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Hasbún, el Cardenal y el mal humor del Clero


El presbítero Raúl Hasbún envió una carta de protesta a TVN por la parodia que se hace de él en un programa de esa estación. La airada reacción del cura me trajo a la memoria inmediatamente las declaraciones desabridas que la sátira del cardenal Errázuriz en The Clinic, gatillaron algunos meses atrás.



La carta reproduce fielmente el tono de las protestas que se escucharon en esa ocasión: «No se caricaturiza a personalidades, como se pretende, sino que se las difama y deforma», «la ridiculización que se hace de ellas tiene por objeto ofenderlas groseramente».



Con todo, hay algo de verdad en estas palabras. Toda parodia es de un modo u otro una pedrada disparada al centro del poder. La sátira tiene el poder corrosivo de diluir las pretensiones del prestigio y del poder, esa pompa ampulosa de la que se reviste la autoridad -ya sea civil o eclesial- y que nos hace creer en su distancia sobrenatural. El chiste tiene algo de subversivo en cuanto deja al poderoso en cueros. Porque así en pelotas, mirándonos unos a otros miserables y ridículos, cobramos conciencia de lo frágil de nuestra existencia.



El inveterado mal humor de nuestro clero adquiere entonces mucho sentido. El gesto adusto y el verbo belicoso, fueron el síntoma inequívoco del malestar con que los hombres de iglesia, formados en el espíritu militante de la Contrarreforma, habrían de experimentar el desplome del viejo orden católico colonial y la irrupción de un mundo nuevo y revolucionario.



Sociedad inspirada por «los apóstoles del Diablo» como solía decir Hilario Fernández uno de los curas más combativos de las luchas religiosas que sacudieron a Chile durante las últimas dos décadas del siglo XIX y que, amenazante desde el púlpito, subyugaba a sus fieles recurriendo a los meandros de la violencia simbólica representada por la ira de Dios y las metáforas del fuego y la condenación eternas.



Juan Rafael Allende, talentoso dibujante cómico de la época, inmortalizó al cura Fernández en una caricatura de 1884 en que sapos y culebras salen de su boca durante la prédica, mientras Jesús, la Virgen y todos los santos huyen despavoridos a sus espaldas.



Los meritorios trabajos de Maximiliano Salinas Campos han rescatado estas y otras viñetas para la posteridad y han mostrado que la literatura satírica anticlerical llegó a convertirse en un género bastante popular en las últimas dos décadas del XIX. Dejan en claro además la osadía, impensada para la época, de dibujantes y poetas populares.



Impensado digo, para un lector contemporáneo acostumbrado a la moralina que reina en Chile desde la larga noche de la dictadura militar. Lo inquietante, entonces, es que los dibujos de Allende y las coplas y versos de un Daniel Meneses o una Rosa Araneda nos parezcan tan osados. No puedo dejar de sonreír al escuchar las quejas de nuestros hombres de Dios por estas sátiras que palidecen en comparación con el tono ácido y corrosivo de estos centenarios dibujos.



Si bien una constante, lo inquietante es el excesivo miramiento que el mal humor de nuestro clero recibe en los más diversos sectores.



Un buen ejemplo es la Ultima Tentación de Cristo. El fallo de la Suprema representa el corolario de éste fenómeno: de mal utilizar la ley para proteger la susceptibilidad extrema de un grupo, no mediando interés legítimo o daño real a terceros.



La extrema mortificación que a los muy susceptibles pueda causarle una cierta forma de presentar al Cristo cohabita con las reacciones de aprobación, de morbo o incluso de indiferencia.



Si además de la reacción escandalizada, es posible el reposo e incluso la aprobación desenfadada ¿Por qué el Estado debería privilegiar una por sobre las restantes?. Sería fútil exhortar a nuestros clérigos a reír en vez de rabiar, pero es muy recomendable tener menos miramientos con el malhumor cuando se viste de púrpura.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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