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Editorial: Balotaje y reciclaje político


La elección presidencial del domingo pasado trajo al escenario político la convicción de la necesidad de someter el sistema electoral a una reingeniería democrática, y al Servicio Electoral a un reciclaje que le devuelva agilidad y lo ponga a tono con la alta voluntad de participación ciudadana que existe en el país.



En lo netamente electoral, las cifras mostraron una inesperada vitalidad de la Concertación en materia parlamentaria, que no fue prevista en los sondeos de opinión, y tampoco fue captada previamente por su comando presidencial. En las cuentas finales, Michelle Bachelet sacó un cinco por ciento menos de votos que el total de lo obtenido por la coalición de gobierno en las parlamentarias. Es decir, justo lo que necesitaba para ganar en primera vuelta.



La decisión de Bachelet de tener en el balotaje como emblemas a los diputados y senadores concertacionistas que obtuvieron altas votaciones, enmienda de manera implícita su error de tomar distancia de la contienda parlamentaria en los meses previos. El exceso de celo de su comando de no "contaminarla" con disputas interpartidarias acerca de los cupos para el Congreso, terminó por alejarla de sus parlamentarios, y sembró la idea de que la Concertación tenía candidata pero no tenía liderazgo político. En ese titubeo, Bachelet perdió contacto con parte importante del mundo social de su coalición, y debilitó una de sus mayores ventajas: su cercanía con la gente.



Constatado el error, surge también una propuesta política más nítida en su programa: la reforma urgente del sistema binominal. Algo que ha sido siempre un elemento discursivo en la Concertación pero que hoy se vive con extremo dramatismo dada la suerte corrida por importantes líderes de la Democracia Cristiana. Aún ganando holgadamente en votos, la mayoría oficialista se ha visto licuada por el sistema binominal, y los resultados finales simulan un empate o equilibrio con la derecha.



Es previsible que la plena normalidad democrática instalada en el país transforme a la segunda vuelta electoral en una instancia cada vez más recurrida y normal de nuestra institucionalidad política, tanto para los partidos políticos como para la ciudadanía. Sin embargo, el sistema binominal tiende a situar los resultados electorales en bloques polares llenos de rencillas internas, conjuras y traiciones.



Desconoce los matices y los principios de la representación popular proporcional, también necesarios para dar una fluidez honesta y transparente a las alianzas electorales, propias de sistemas plurales con segunda vuelta presidencial. Si ello no se enmienda, tarde o temprano el chaqueteo político, la negociación artera, el pago secreto, o simplemente el poder del dinero, terminarán distorsionando un mecanismo hecho para formar gobiernos de mayoría coherentes, estables y confiables para la ciudadanía.



Por otro lado, los "servicios electorales" cumplen una función esencial en la capacidad de convocatoria que el sistema político tiene de los ciudadanos. En Chile, el Servicio Electoral ha funcionado adecuadamente en varios aspectos esenciales, como la transparencia en el proceso electoral y la eficiencia y certidumbre en sus resultados, pero -cada vez más- ha fallado en la imprescindible preocupación por hacer del ejercicio de votar un acto digno y amable hacia el ciudadano. Locales inhóspitos y un sistema antediluviano y autoritario, que se sostiene solo en la fe, convicción y abnegación cívicas de una ciudadanía a la que le gusta el rito de la democracia, pueden llegar a saturar y ahuyentar a los votantes de las urnas.


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