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Saber perder

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Robert Funk
Por : Robert Funk PhD en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
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Y así fue con una Concertación que creó una clase media aspiracional, pero no supo cómo hablarle; que se formó en base a una izquierda renovada y no se dio cuenta cuando la derecha hizo lo mismo; que venció los fantasmas de Allende sin darse cuenta que la derecha enterró a Pinochet hace tiempo.


Los resultados del domingo le presentan a la Concertación un sinnúmero de desafíos, empezando por lo existencialista. La manera en que enfrenta esos desafíos se tendrá que basar en qué hace en los próximos meses. En otras palabras, después de 20 años en el poder, la Concertación tendrá que decidir si quiere ganar en el futuro, y para eso, tiene que saber perder. Hay que saber dejar el poder, y hay que saber entregar el poder. Hay que reconocer lo logrado, y no hundirse en la autocomplacencia. Hay que reconocer por qué se perdió, y usar lo aprendido para comenzar la reconstrucción.

Una cosa es saber cómo perder. Otra cosa es saber cuando. Si uno compara la experiencia de la Concertación con otros partidos o coaliciones que han perdido elecciones después de largo períodos en el poder, uno se da cuenta que generalmente estos pierden después de haberse quedado demasiado tiempo. Pierden cuando han perdido toda popularidad, cuando están inundadas en corrupción, y muchas veces después de alguna crisis económica que ha manifestado la incapacidad del gobierno de turno de cumplir con los más básicos de sus compromisos y responsabilidades. Cuando esto le ocurrió a los Partidos Conservadores de Canadá y el Reino Unido, ambos se demoraron diez años o más en regresar al poder (en el Reino Unido, aún no llega).

Y así fue con una Concertación que creó una clase media aspiracional, pero no supo cómo hablarle; que se formó en base a una izquierda renovada y no se dio cuenta cuando la derecha hizo lo mismo; que venció los fantasmas de Allende sin darse cuenta que la derecha enterró a Pinochet hace tiempo.

Pero para la Concertación no es un mal momento para perder. Deja el poder con una Presidenta que no podría ser más popular. Tiene un récord de gestión económica que es inédito en la historia de la república. Logró reestablecer el estado de derecho, instalar la verdad y el respeto por los derechos humanos, insertar Chile en la economía mundial y profundizar la protección social. En 1990, ninguna de estas cosas estaban garantizadas, pero más aún, en 2010, los chilenos siguen reconociendo estos logros.

Sin embargo, es precisamente por lo anterior que, a pesar de que realizaron una campaña electoral muy superior a la de la Concertación, se puede considerar que la Coalición por el Cambio no ganó la elección –la Concertación la perdió. Con los activos políticos y económicos de la Concertación, podrían haber –deben haber– ganado. No lo hicieron.

Aquí nos recordamos de otra experiencia británica, más antigua y dramática que la de Thatcher o Blair. En 1945, después de haber entregado su energía y sacrificado su salud para ganar la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill se encontraba en la cúspide de su carrera política. Pero el electorado británico lo mandó a la casa. Evaluó –correctamente – que las ideas e ideologías de Churchill pertenecían a otra época histórica, y que con el fin de la Guerra se aproximaba una nueva etapa. El mismo éxito de Churchill provocó su caída.

Y así fue con una Concertación que creó una clase media aspiracional, pero no supo cómo hablarle; que se formó en base a una izquierda renovada y no se dio cuenta cuando la derecha hizo lo mismo; que venció los fantasmas de Allende sin darse cuenta que la derecha enterró a Pinochet hace tiempo. Lo bueno es que tienen cuatro años para contemplar. Lo malo, es que si cuatro años es poco para gobernar, es muy poco para renovar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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