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Contra el cambio climático


El nuevo libro de Martín Caparrós, Contra el cambio: un hiperviaje al apocalipsis climático (Anagrama), es un intento de inyectar algo de lucidez y sentido común al tema del cambio climático. La idea de hacer algo o no en relación a la amenaza climática tiene bandos muy fácilmente reconocibles: los que están a favor de actuar son los ecólogos, las oenegés, la izquierda progre y Al Gore; los que no, los conservadores antediluvianos y los que desconfían de la ciencia (en Estados Unidos, la mayoría del partido Republicano). Por supuesto, hay matices, pero se pierden en una discusión tan exasperada como ésta.

Caparrós desarrolla un género híbrido, a medio camino entre la tradicional crónica de investigación periodística y el ensayo convencional. El resultado es un libro atípico, que confirma al escritor argentino como la punta de lanza del gran momento que vive la no ficción en español. Escrito con una prosa elegante y juguetona, destilando humor e ironía en cada párrafo, capaz de moverse con soltura del microespacio al gran panorama, Contra el cambio convence tanto como seduce.

El proyecto de Caparrós consiste en viajar a diez lugares amenazados por el cambio climático (desde el Amazonas, donde arranca el libro, hasta la Nueva Orleans post-Katrina, pasando por, entre otros lugares, Rabat, Majuro y la Isla Zaragoza), hablar con la gente y ver cómo les afecta ese trastorno; Caparrós le agrega un tono reflexivo al viaje, y muestra que los «ecololós» (terminó burlón para designar a los ecologistas), los dirigentes y empresarios de los países más industrializados están equivocados y que, en el fondo, lo que se teme de veras es el cambio: en una batalla como ésta, la «mayor ganancia es ideológica: convencernos de que lo mejor es lo que ya tenemos, lo que estamos siempre a punto de perder si no lo conservamos». Aunque ambos están juntos desde el principio, el ensayo gana muy rápidamente su partida (los enemigos dejan flancos abiertos por todas partes) y cada capítulo puede leerse como la modulación sutil de una respuesta enfática; la crónica del viaje, sin embargo, no deja de sorprendernos hasta el final.

Para los que todavía creen que el calentamiento global es culpable de los grandes desastres de los últimos años (tsunamis, huracanes y demás), Caparrós esgrime muchos datos contundentes: por ejemplo, según la Oficina Meteorológica de Gran Bretaña, en la década que va del 1998 al 2008 la temperatura media del planeta sólo ha subido 0,07 grados centígrados. La conclusión es que el cambio climático puede ser un problema, no una catástrofe, y que son otros los verdaderos problemas de este «mundo tibio» (sobre todo, el hambre, la miseria).

Caparrós presenta perfiles entrañables de las personas con las que se topa en sus viajes y que ayudan a dar carne a su argumento: Messias, un joven amazónico obsesionado con la permacultura («observar la naturaleza para aprender de ella cómo producir alimentos sin destruirla»); Fatima, una joven en Jos (Nigeria) que ha encontrado su «lugar en el mundo» gracias a su «militancia» en una oenegé; Mariama, una mujer de Dalweye (Níger) que trabaja en un banco cerealero. Caparrós reconoce que todas esas iniciativas son bienintencionadas pero insuficientes: «no pretenden cambiar el mundo… les interesa que sea un poco mejor, un poco más vivible, un poco menos injusto, sustentable». El desastre de una sociedad no se debe a un hecho (el cambio climático, digamos) sino a la «construcción que la[] sustenta». Así, según Caparrós, el único cambio posible es uno en grande, con voluntad política, de las estructuras fundamentales de la sociedad. Mientras no exista eso, seguiremos a merced de los profetas del apocalipsis, cualquiera que éste sea.

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