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PS: la política de los acertijos


No existe en la Concertación un partido con más carga psicológica ni más rincones doctrinarios que el Partido Socialista. Se nota a la hora de las decisiones o al encarar sus responsabilidades de gobierno. Su nicho electoral histórico, siempre entre un 11% y un 15 %, poco dice de su trascendencia en la política nacional. Dos Presidentes y medio, todos importantes, aunque por diversos motivos: Salvador Allende, Michelle Bachelet y medio Ricardo Lagos. Mucho militante muerto por la dictadura, y la encarnación viva del mal político como parte de sus filas: Carlos Altamirano. Todo mezclado en una orgánica difusa y contaminada de burocratismo, que recibe activistas políticos de diferentes orígenes, en corrientes internas casi imposibles de compatibilizar en una tienda política. Es el carácter nacional del PS, sostienen algunos dirigentes.



Tal vez el PS no sea el principal soporte político del gobierno, pero sin duda es el más vistoso. Luce de manera impúdica ante la opinión pública sus críticas a la conducción de La Moneda encabezada por una militante socialista. Fue el primer partido de la coalición en iniciar, por boca de su presidente Camilo Escalona, la carrera presidencial para suceder a la actual mandataria, a pocos meses de que ella asumiera. Sus voceros declaran su lealtad irrestricta al gobierno, pero apoyan las marchas de la CUT y algunos de sus parlamentarios se especializan en torpedear iniciativas gubernamentales.



Su estado actual es de fluidas divisiones internas y nuevas alianzas. Parte de la «renovación» encabezada por Ricardo Núñez y Marcelo Schilling se juntó a la «nueva izquierda» de Camilo Escalona y al «tercerismo» de Ricardo Solari, y con otros grupos pequeños le quitaron el partido a Gonzalo Martner, ex «renovación» (tendencia Arrate), luego ex «nueva Izquierda» (con apoyo de Escalona) y originalmente ex MIR. Este hecho inauguró lo que para la oposición partidaria es una mesa «monocorde», aunque en realidad corresponde al llamado tronco histórico o parte importante de él.



La oposición se agrupa en torno a Jaime Gazmuri, Isabel Allende, Carlos Ominami y el defenestrado Martner, la mayoría de ellos de la «renovación», casi todos provenientes del Mapu o del MIR y amparados en la Fundación Chile XXI que preside Ominami. Ellos desarrollan una crítica permanente a la gestión económica del gobierno, que acusan de ser manipulada desde el grupo Expansiva, y apoyan la candidatura de Ricardo Lagos (no todos). Los grupos pequeños, alrededor de un 15% del total del partido, no tienen ni incidencia ideológica ni calado orgánico para jugar un papel prominente.



Actualmente el PS en un partido de estructura y conducción burocrática, con un vínculo clientelar en el Estado. El pensamiento propiamente socialista es producto de núcleos aislados, y no de una acción colectiva. La parte más mediática corre por cuenta de los parlamentarios, los que constituyen un contingente de caudillos regionales o locales, con una cuota de poder dentro del partido.



Con un congreso programado para marzo de 2008 y una elección de nuevas autoridades el mes siguiente, el conjunto de grupos y tendencias ya está en plena actividad. Lo que más los mueve es la definición del candidato presidencial. Para incidir, dicen los grupos, hay que posicionarse respecto de las elecciones municipales del 2008; y para eso es indispensable ganar las internas partidarias e influir en la lista de candidatos. Es decir, todo se retrotrae al presente, a una medición de poder y a la especulación de quién es el mejor candidato presidencial para volver a derrotar a la derecha. El PS no espera nada más de este gobierno, aunque no lo diga, excepto que no siga metiendo la pata hasta hacer imposible un nuevo triunfo de la Concertación.



Esta agrupación política, que más parece un barrio lleno de chismes dentro de un territorio virtual donde conviven las más distintas tendencias, tiene el valor de lo simbólico para la izquierda de Chile. Y es juzgado como tal. A usar esa imagen especula gente como Alejandro Navarro o Jorge Arrate, poniendo una nota de suspenso en cuanto a una candidatura presidencial alternativa, pero con exigua claridad programática y siempre por fuera del partido.



Al parecer, el imaginario presidencial socialista fue ya capturado por José Miguel Insulza. El estilo directo y amiguero del «panzer», que fue presidente regional metropolitano del PS antes de ser canciller de Frei, ha borrado su pasado Mapu. «Es un verdadero socialista», según viejos militantes. Aunque siempre ronda la percepción, al menos en la elite ilustrada del partido, de que su corazón está con la gente que conoció en esa bomba de racimo política que fue la «patria joven» DC de los años 60. Más allá incluso de la cristalización posterior de parte de ella como Mapu. Con ellos Insulza se siente a sus anchas. Jaime Estevez, Jaime Gazmuri, Oscar Guillermo Garreton, Enrique Correa, Carlos Montes, Luis Maira y un amplísimo número de altos funcionarios del Estado, muchos de los cuales el ayudó a consagrar. El tronco común de la «patria joven» ha sido siempre un buen antídoto frente al tronco histórico socialista. Y es un club de poder sin ideologías, apto para los trances políticos del presente.



Lagos no es querido en el PS. Su tibio y tardío ingreso al partido y su clara opción por el PPD lo dejan como un segundo mejor en el partido, pese a la voluntad de algunos de que se repita el plato. El tema central es Insulza, quien siempre ha sido un candidato a destiempo, y ha manifestado un enorme temor a competir electoralmente. Pudo perfectamente haber elegido una senaturía y prefirió irse a la OEA. Alguna vez fue un tapado, pero le ganaron las encuestas. Y hoy es posible que Lagos le tape el sol. Entonces, pese a ser una buena carta y tener el apoyo mayoritario de su partido, puede ser que la duda y la distancia lo maten, aunque, como en el bolero, él no conciba esa razón.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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