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La TV llegó primero

Alejandro Führer
Por : Alejandro Führer Sociólogo de la U. de Chile y Magíster en Comunicaciones de la UDP. Coordinador del área estratégica de la Fundación Chile 21.
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El impulso y autonomía de los medios funcionó bastante mejor que el protocolo de la Onemi. Las frenéticas imágenes transmitidas aún con la vibración del movimiento sísmico en el cuerpo ayudaron a las autoridades a tomar decisiones más acertadas y oportunas.


La TV lo hizo de nuevo. En apenas algunas horas después de la catástrofe, comenzó a unir los fragmentos que yacían dispersos e incomunicados a lo largo del país. Nuevamente, fue el único pegamento visual que logró reunir en una misma pantalla las imágenes dantescas de uno de los terremotos más fuertes de las últimas décadas en Chile y el mundo.

Mientras las alarmas de los autos aún no paraban de sonar, los/as periodistas y camarógrafos corrieron a los extremos del territorio nacional para “mostrar” lo que allí estaba ocurriendo. Llegaron antes que el gobierno, antes que los militares, antes que el Intendente; incluso en aquellas localidades más aisladas, llegaron antes que el propio alcalde.

[cita]Fue un relato conmovedor el que transmitía Amaro Gómez Pablo mientras exhibía a un ciudadano huyendo con cajas de leche en las manos o una lavadora automática en sus hombros.[/cita]

El impulso y autonomía de los medios funcionó bastante mejor que el protocolo de la Onemi. Las frenéticas imágenes transmitidas aún con la vibración del movimiento sísmico en el cuerpo ayudaron a las autoridades a tomar decisiones más acertadas y oportunas. Poco a poco, supimos que este terremoto no solo había afectado a las grandes ciudades, sino que también había devastado con olas gigantes una extensa zona costera del país.

En los días posteriores, la TV multiplicó los ángulos informativos y convirtió al edificio colapsado de Concepción en la postal de la furia sísmica de este terremoto, el asombro era total: una torre habitada de 15 pisos simplemente se había venido abajo. El clímax de la perturbación social fue la transmisión en vivo y en directo de los cientos de compatriotas saqueando supermercados y tiendas del comercio. Fue un relato conmovedor el que transmitía Amaro Gómez Pablo mientras exhibía a un ciudadano huyendo con cajas de leche en las manos o una lavadora automática en sus hombros.

La controvertida imagen de los militares en las calles imponiendo el toque de queda, logró convertirse en portada de todos los periódicos al otro día. Parecía una fotografía sacada del pasado, impuesta gravemente en esta enorme tragedia telúrica. Lentamente el orden público se restableció y comenzaron a aparecer las crónicas más humanas que descubrieron a héroes y heroínas en Constitución, Iloca, Dichato y otros pueblos. Un hombre acongojado levantando una bandera sucia pero entera en Pelluhue selló la unidad de imagen y emoción, de tragedia y dignidad.

El acto comunicacional con características más terapéuticas vino de la mano de Don Francisco, quien como en otras oportunidades, se concentró en producir un acontecimiento mediático de solidaridad nacional para ir en ayuda de los afectados por el terremoto. No solo logró duplicar la meta prevista, sino que pudo juntar –por algunas horas- en un fabricado set de televisión en el Teatro Teletón a políticos y empresarios, artistas y sindicatos, pobladores y jóvenes voluntarios. Creando una provisoria imagen de unidad en un país caracterizado por una profunda fragmentación social y geográfica.

Dominique Wolton dice que en la moderna sociedad de masas altamente individualizas, la TV juega un rol insustituible como vínculo social. Es principalmente esta tecnología audiovisual, localizada estelarmente al interior del hogar, la que permite unir por algunas horas lo que permanece separado en todo lo demás. En estos duros días de catástrofe y pese al acelerado avance de las tecnologías personales y digitales en nuestro país, la TV ha demostrado que conserva un poder irreemplazable a la hora de unir las emociones y esperanzas de tantos chilenos viviendo en condiciones tan disímiles y opuestas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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