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El riesgoso incentivo a la especulación, tras proyecto de reforma a la LGUC


La historia económica reciente, según la describe Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001 y ex vicepresidente del Banco Mundial (El malestar en la globalización, Ed. Taurus, 2003), se ha caracterizado por la violenta repetición de los ciclos a la baja del sistema capitalista internacional, con un saldo horroroso de quiebras, endeudamiento de los Estados, violencia callejera, elevado desempleo y miseria para un alto porcentaje de la población.



Detrás de estas crisis sucesivas, de tan alto impacto mundial en los últimos años, está la desregulación de los mercados de capitales que ha impuesto el Fondo Monetario Internacional a las naciones subdesarrolladas o en proceso de desarrollo. Ello permite el ingreso a un país de grandes flujos de dinero foráneo, habilitándolos para ser retirados en el corto plazo, sin importar las consecuencias sobre la economía nacional. Al quedar escasos de circulante, los mercados internos colapsan y sobreviene la catástrofe económica.



Es siempre el Estado -señala Stiglitz- el que debe hacer frente al descontento, la violencia y las deudas sembradas en todas partes, no obstante que la responsabilidad del endeudamiento se origina en el sector privado. Al proceder de esa forma, las deudas de unos pocos son asumidas por toda la ciudadanía. Fue concretamente el caso de Chile, en la gravísima crisis de 1981-85, que se inició en el sector bancario (culminando en la nacionalización de la mayoría de los bancos privados), el de la crisis del Sudeste Asiático y de la gigantesca crisis de Rusia en 1997, de la cual todavía esa gran nación no se recupera y hay escasas posibilidades de que lo pueda lograr.



Papel de la especulación inmobiliaria



Stiglitz y otros analistas señalan que en estas colosales catástrofes han jugado un papel crucial los especuladores inmobiliarios. De hecho, esta clase de negocios es la fuente de inmensas fortunas privadas, las que tienen su contraparte en la extrema pobreza que dejan como resultado de su pernicioso accionar.



El modelo clásico que ponen en marcha los especuladores inmobiliarios es ejercer intensa presión (lobbies de discutible legalidad) para el sorpresivo cambio de uso de suelo dentro del territorio urbano y la anexión a la ciudad de amplios y determinados paños rurales. Todo ello produce el enriquecimiento súbito de quienes comparten el secreto de los cambios que vienen en la urbe, aunque no se construya nada sobre esos suelos. Basta el cambio legal de uso y ya las garantías bancarias se elevan, pudiéndose optar a nuevos recursos frescos para emprender nuevas tareas del mismo carácter especulativo (con frecuencia especulación bursátil o simplemente, cuando las cosas se complican, el agente apuesta contra la moneda del país, comprando dólares baratos).



La especulación y el mercado de capitales



La liberalidad del mercado de capitales impuesta por el FMI tiene un rol esencial en estos procesos especulativos inmobiliarios. Los agentes ingresan dólares, invierten en tierras, elevan sus ganancias con el cambio de uso de suelo, reclutan a socios locales que se adjudican parcelas del negocio asumiendo grandes deudas, y , convertidos los especuladores afuerinos en acreedores, se disponen a salirse convirtiendo la moneda nacional a dólares, los cuales retiran del sistema rumbo a paraísos financieros (bancos off shore).



En el intertanto, han presionado paralelamente para que la moneda nacional se sostenga, lo que usualmente logran cuando el Banco Central entra a regular el precio de la divisa largando dólares al mercado. En ese período los especuladores rescatan silenciosamente sus fondos convertidos a dólares y los sacan del país.



Dejan listas así las condiciones propicias para el estallido de una crisis económica a gran escala. La bomba está armada. Caen las ventas del comercio por falta de circulante. Se agota la capacidad de créditos de consumo que usa la gente (dinero plástico). Los productores y exportadores nacionales se debilitan por la baratura del dólar. Aumentan los despidos y la precarización del trabajo se hace mayor, contrayéndose, por el temor, los gastos de las familias. Aumenta la cartera vencida en los bancos y éstos se ven obligados a ejecutar las garantías. Vienen los remates a todo nivel. Sobreviene la paralización de la economía y crece la desesperación de los más desprotegidos. Quiebran empresas, incluyendo las constructoras; caen finalmente los bancos.



Será el Estado, por supuesto, el que tendrá que afrontar las graves consecuencias. El FMI se encargará de que la economía se ajuste, que suban las tasas de interés, que se controle la inflación y que las deudas a los acreedores (especuladores) internacionales sean pagadas. ¿Quién paga cuando sobrevienen las quiebras y la cesantía? Obviamente, todos los ciudadanos, empobrecidos a raíz de esta calculada operación que se origina en el sector inmobiliario.



Stiglitz advierte a Chile de un desastre



El modelo especulativo operaría como pez en el agua en el Chile actual, gracias a la liberalización del mercado de capitales que se le ha impuesto brutalmente al país, con plena complacencia del gobierno de Lagos. Hablando del TLC de EE.UU. con Chile, Stiglitz nos ha advertido recientemente (artículo en New York Times, reproducido en el medio colombiano Semana.com) sobre este peligro: «El acuerdo (TLC) con Chile -dice el premio Nobel- limitó la capacidad de dicho país para restringir el ingreso de dinero especulativo y sin control (los llamados capitales golondrina, ese dinero que puede entrar y salir de un país de un momento para otro)».



«Chile sabía de los efectos potencialmente desestabilizadores que traen esos flujos de dinero y los había gravado con un impuesto a comienzos de los 90. Esa restricción le permitió crecer a una impresionante tasa del 7 por ciento anual durante los primeros años de la década pasada. Ello gracias a que, a diferencia de muchos de sus vecinos latinoamericanos, Chile nunca tuvo que lidiar últimamente con el desorden económico creado por capitales que súbitamente llegaban y con igual brusquedad salían».



«Las exigencias de liberalización del mercado de capitales impuestas a Chile ocultan en su seno enormes riesgos para la economía de este país que podrían llevarlo al desastre». Hasta ahí el reciente comentario y advertencia de Stiglitz a nuestra patria. ¿Necesitamos más para ponernos en guardia y proceder a desarticular la especulación, denunciándola donde aparezca?



Liberalidad extrema del suelo



El proyecto de ley presentado por el Ejecutivo para la modificación de la LGUC ofrece condiciones ideales al especulador, pues prácticamente desaparecen las regulaciones de los planos urbanos existentes y toda carga punitiva cierta sobre los desarrolladores inmobiliarios. Permite y promueve la especulación sobre todo el suelo nacional, sometido a las aprobaciones de funcionarios de turno en el Minvu y sus secretarías regionales, pero sin que se indiquen en parte alguna las formas de obligar a quienes construyan a cumplir con las externalidades negativas que generen. Por otra parte, la obvia vulnerabilidad de tales funcionarios a la corrupción se prestaría a los manejos subterráneos que caracterizan el actuar de los especuladores.



Por este camino las factibilidades financieras de nuevos proyectos se tornan muy posibles, pues se abaratan mucho los costos definitivos, y quienes especulan con el suelo pueden aspirar a nuevos préstamos para otras operaciones. Sin necesidad de construir nada. Sólo aprovechando el dinero virtual así nacido. El camino, pues, queda despejado para el crecimiento de una burbuja de endeudamiento interno y con el exterior que amenazará gravemente la salud de la economía chilena.



Si consideramos esta iniciativa del Ejecutivo dentro del gran marco de la liberalización del mercado de capitales a que se refiere Stiglitz, naturalmente, se establece una sospechosa coincidencia que no nos puede dejar indiferentes. El proceso de estudios de la así llamada «Reforma Urbana» coincide en el tiempo -Ä„es exactamente paralela!-, a las tratativas del TLC con EE.UU. que han sido hace poco ultimadas, con el ingrediente de una peligrosa apertura del mercado de capitales.



El suelo de Chile, ergo, de aprobarse esta liquidación a la LGUC, amenaza con ser objeto de una escalada especulativa con capitales foráneos sin precedentes. Ello puede terminar en una debacle también inconmensurable, de la que sólo el Estado podrá sacarnos afrontando el pago a los acreedores con un costo social monstruoso (Ä„no olvidemos 1981-85, con tasas de cesantía de 25% y caída del PIB en 19%!). Ese pago podría contemplar incluso la obligada venta de Codelco a privados extranjeros, apetecido trofeo que bien podría estar en las miras estratégicas de los círculos financieros internacionales.



Patricio Tupper es historiador, museólogo y publicista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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