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Obama, de la inspiración al pragmatismo


Después de un breve período de descanso, la politica norteamericana volvió a la actividad la anterior semana. Por un lado, Obama lanzó su candidatura a las elecciones presidenciales del 2012; por otro, después de una larga lucha entre republicanos y demócratas, el presupuesto federal fue aprobado a último minuto cuando ya se temía una paralización total forzada de las operaciones del gobierno.
Obviamente, ambas noticias están conectadas. Obama perdió las elecciones del congreso del año pasado porque permitió que sus oponentes lo definieran como un radical de izquierda, un «socialista» defensor de un gobierno intervencionista en todas las áreas de la sociedad; la lucha por el presupuesto le permitía consolidar su movimiento hacia el centro, iniciado días después de su derrota. Las concesiones hechas al Partido Republicano le han valido críticas duras del lado progresista de su partido: sí, se mantuvo firme en el tema de la educación y en el de los fondos para la planificación familiar (que los republicanos ven como un eufemismo para financiar abortos), pero cedió en temas clave como Medicare y Medicaid, que prestan apoyo a familias de escasos recursos y a ancianos, y abandonó muy rápidamente su sueño de conectar el país a través de ferrocarrilles de alta velocidad. Al final de la agitada semana pasada, le habló al país como un negociador triunfante, un estadista que destacaba la capacidad de los partidos de ponerse de acuerdo. Una imagen dudosa, pero calculada: el presidente procuró no mezclarse en una pelea que correspondía al Congreso, porque no podía arriesgarse a ser «el perdedor». Al menos no tan evidentemente.

Barack Obama confunde a todos, y eso lo hace un político tan impredecible como peligroso: por experiencia e ideología, pertenece al ala progresista del partido Demócrata (así fue como ganó las elecciones anteriores), pero su impulso vital es el de trascender las luchas ideológicas que han desgastado a los Estados Unidos y contentar a todos. Hay días en que algunos lo ven como modelado en Clinton, pero el político sureño siempre fue centrista y sus ajustes durante su gobierno fueron vistos como naturales a él. Otros días Obama parece Ronald Reagan, por su optimismo natural y su capacidad para proyectar un Estados Unidos innovador en el futuro, capaz de seguir como líder de Occidente. Reagan, sin embargo, sí tenía una ideología, y creía que sólo a través de su imposición Estados Unidos podría mantener su liderazgo.

Obama ha abandonado la ideología progresista (entre otras cosas, continúa la guerra en Afganistán y la cárcel de Guantánamo sigue abierta) y no ha adquirido ninguna otra en su reemplazo. Toma pedazos de aquí y allá que no logran articularse en una visión, en un modelo de configuración nacional por el cual apostar. Resulta irónico que el gran líder de las elecciones pasadas, el hombre capaz de inspirar a una nación después de los años de pesadilla de Bush, termine convertido en el político pragmático por excelencia.

Para su fortuna, en la vereda del frente las amenzas aún no parecen serias. En el partido republicano no han asomado alternativas capaces de seducir al país: Sarah Palin ha perdido el fuelle, Mitt Romney luce como un burócrata sin carisma, y los demás son enanos en una batalla que requiere de gigantes para triunfar. Tal como están las cosas, Obama no tiene mucho de qué preocuparse. Excepto, claro, de su legado, más bien borroso a estas alturas, pero, si el próximo año tiene éxito, ya tendrá tiempo para aquello).

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