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Reliquias

El problema no es que González siga insistiendo en la inocencia de los sacerdotes, sino que insista descalificar la justicia terrenal, para dejar el asunto en una supuesta «justicia divina» que, por el momento, no ha tenido manifestaciones concretas como no las han tenido las cenizas de Buda.


El sábado por la noche me enteré de que las cenizas de Buda estaban de visita en Chile. Será, me dije, parte de una gira promocional, pero después supe que ese polvo es propiedad de las Naciones Unidas y ya no supe qué pensar: si la ONU hace lo mismo con otras reliquias o supuestos restos arqueológicos de otras creencias y qué carácter le da, oficialmente, las Naciones Unidas a esas cenizas.



Además, una amiga, que parece sintonizar si no con el budismo, sí con las disciplinas orientales, me aseguró que esa reliquia desprendía, en forma evidente, una «energía» de la que no pude menos que dudar y, casi, reírme.



Era una conversación en medio de un cumpleaños, tarde ya, que derivó en cuestiones profundas. Uno diría que esa es la peor ocasión para tratar esos temas -tomándose un vino, parando la oreja por los diálogos vecinos, calibrando la música y qué se yo-, pero como no existen otros momentos, como en general es en esos ambientes donde uno termina hablando de temas así, deduje que era el sitio y momento más adecuado para hacer gala de mi escepticismo.



En resumen, dije que unas cenizas, de las que dudaba, además, que fuesen del buen gordo Buda, mal podían emitir una «energía» particular, pero que aceptaba que en torno a ellas podría generarse una «energía» o un ambiente especial, por el especial estado en que podrían encontrarse los presentes debido a la fe de esas personas. Una suerte de excitación movida por la credulidad, como sucedió hace años Villa Alemana por las supuestas apariciones de la Virgen que no fueron más que un montaje de la CNI, en tiempos en que era Ministro Secretario General de Gobierno el catolicísimo Francisco Javier Cuadra. Y, de nuevo, recuerdo, a profesoras y alumnas de la Escuela de periodismo de la Universidad Católica fletando buses para ir a ver a la Virgen y terminando en el oculista por tanto mirar al sol.



En todo caso, yo creía que los budistas eran otra cosa: medio contemplativos, prescindentes de las formas, y desapegados de, por ejemplo, las reliquias. Tal vez sean así, y la procesión mundial de las cenizas de Buda, con su correspondiente carnaval, sea más bien el fruto de los nuevos adherentes, una suerte de neo-budistas, como hay neo-comunistas, neo-liberales y tantas otras categorías que aparecidos.



Hace varios años, en la primera mitad de la década de 1990, cuando trabajaba en el programa El Mirador, de TVN -el programa que murió, que se acabó, pero que igual ese canal va a mantener en el aire, poniéndole ese nombre a otro producto (esto ya lo escribí hace unos meses)-, tuve la suerte de viajar a Roma para grabar reliquias católicas. Fue sorprendente, por decir algo que no hiera a los católicos.



Vi unos trozos de madera que dicen son de la cruz en que fue crucificado Cristo; unas espinas de la corona que, dice la leyenda, se incrustaron en la cabeza de Jesús; un par de los clavos con que se asegura fue crucificado; un trozo de la columna de mármol en que habría sido amarrado para ser azotado; las cadenas con fue amarrado San Pedro; y, por sobre todo, una cámara en una iglesia que guardaba cientos de reliquias: trozos ínfimos de telas, de pelo, una uña, o cosas así que se señalaba era de tal o cual santo. Todos esos objetos, francamente, despiertan una razonable duda sobre su origen y el cartel que ostentan. Pero como en el creer no hay nada vedado, lo más significativo me pareció la gente que iba rendir culto a esos objetos.



Hoy, cuando nuevamente se ha relanzado la polémica sobre el cura Tato, justamente por el fallo de primera instancia que lo condena a 12 años de prisión, habría que reflexionar en el poder que ante un creyente ostenta un sacerdote, y del agravante que ese poder significa cuando el religioso abusa de él. Y, por lo mismo, son doblemente graves las declaraciones del obispo de Punta Arenas, Tomás González, con relación a los dos curas de su diócesis acusados de abusos sexuales contra menores. El problema no es que González siga insistiendo en la inocencia de los sacerdotes, sino que insista descalificar la justicia terrenal, para dejar el asunto en una supuesta «justicia divina» que, por el momento, no ha tenido manifestaciones concretas como no las han tenido las cenizas de Buda.





* Jefe de Prensa de Radio Bío Bío de Santiago.



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