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Editorial: La política espectáculo

Independiente de la adhesión u oposición que concite el actual Presidente de la República, someter la figura presidencial al estrés del aplauso ciudadano constante determina de manera importante lo que se hace o no en materia gubernamental, si este, tal como ocurre actualmente se obsesiona por la popularidad. Y ello tendrá inevitablemente un impacto negativo en la calidad y solidez del gobierno.


El ensimismamiento mediático de la política nacional en torno a las encuestas de opinión resulta preocupante. En especial, porque los asuntos de gobierno ven licuada su racionalidad de temas de Estado e interés general por circunstancias de pura popularidad. Con ello,  la oportunidad política o la calidad técnica de las decisiones gubernamentales no se calibran por requerimientos de urgencia, racionalidad o méritos intrínsecos sino por la circunstancia de las aprobaciones que autoridades o personajes políticos obtienen en las encuestas.

No resulta fácil entonces predecir con anticipación los escenarios políticos, ni extraña la conducta errática de sus actores. Lo que sí es seguro es que ellos estarán cada vez más sujetos al péndulo de la popularidad,  y dependerán de campañas en las que se hace aprovechamiento exacerbado de hechos con impacto medial, que poco o nada tiene que ver con las reglas del buen gobierno y mucho con los espectáculos de masas, sin mayor permanencia en el tiempo.

El éxito de la Encuesta Evaluación de la Gestión de Gobierno, Informe Mensual, de Adimark GFK, más allá de su factura técnica, radica en haberse consagrado como el aplausómetro político por excelencia de tal escenario, que en parte no menor, construye los guiones del mismo.

[cita]Si al Presidente de la República pocos ciudadanos le creen o tienen confianza no solo en un problema que le afecte a él sino también terminará impactando la confianza y credibilidad del país.[/cita]

Uno de esos guiones es la búsqueda de la popularidad y aprobación de la persona del Presidente y los ministros, lo que se ha transformado casi en una obsesión en el accionar del actual gobierno.

Independiente de la adhesión u oposición que concite el actual Presidente de la República, someter la figura presidencial al estrés del aplauso ciudadano constante determina de manera importante lo que se hace o no en materia gubernamental, si este, tal como ocurre actualmente se obsesiona por la popularidad.  Y ello tendrá inevitablemente un impacto negativo en la calidad y solidez del gobierno, y lesionará la imagen misma de una institución tan central en el régimen político chileno como la Presidencia de la República.

Frases como “pareciera positivo que el mandatario logre estabilizar su nivel de respaldo (pues la) desaprobación continúa en aumento”  presionan en ese sentido, y depende del buen criterio de los gobernantes, en este caso el Presidente, de que no se pierdan las orientaciones de largo plazo. Si al Presidente de la República pocos ciudadanos le creen o tienen confianza no solo en un problema que le afecte a él sino también terminará impactando la confianza y credibilidad del país. Pues esa evaluación está referida a la política y la conducción del Estado y el gobierno, es decir es sobre lo público y no sobre lo privado.

De ahí que centrar los criterios es doblemente deseable, sobre todo cuando los temas de gobierno que en los trazos largos de tiempo aparecen mal evaluados forman un tandem tan poderoso como es  salud, transporte, descentralización, corrupción y delincuencia.

En ellos hay elementos estructurales de calidad de vida cotidiana y seguridad de los ciudadanos, junto con capacidad de administración política del Estado, que están desde hace tiempo en el límite de la legitimidad democrática y constituyen un desafío gubernamental de proporciones que lamentablemente no progresa en la percepción de los ciudadanos.

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