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Medio Evo: Presidir sobre el pasado


Hace un par de semanas el presidente Evo Morales, promulgó la llamada Ley contra el racismo y toda forma de discriminación en Bolivia.

Poco después, el ministro de Educación, Roberto Aguilar, opinó que ciertas obras que forman parte del «patrimonio cultural» boliviano debían ser leídas en la escuela sólo bajo una «orientación» especial.

Por último, sólo unos días atrás, el viceministro de Descolonización de Bolivia, Félix Cárdenas, observó que libros como las canónicas novelas Raza de bronce, de Alcides Arguedas, y La niña de sus ojos, de Antonio Díaz Villamil, dejarían de ser parte del currículo colegial boliviano por tener contenidos racistas.

La noticia la he leído en el sitio web del diario La Prensa. Curiosamente, los comentarios en la nota están vedados porque el diario teme que publicarlos le cueste perder la licencia de funcionamiento: ocurre que la misma ley promulgada por Morales contiene, en su artículo 16, la siguiente ordenanza:

«Artículo 16. (Medios masivos de comunicación). El medio de comunicación que autorizare y publicare ideas racistas y discriminatorias será pasible de sanciones económicas y de suspensión de licencia de funcionamiento, sujeto a reglamentación».

Acaso la sola lectura de ese párrafo deja entender la paradoja de la ley: la defensa de un derecho es ejercida mediante el atropello de otro: el diario no puede publicar los comentarios porque, de ser juzgados racistas, el medio de prensa puede estar sujeto a la peor de las sanciones, la pérdida de su licencia. La consecuencia real inmediata es la anulación de toda posibilidad de debate.

Hay que notar una cosa más: si el gobierno boliviano, a través, por ahora, del mencionado viceministro, considera que Raza de bronce es un texto racista, entonces el diario La Prensa, o cualquier otro medio masivo, también estaría sujeto a sanción si publicara en sus páginas el texto mismo de la novela.

La lógica, entonces, no es la de leer estos textos con una «orientacion especial»: la lógica es vetarlos en la práctica, desaparecerlos, a pesar de que el ministro de Educación se haya referido a ellos como parte del «patrimonio cultural» boliviano.

Supongamos que algo así ocurriera en el Perú. ¿Qué textos de nuestra tradición pueden considerarse racistas? A primera mirada, no será difícil encontrar algo o bastante de eso, o al menos alegar que algo o bastante de eso existe en las obras de Ricardo Palma, José Riva Agüero, Ventura García Calderón, Enrique López Albújar o Clemente Palma, entre muchísimos otros. ¿Borrarlas de la memoria y de la tradición? ¿Desaparecerlas, vetarlas, prohibirlas o limitarlas porque expresan una mentalidad segregacionista o marginadora o alguna forma de menosprecio por la mayoría indígena?

Hace poco, en el artículo más desarticulado de los publicados en referencia al otorgamiento del Nobel a Vargas Llosa, el escritor Dante Castro lo acusó de racista, como muchos otros lo han hecho en el pasado, para escándalo de quienes preferimos ver evidencias en lugar de inventarlas. Castro no ha propuesto nunca, que yo sepa, prohibir la lectura de Vargas Llosa, eso debe quedar claro. Pero la mentalidad aparente de la nueva legislación boliviana sí lo hace… ¿Alguien imagina lo que sería la enseñanza de las letras peruanas si se vedara en ella la obra de Vargas Llosa y de los autores que mencioné antes?

De hecho, la otra declaración ridícula post-Nobel ha sido la del mismo Evo Morales, que ha repetido con su acostumbrada intolerancia su cantaleta habitual contra Vargas Llosa. ¿Será prohibido Vargas Llosa en Bolivia? ¿Será prohibido cualquiera que pueda ser acusado, con exactitud o sin ella, de racista? ¿Quién es el legislador, el comisario, el crítico universal, el árbitro que decidirá qué textos pueden publicarse y qué textos no?

Más allá de las especulaciones, elidir a Díaz Villamil o a Alcides Arguedas de un currículo escolar boliviano (y hay que notar que el viceministro también incluyó en todo esto a la educación universitaria) es reescribir no la interpretación, sino los hechos reales de la historia de Bolivia, reprimir su pasado, deformarlo hasta el punto de hacerlo irreconocible.

No es reestructurar el canon ni reformular la percepción de la sociedad; es simplemente hacerle una ruda cirugía estética en la que, en vez de extirpar un lunar incómodo, se corta el órgano que yace debajo de él: Bolivia sí ha sido formada por ideas como las de Arguedas; nos guste o no, la terrible impronta de su darwinismo social es real, y estudiarla es la única manera de combatirla.

Mi impresión general es que la intención del gobierno boliviano es la deformación de una inclinación positiva y su conversión en una forma de represión: se debe luchar contra el racismo pero no oponiéndole censuras y autoritarismos ni promoviendo el desconocimiento del pasado y la ignorancia de la historia.

Al fin y al cabo, si alguien puede leer hoy Wuata-Wuara o Raza de bronce y creer que el desprecio y la satanización del indígena son justificables, el problema mayor no está ya más en esas novelas, sino en la mentalidad de quienes se dejen convencer por ellas. Es a esas personas a quienes hay que educar, no ocultándoles ideas que uno juzgue aberrantes, sino debatiéndolas y recusándolas.

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