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De cómo nuestro máximo ensayista no da pie con bola


De los muchos problemas que ejercitaron mi temeraria perspicacia en años recientes, ninguno tan atorrante –tan rigurosamente atorrante, diré– como la periódica reaparición de absurdos garabatos gramaticales pergeñados por la desplumada pluma del plúmbeo plumífero Gregorio Martínez.

Hace unos días, un lector de este blog que suele enviar mensajes con la singular firma de Pirulo (una raya más al tigre de nuestro absurdo diario), nos hizo notar que Gregorio Martínez había publicado en un blog un texto (uno de esos «ensayos» que en el Perú merecen premios al intelecto) titulado El diccionario no tiene pichula.

(Para los lectores extranjeros: «pichula» es uno dentro de la miríada de términos que los diversos dialectos del español han acuñado para referirse al órgano sexual masculino, términos sobre los cuales escribiera con más maravilla que Martínez y más cátedra que Gregorio el gran Guillermo Cabrera Infante varias décadas atrás).

El ensayo de chascarrillo de Martínez se reducía a lo siguiente: denunciar que, presumiblemente por pacatería, la Real Academia Española (que él mal llama Real Academia de la Lengua) no incluía en «el diccionario oficial de la institución» una entrada explicativa para la palabra «pichula».

El comentarista, Pirulo, por supuesto, faltaba más, hacía notar de inmediato que tal entrada sí existe, pero el comentario original con dicha observación, enviado al blog donde apareció el galimatías de Martínez, fue vetado (práctica extensa entre quienes dicen la piedra y esconden la epiglotis).

Ahora, dado que la observación se ha hecho pública por otros medios (entre ellos, claro, el comentario enviado a mi blog), Martínez la responde. Pero –y aquí viene la atorrante alucinación– ¡la responde como si el autor de la crítica fuera yo!

No me interesa, obviamente, contestar tamaña tontería, tremenda paranoia, tan indominado delirio de persecución, pero sí me interesa hacer notar que cualquiera con dos dedos de frente, antes de escribir el ensayo (de chiste) que escribió Martínez, podría darse el trabajo de ir al sitio de la RAE, y comprobar, con sólo introducir la palabreja en cuestión en el buscador del diccionario (esquina superior derecha), que la misma sí está incluida, con la siguiente definición: «f. vulgar. Chile y Perú. pene».

Parece que la Academia no se hace tantos problemas con las palabras como nuestro primer ensayista.

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