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Economía universal ingobernable

Nunca en la historia los cambios económicos de esta envergadura han sido pacíficos. El sonambulismo universal, y los fraudes que se están cometiendo a sus espaldas, no es receta alguna para que esta vez sí lo sean.


Desde los inicios de la crisis en 2007, la economía mundial ha seguido cabalgando entre precipicios de desastre cada vez más profundos. Pero en vez de una reacción social transparente, estamos viviendo una época de sonambulismo universal. Se espera pacientemente el éxito de las políticas de salvataje del sistema bancario y financiero. Los costos de esta paciencia son enormes; las perspectivas de éxito nulas.

Para evitar el derrumbe de las montañas de papeles tóxicos creados en años anteriores, los estados han intervenido flagrantemente en tres frentes principales: dando liquidez o estatizando directamente a los más grandes bancos, fondos y seguros;  aceptando la estafa de atribuir “valor” a papeles comerciales que de hecho ya no tienen ninguno; y comprando bonos privados y públicos a precios completamente sobrevalorados.  Algunos bancos y empresas financieras se han quedado con buen dinero que utilizan para seguir especulando; el Estado con compromisos fiscales crecientes y un montón de papeles tóxicos sin valor alguno.

[cita]Nunca en la historia los cambios económicos de esta envergadura han sido pacíficos. El sonambulismo universal, y los fraudes que se están cometiendo a sus espaldas, no es receta alguna para que esta vez sí lo sean.[/cita]

Todo ello no ha conducido a una recuperación económica real. Los países centrales de la economía mundial permanecen en una situación de alta inestabilidad y grandes riesgos para el crecimiento, la ocupación y los ingresos. Los déficits fiscales cada día son más difíciles de financiar, y sobre los deudores se cierne una amenaza de importantes alzas de las tasas de interés, que podrían arruinar a millones de ellos. Las barreras de contención de la crisis financiera son frágiles y podrían ser rebasadas en cualquier momento.

Aparentemente, un grupo importante de economías “emergentes” estaría en mejor situación, entre ellos, las de América Latina. De hecho, ellas han sido inundadas por flujos de capital externo, evitando una contracción del crédito similar a la de los países de donde ellos provienen. La demanda de “activos seguros” ha mantenido altos los precios de las materias primas, alimentos y áreas inmobiliarias específicas. No sólo han aumentado los valores de sus exportaciones, sino también sus reservas monetarias, incluso allí donde persisten agudos déficits de cuenta corriente. Pero las bases de crecimiento y de la ocupación siguen aquí tan precarias como antes. Los bajos niveles de los ingresos de la población activa y la dependencia de la demanda interna del crédito financiado por flujos externos de capital (en los cuales el narcotráfico juega evidentemente un gran papel) exponen a estas economías a un alto riesgo de contracción si la crisis financiera de los países centrales vuelve a agudizarse, como es previsible.

En el corto plazo, la mayor amenaza para las economías “emergentes” radica en el casi seguro aumento de las tasas de interés que deberán asumir los estados de los países centrales para financiar sus déficits y refinanciar sus deudas. Muchos de esos estados están al borde de la quiebra. Aunque mejore el sistema de refinanciamiento entre los estados (para lo cual no basta el Fondo Monetario Internacional; China debería transformarse en acreedor universal, no sólo de los EE.UU.), los coletazos sobre los flujos internacionales de capital serán enormes. Mantener el actual modelo de desarrollo endeudado en los países emergentes será inviable. Inevitablemente la competencia entre estados por el capital financiero cada vez más escaso aumentará; la inversión real y con ello la actividad económica mundial se verá drásticamente reducida.

En el mediano plazo, esta situación se traducirá en políticas y reformas monetarias destinadas a desvalorizar las monedas que sirven de reserva internacional, específicamente el dólar y el euro. Los prolegómenos se están viviendo actualmente con intensidad creciente, amenazando la integridad de la zona del euro. Las rivalidades dólar-yuan son otra manifestación. En estas circunstancias, las reservas chinas podrían esfumarse antes de siquiera plantearse un actividad estabilizadora mayor de ese país en los mercados financieros internacionales. La consecuencia sería una fuerte contracción de la demanda mundial norteamericana y china –y con ello, una depresión mundial inevitable.

En el más largo plazo – y eso significa dentro de este decenio-, la economía mundial deberá sufrir alteraciones mucho más profundas de lo que la crisis financiera de EE.UU. y sus ramificaciones mundiales han hecho sentir hasta ahora. Los desafíos van desde la creación de un nuevo sistema monetario y financiero mundial, hasta la reformulación de las políticas de desarrollo. Las posibilidades de inversión financiera segura se verán drásticamente reducidas. Las deudas tóxicas harán imposible cualquier resurgimiento global del crédito. Mantener el sistema abierto de comercio mundial será tarea de titanes, donde la Organización Mundial del Comercio hará el soberano ridículo. Necesariamente, se alterará la división internacional del trabajo y se producirá una gran destrucción mundial de ingresos reales y de riqueza.

Nunca en la historia los cambios económicos de esta envergadura han sido pacíficos. El sonambulismo universal, y los fraudes que se están cometiendo a sus espaldas, no es receta alguna para que esta vez sí lo sean.  Con o sin instituciones globales, la economía mundial va directamente hacia una completa ingobernabilidad económica.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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