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Editorial: Izurieta Ferrer y un problema de doctrina


Los juicios emitidos por el comandante en jefe del Ejército, Óscar Izurieta Ferrer, en el funeral de Augusto Pinochet implican un vistoso retroceso doctrinario del Ejército en contra de los valores republicanos sobre el comportamiento militar en democracia, trabajosamente recuperados por la institución luego de que el ex dictador dejara el máximo cargo en esa rama castrense.



Lo más grave de sus palabras fue que se pronunciaron de manera imprudente y a mansalva frente a oficiales, soldados y cadetes, en la Escuela Militar, en medio de una tensa emocionalidad y como una justificación política del grave quebrantamiento institucional de 1973 y sus secuelas de destrucción y muerte.



Su referencia exculpatoria, además de la ambigüedad y valor relativo atribuido a las violaciones a los derechos humanos, al calificarlas como "el aspecto más controvertido" del gobierno de Pinochet, generan la preocupación de que el actual jefe del Ejército esté cautivo de una visión instrumental sobre la democracia, propia de la guerra fría a la cual hizo alusión en su intervención.



En tales circunstancias de mando, no son de extrañar las palabras del nieto de Pinochet, capitán en ejercicio activo, las que no pueden sólo atribuirse al dolor de la pérdida de un ser querido o al rencor por las manifestaciones de los adversarios de su abuelo, sino que también -lo más grave- a una bien asentada convicción ideológica, producto de una formación militar deficiente.



Resulta esencial que frente a tales hechos haya una decisión rectificatoria de lo ocurrido, que garantice, en primer lugar y de manera efectiva, el sometimiento de las instituciones militares a los valores republicanos y al respeto de las reglas de obediencia, no deliberancia y apoliticismo, en cualquier situación o circunstancia. Principalmente, porque la autocontención es uno de los principales requerimientos y virtudes para un soldado en el ejercicio del mando militar.



Por otro lado, es necesario poner término al fetichismo acrítico y de mal gusto de exaltar pretendidos aportes teóricos o doctrinarios del fallecido dictador. La formación militar es un asunto lo suficientemente serio como para que quede entregado al azar o la autorregulación.



Independientemente de los hechos por los cuales se encontraba procesado al momento de morir (entre ellos, por corrupción administrativa), Augusto Pinochet fue un oficial mediocre, cuyas ocurrencias carecen de impacto real en el pensamiento estratégico del país o de su institución, excepto como obstáculos al desarrollo. En materia tecnológica, por ejemplo, una de sus obsesiones fue el cohete Rayo, un arma obsoleta en la que se gastaron muchas decenas de millones de dólares y que fue un total fracaso. Ni siquiera el propio Ejército quiso comprarlo a Famae.



En términos de modernización y logística integral, ideó el nunca desarrollado Plan Alcázar, que jamás pudo explicar claramente, mientras la corrupción de exportaciones ilegales de armas y financieras clandestinas corroía parte de la institución castrense.



El general Izurieta Ferrer debería tener muy claro, más allá de declaraciones de intenciones, que su responsabilidad pública no es rescatar el pensamiento teórico de Pinochet ni "evaluar al gobierno militar", tampoco "justipreciar" la labor de gobernante del fallecido dictador. Su labor es continuar y profundizar eficientemente los desarrollos doctrinarios republicanos y técnicos de su rama, sin pronunciarse sobre temas que no le competen.

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