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Los nuevos líderes y la política


La primera característica que debe tener un chileno para ingresar en política, es decir, para convertirse en un nuevo líder, es tener plata. Con ello debe pagar mucho, pero antes que nada debe ser bello. Debe vestirse con un diseñador personal y si es flaco debe criar músculos. Por ningún motivo, puede ser gordo: en los años 2000 es preferible que se piense que el político tiene SIDA a que sea gordo. La gordura es la peor lacra para nuestra clase política, por lo que gimnasios, endocrinólogos y cirujanos plásticos cuentan cada vez con más pacientes «con vocación de servicio público».



En esta ardua tarea han entrado a la fama los cirujanos especialistas en byepasses gástricos y otras técnicas para disminuir el tamaño del estómago. Ya con cuerpos estilizados decorados a la moda, se arreglan las caras y el peinado ocupando los labios un rol muy importante. Los labios carnosos y rojos harán más famosas a las damas en sus cargos de representación popular. Los peluqueros destacados, que reciben tributos de la prensa, los hacen aparecer más jóvenes, «casual», flexibles o, incluso inteligentes. Esto último rara vez lo logran. En materia de neuronas: Lo que natura non dat, salamanca non prestat.



Como algunos no logran ser bellos ni flacos, aparentan que son diferentes y que no les interesa la forma. En ese papel profundizan sus rostros hoscos, sus ceños fruncidos y sus miradas amargas y sólo se basan en la fuerza y prepotencia que les da el dinero, poniéndolo sin pudor encima de la mesa, golpeándola y trasmitiendo con desprecio que lo lograron a base de su inteligencia superior. Ninguno recuerda el capital social que los ayudó en sus logros, ni el origen de éste, que generalmente se debe a sus padres o al uso que han hecho de la política en sus negocios.



Con estos elementos, los nuevos líderes van a las elecciones, porque son fácilmente digitados por los dueños de los partidos políticos y se basan en las redes que arman sus operadores, quienes, desde cargos públicos, invierten los recursos fiscales en una estrategia comunicacional permanente, tanto para los líderes como para sí mismos con el fin de lograr la perpetuidad. La externalización de estudios a consultoras fantasmas es la gran herramienta de triangulación, que les permitirá armarse de un capital, pagar favores o dar una buena vida a los adeptos más cercanos y obsecuentes. La inversión en imagen es cara y por ella es legítimo hasta falsificar estudios y encuestas nacionales de temas álgidos para la sociedad. El pretexto es que los otros también lo hacen y que no se puede entregar el poder por el alto costo que ha tenido lograr esta democracia. Democracia nueva y muy ajena al gobierno de las mayorías. Fenómeno que Eduardo Galeano define en una frase: en la época de las dictaduras militares se quemaban los libros subversivos, en la era de la democracia se queman los libros de contabilidad.



Las comunicaciones ocupan por tanto, el lugar de honor en la farándula política, las más altas autoridades se juegan por la aparición en los primeros diez minutos de los noticieros y los equipos de relaciones públicas constituyen sus asesores principales. Todos hacen «gestos» y se envían «señales» y una frase saca a la otra como entre personajes tales como Argandoña, Yerkopuchento o Italo Passalacqua. No importa lo que se diga, la cuestión es aparecer.



La cultura y el conocimiento no son patrimonio de gran parte de los nuevos líderes. Algunos jamás han leído un libro, salvo un bestseller en vacaciones, pero pese a ello se les ubica en cargos vitales para el manejo del país. Pueden ocupar cualquier cargo, independientemente del título, muchas veces comprado, y del área de especialidad. Los nombres se repiten hasta la saciedad.



Se supone que en cualquier lugar pueden hacerlo bien, ya que el contenido básico que se les exige es su lealtad al régimen, su habilidad para la recolección y su capacidad «política», que es como la fuerza madre de todo conocimiento. Pero «política» para ellos significa asegurar el triunfo en las elecciones siguientes y terminan una para comenzar la otra sin dejar un minuto el celular que mantienen colgado, usando tiempo, energía y recursos públicos en pagar favores, tapar errores y negociar. Los parlamentarios corren de un lado a otro tratando de permanecer el mínimo de tiempo en el Congreso y el mínimo de tiempo sentados en los lugares donde confeccionan las leyes que rigen nuestros destinos, dedicando la mayor parte de su tiempo al lobby y a las comunicaciones. Parlamentario que no aparece en TV no existe. Toda esta actividad febril se realiza al «servicio de la gente», pero el que se permite criticar las orientaciones centrales que nos rigen es condenado al ostracismo y la exclusión.



En un país guiado por el libre mercado, los nuevos líderes están en el derecho de montar el negocio que se les ocurra, pero es agotador que crean que las grandes mayorías aún nos tragamos la letanía del servicio público y que, guiados por el microclima autocomplaciente que los rodea, crean que les rendimos pleitesía.



No somos escuchados, no tenemos canales de expresión, carecemos de redes sociales y sindicatos, pero nuestro silencio es temporal y el conocimiento se acumula, ya que por más que defiendan la imagen pública, los humildes que los rodean son testigos de todas sus acciones. Carecemos de la fuerza para hacer una defensa activa de nuestros derechos y nuestros recursos, pero se protesta pasivamente a través del alejamiento de lo que actualmente se ha dado en llamar política.



Según un estudio de FLACSO, el 31% de los chilenos de más de 18 años no está participando en los comicios electorales. Hay 2,1 millones de personas que no están inscritas y un millón que está optando por la abstención o los votos nulo y blanco. Cerca de un 70% de los jóvenes no está inscrito y la tendencia es que cada vez se inscriban menos.



Muchos de los que votan lo hacen por disciplina o costumbre y, la gran mayoría, por miedo a las multas. No por otra cosa el Congreso ha rechazado la propuesta de eliminar el voto obligatorio, situación en que muy pocos votarían.



Ya casi nadie vota porque mantenga una esperanza. Es difícil esperar un cambio cuando no hay debate de ideas, no se sabe quién representa qué y la nominación de candidatos se hace de manera confidencial sin que nadie pueda entender las razones de una selección. La gente que vota podría no votar y nada cambiaría. Los nuevos líderes seguirían con su negocio.



Dejémoslos con lo que llaman política, pero no permitamos que también nos roben la esperanza. Busquemos formas alternativas de organización y reivindiquemos la Política por la que tantos chilenos han dado su vida.





*Patricia Santa Lucía es periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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