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No quiero olvido

En realidad, la campaña orquestada por la derecha con la incalculable ayuda de los EEUU había dado muy buenos resultados en la clase media de nuestro país.


Para el golpe militar yo tenía 13 años. Esa mañana, el 11 de septiembre, mi madre nos despertó insistiendo en que nos levantáramos de la cama porque los militares se habían alzado contra el gobierno de Allende. Recuerdo que cuando fueron las elecciones yo lo único que quería era que ganara Allende porque mi papá dijo que si el salía electo nos iríamos inmediatamente del país, no fue así.



Los deseos de conocer nuevos mundos era lo más importante para esos, mis 10 años. El temor de mi madre aquella mañana no era que los militares nos iban a hacer algo malo, sino que los comunistas, quienes tenían reclutadas a todas las empleadas que trabajaban en nuestros hogares, las iban a obligar a matar a toda la familia y sólo dejar vivos a los niños/as más pequeños (yo a mis 10 años creía que era grande) que podían ser concientizados para olvidar a su familia y unirse a la causa del pueblo, que no era otra cosa que odiar a los que tenían más plata y juntarlos a todos para hacerlos una especie de esclavos.



Ese era el famoso «Plan Z». Mi familia y yo creíamos que así sería, incluso tengo recuerdos de haberlo conversado con mis hermanas mayores y llorar pensando qué pasaría con mi hermanita que sólo tenía 2 años, y que iba a crecer despreciandonos.



En realidad, la campaña orquestada por la derecha con la incalculable ayuda de los EEUU había dado muy buenos resultados en la clase media de nuestro país.



El 11 de septiembre, mi madre nos llevó a la casa de mi abuelo que era un diplomático italiano, y no nos dejó salir en 15 días. Lo único que hacíamos era escuchar la radio y jugar a las cartas.



De regreso al colegio, la mayoría estaba contenta de que los militares nos hubieran salvado, pero otras, muy pocas contaban que a su casa habían llegado a buscar a sus papás, a sus hermanos/as, a sus tíos/as y que se habían tenido que ocultar bajo la cama porque habían disparado. Esa fue toda la información que tuve, y que pronto olvidé.



Años más tarde, cuándo entré a la universidad, en plena revolución nicaragüense, empecé a saber lo que realmente había ocurrido, interrogué a mis padres, y éstos reconocieron que las cosas no habían sido tan limpias de parte de los militares, seguí interrogando a otros/as y quedé impactada. Nos habían engañado. Miles de personas habían sido asesinadas, torturadas y desaparecidas, y los comunistas malos y con «cola de ratón» no nos pensaban matar. Nos habían engañado. Cualquier excusa e invento había permitido que sí los asesinaran a ellos y a miles de otros.



A 30 años del golpe, quedan muchos que creen que el «Plan Z» era verdad. A 30 años del golpe, somos muchos los que hemos conocido la verdad y que sabemos que en otros muchos países de América Latina también ocurrió lo mismo: golpes militares y dictaduras sangrientas. A 30 años del golpe, no quiero que ningún/a niño/a sea engañado. A 30 años del golpe, no quiero que la clase media se guíe por miedos ficticios. A 30 años del golpe, no quiero que ningún país pase otra vez por lo mismo. A 30 años del golpe, quiero justicia. A 30 años del golpe, no quiero olvido.



(*) Psicóloga, Area de Ciudadanía y DDHH Corporación La Morada

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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