europa, Japón. Ello generó dos errores. En los países del norte, creció la ilusión de una falsa seguridad; las catástrofes mundiales parecían radicar en el Tercer Mundo, sin constituirse en problemas globales. En los países del sur hubo la impresión de que la globalización era algo que ocurría puertas afuera y no algo constitutivo de la nueva realidad nacional.



2. La ilusión de una solución nacional: La percepción de la globalización como una lucha cuasi darwinista entre estados nacionales por la supervivencia iba acompañada de una estrategia que combatía a las amenazas globales (transnacionales) por medio de respuestas nacionales. La situación de un país en la competencia internacional parecía depender de la capacidad de mantener el orden en casa y evitar el contagio de los «shocks externos».



3. La ilusión del interés nacional: Enfocar el sistema internacional desde el punto de vista del estado nacional suponía que era posible definir los intereses nacionales del país. Pero la determinación autárquica de lo nacional en distinción nítida de lo extranjero se ha vuelto obsoleta. Ahora la soberanía representa un factor compartido por distintos actores.



4. La ilusión de un sistema internacional estable: La idea de que el sistema internacional es previsible y manejable a partir de la coordinación de los estados nacionales (G-8, Grupo de Río) colapsa frente a la irrupción de nuevas instancias. El 11 septiembre anuncia la sustitución del sistema internacional de estados por una «sociedad mundial» de múltiples niveles. Diversos procesos de privatización (incluyendo el auge de las empresas multinacionales al igual que los carteles de droga y de terrorismo) alteran las capacidades de coordinación estatal.



¿Quién manda?



La reorganización de Naciones Unidas está atravesada por la pregunta básica acerca de quién manda en el mundo. Ya sabemos que, so pretexto de que no existe orden sin policía, los EEUU se han adjudicado la estrella de sheriff mundial. Pero la cuestión del poder no es un asunto tan fácil. Por cierto, en términos militares, los EEUU son la única superpotencia. No obstante, ya estamos vislumbrando que ello no es condición suficiente para ganar la paz en Irak ni para diseñar un nuevo mapamundi. Hay que tener en cuenta otras dimensiones.



En términos económicos las relaciones de poder son más complicadas, según lo indican las guerras comerciales entre los EEUU y la Unión Europea y el ascenso irresistible de China. Por ende, también tiende a ser más controvertido el significado del TLC que pretenden firmar Chile y EEUU. El valor y el alcance real del TLC dependen finalmente de un tercer ámbito: la dimensión cultural del poder.



Es el ámbito del soft power (Joseph Nye), denominación engañosa pues se trata de un dato tan duro como el número de bombas. Es el poder que emana de la credibilidad de un estado, de su capacidad de movilizar y coordinar recursos, de crear marcos de referencia colectivos para definir los problemas y señalizar las soluciones. Se trata, en suma, de la lucha por la hegemonía cultural que decide acerca de los códigos mediante los cuales la gente visualiza e interpreta su entorno. Me refiero, por ejemplo, a las claves que empleamos para evaluar si tiene lugar o no la prometida democratización de Irak o para valorar el tipo de modernización que vive América latina o para conversar acerca del futuro deseado para Chile.



Es evidente que aquí, en el ámbito de la opinión pública nacional e internacional, la cuestión del poder no tiene una respuesta unívoca. Se trata de una arena de límites móviles y de contenidos cambiantes. De ahí las dificultades en la construcción del nuevo orden mundial.



Aquí intervienen no sólo los estados nacionales y las instancias supranacionales ya existentes; también los múltiples actores internacionales (desde Greenpeace hasta Transparency International) y, desde luego, el conjunto de experiencias sociales en el ámbito local. Esta articulación entre las estructuras supranacionales y los procesos nacionales representa el desafío del Global Governance y de la reestructuración del sistema de Naciones Unidas.



Y ha sido la inteligencia de Lagos y de sus embajadores reconocer que es en esta esfera donde Chile puede incidir efectivamente. En una época tan llena de prejuicios, difamaciones y mutismos hipócritas es bueno elogiar a quien asume un conflicto sin esquivar los compromisos.



*Profesor de Ciencia Política

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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