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Cuando las elites tiemblan


Cada día que pasa cuesta más comprarse el cuento de que desaparecieron las clases sociales y que hoy la sociedad chilena constituye una unidad, cuya permeabilidad permite los ascensos y descensos que la fortuna o empeño les asigna a sus integrantes.



Nuestro triste record de desigualdad en la distribución del ingreso es una de los aspectos que a diario nos recuerda nuestro subdesarrollo y división social en que vivimos. No cabe dudas que los que erradicaron de sus convicciones y suprimieron de sus discursos la realidad clasista de nuestra sociedad, son los afortunados que usaron y usan sus responsabilidades políticas de gobierno para incorporarse a la elite social que, a su vez, configuran los poderes fácticos que realmente profitan del crecimiento (no desarrollo) económico y del boom actual del cobre.



Por ello, no es de extrañar la trama de relaciones sociales y de negocios que se ha generado en esta época de post dictadura y que en momentos cruciales y específicos se proyectan a la actividad política. Ejemplos hay muchos, como la ley express para salvar a un partido político que había inscrito mal a sus candidatos o los acuerdos de defensa corporativa ante situaciones de dudosa moralidad denunciadas o cuando se trata de salvaguardar la honra de personas de su ámbito, entre otras.



De ahí, que ya no sea motivo de asombro que algunos honorables se sientan llamados a legislar, rápidamente, para proteger «la intimidad de las personas», eufemismo para ocultar que se busca proteger la intimidad de la elite social, proveniente del mundo de los negocios, la política o de la farándula.



Su preocupación es dudosa, cuando sabemos que nunca se preocuparon de defender la privacidad o intimidad de Gemita Bueno, de la Geisha chilena o las mujeres y hombres de las poblaciones que no sólo les invaden sus espacios privados las policías, sino también la prensa, que luego los exhibe en sus medios para escarnio nacional y alimentar el morbo de una sociedad que se busca anestesiar. Para ellos la privacidad e intimidad no existe o no importa.



El revuelo surge cuando alguien de la farándula, símbolo de la dictadura, es mostrada en fotografías haciendo contorsionismo erótico con un «amigo» en su mejora de Miami. El cartuchismo hipócrita de la elite explota y tocan arrebato por la violación de la intimidad, no digamos familiar, por supuesto. Pero, ¿entienden estos próceres, voceros ofendidos, dónde comienza y termina la intimidad o privacidad de los actores públicos?.



¿Pueden reclamar derecho a privacidad los que ganan millones ventilando sus amoríos furtivos, relaciones de pareja, contando sus peleas, llorando ante las cámaras por cualquier alcahuetería mundana o exhibiendo a sus pequeños hijos por una suculenta paga? Es como si Mónica Lewinsky saliera ahora a reclamar derecho de intimidad, luego de ganar millones contando en colores sus relaciones con el Presidente Clinton.



Si el caso de las fotos eróticas de la ex Miss, que asistió casi desnuda a la premier del pasado Festival de Viña, es el motivo que mueve a algunos alzarse en Honorables cancerberos de la moral, éstos debieran reflexionar, primero, si se vulnera la vida privada de las personas sólo cuando no están cobrando por la publicidad asociada, porque cuando es lo contrario lo hacen muy a gusto y callan prudentemente, ¿o no?



Pareciera que se olvidaron de la inteligente filtración a la prensa de fotos, años atrás, en el mismo escenario, obviamente no tan eróticas porque era con un anciano, cuyo único ruido que generó fue direccionado hacia la consumación de un matrimonio de «puro amor» con el ex presidente argentino, que conmovió hasta las lágrimas a nuestra sociedad.



La verdad, pareciera que el episodio comentado es sólo pretexto para proteger y protegerse los muchos personajes públicos, integrados sociales y conductual mente por el doble estándar en que viven y actúan, que hoy ven en la audacia y profesionalismo de los paparazzis autóctonos un peligro latente de quedar también piluchos ante la opinión pública.



Preferimos ver a nuestros Honorables preocupados de los problemas de país, con miradas de estadistas, que estudian y legislan para horizontes que trascienden a las generaciones actuales y no de las banalidades de la farándula criolla.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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