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Nepotismo, incesto, promiscuidad y endogamia


El diputado del Partido Renovación Nacional, Nicolás Monckeberg, y su primo, el Secretario General de la misma organización, Cristián Monckeberg, han dibujado con torpeza el mapa del nepotismo en nuestro país. Han descubierto terribles relaciones de parentesco entre el cajero de una sucursal del BancoEstado de Punta Arenas y el jardinero de la empleada del Presidente de la República, ése, es sólo un ejemplo de otras tantas relaciones atroces entre el ejercicio del poder y la repartija de pegas públicas. Sin duda, han dado a conocer estos corruptos contubernios de consanguinidad y trabajo, confiados en que la estupidez afecta a más del 50 % de la población (lo que puede ser, pero sólo hasta las 12:00 A. M.).



Si pensamos que Chile, en tamaño y número de población, es algo así como el excremento de una pulga en una sábana tipo king, no es difícil concluir que los parientes, amigos, vecinos o ex compañeros de cualquier cosa, se andan encontrando día por medio en diferentes actividades sociales o laborales, precisamente, dada las dimensiones de casa tipo social que tiene el mercado del trabajo, público y privado, y su entorno más inmediato. No es sorprendente, por tanto, que los lazos de consanguinidad o afinidad existan en la administración pública como también en la empresa privada. Al mismo tiempo, haciendo un somero análisis de la denuncia de los primos, claro resulta concluir que más que nepotismo, lo que ahí se refleja es una de las manifestaciones de la trama que nuestra elite construye en este pequeño país.



Cuando Chile daba sus primeros pasos como República y la aristocracia local conducía todo y no debía darle explicaciones a nadie, muchos menos a los rotos, a quienes, por lo demás, ni siquiera les correspondía participar de la generación de sus autoridades, los antepasados de nuestros primos, parte integrante del mundo de patrones y de damas de vinosos apellidos, se reproducían entre sí, logrando acrecentar fortunas, repartirse riquezas y territorios. La administración pública, entonces, estaba copada por otros tantos parientes que con una mano manejaban el fundo y con la otra firmaban decretos. Uno que otro pariente medio tarado, como diría Fernando Villegas, era ubicado en algún cargo diplomático que para la época, al parecer, requería menos capacidades.



Al otro lado de la calle, en sus negocios, fundos y empresas el panorama no era muy distinto, la prosperidad tenía apellidos limitados y repetitivos; y avanzadas las décadas y los siglos, la verdad, no hemos cambiado mucho. En pocas palabras, nuestras elites siempre se han comportado exactamente igual: el mundo privado y el público, en determinadas esferas, está cruzado por una serie de relaciones que dan cuenta de estos vínculos incestuosos, promiscuos y endogámicos y, al respecto, la clase política es quizás la más clara manifestación de ello. Al margen de lo paradojal que resulta ver a los primos Monckeberg en estas prácticas denunciativas, la Concertación y la derecha comparten un entramado de vínculos personales que no deja de sorprender y aumentar conforme los nuevos retoños de estas familias alcanzan la edad de enlazarse, hecho que perpetúa la mezcla de sangres y colores de banderas que permitirá que los gobiernos puedan cambiar de signo pero no de extracción.



Así entonces, parece que los primos han caído en una confusión conceptual que, además, les puede hacer salir trasquilados, pues si hacemos un pequeño esfuerzo genealógico, podríamos llegar a concluir que nuestros denunciantes, muy probablemente, estarán emparentados con las máximas autoridades de Chile, con los accionistas de alguna empresa estratégica, con algún miembro de la jerarquía católica, con un representante del mundo militar, del mundo académico y un largo etc. Si me permiten la licencia, en latín sería algo así como nil novi sub sole (nada nuevo bajo el sol).



Patricio Córdova Rojas, ex presidente nacional de la Juventud Radical Socialdemócrata (pcordovar@hotmail.com).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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