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Violencia y medios de comunicación: el trabajo de ayudar a comprender

Francisco Albornoz
Por : Francisco Albornoz Académico. Pontificia Universidad Católica de Chile.
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El valor del joven Peña, pero también de los otros civiles –sus imágenes están ahí, bellamente distorsionadas por el pixelado que los vuelve anónimos– contrasta con la mezquindad de los medios que se han esforzado por resaltar la figura de un héroe individual para borrar o negar el valor de una acción colectiva. El vídeo es, sobre todo, el testimonio de la acción de una comunidad.


La agresión recibida por el suboficial mayor de Carabineros, Mauricio Muñoz Núñez, ha sido profusamente comentada en los medios de comunicación. Desde el propio Presidente de la República, pasando por ministros, políticos de variado signo, columnistas, panelistas y comentaristas en prensa, radio y televisión.

Quisiera señalar, desde un comienzo, mi total rechazo a los actos que terminaron con la fractura orbital y trauma maxilar que mantienen al carabinero afectado en el hospital.

Sin embargo, la insistente repetición de la secuencia de imágenes que retratan el acontecimiento, presentadas una y otra vez en canales de televisión y sitios informativos de internet, exige un esfuerzo de análisis que se echa de menos en el estado actual del debate.

[cita]El valor del joven Peña, pero también de los otros civiles –sus imágenes están ahí, bellamente distorsionadas por el pixelado que los vuelve anónimos– contrasta con la mezquindad de los medios que se han esforzado por resaltar la figura de un héroe individual para borrar o negar el valor de una acción colectiva. El vídeo es, sobre todo, el testimonio de la acción de una comunidad.[/cita]

Reitero que no pretendo, en ningún momento, justificar el ataque violento recibido por el suboficial Muñoz Núñez, pero como ciudadano y como académico, tampoco me parece que sea lícito criminalizar a todo el movimiento social que, por estos días, se manifiesta en las calles de nuestro país. Y es, justamente en este contexto, que los medios de comunicación parecen haber renunciado –negligentemente– a la labor de interrogar a los acontecimientos para tratar de ofrecer perspectivas de compresión que vayan más allá de la reproducción de simples verdades oficiales.

Quisiera volver sobre la escena de la agresión para proponer simplemente una lista de interrogantes que surgen de ella, y que, me parece, han estado injustificadamente ausentes del debate sobre estos acontecimientos y –más importante aún– sobre su sentido y consecuencias en el contexto de la construcción de nuestra democracia.

Carabineros de Chile, en tanto fuerza policial, debiera cumplir un rol profesional en la protección del orden público, las leyes y los ciudadanos. Al mirar la escena de la agresión no puedo dejar de preguntarme qué hacen esos nueve carabineros escondidos detrás de un kiosco en la Alameda. En una manifestación ciudadana que ha reunido a alrededor de 40 mil personas, Carabineros ocupó diferentes posiciones según el rol que asumía. A lo largo de los casi dos kilómetros de avenida, los policías que no pertenecían a fuerzas especiales vigilaban desde la vereda, cuidando responsablemente de la ciudad y a la vez de su propia integridad, de espaldas al muro y sin abrir dos “flancos”, posición de debilidad que atentaba no sólo contra su propia seguridad, sino sobre todo con el rol que les correspondía cumplir. ¿Qué hacían esos carabineros detrás del kiosco?

Una vez producida la agresión, realmente lamento no haber escuchado a ni un solo comentarista preguntarse por la reacción de 7 de esos 9 profesionales de la seguridad, quienes, advertidos de su compañero herido, deciden huir en masa, dejando al suboficial en el suelo, y a un solo uniformado tratando de prestarle ayuda. La huida es aún más cobarde si consideramos que su carrera los lleva a tomar refugio y resguardo a sólo 8 o 10 metros de distancia, (se aprecia en el video que circuló en los medios) lugar desde el que pueden ver lo que sigue ocurriendo con sus colegas. ¿Esa es la actitud de nuestra policía profesional? Recuerdo que el pasado 9 de mayo, esta misma fuerza policial detuvo a 63 personas, y que todas ellas –repito, todas ellas– fueron puestas en libertad. ¿Cómo evaluamos a una policía que no es capaz de acreditar la pertinencia de sus detenciones? Recordemos que éstas fueron declaradas ilegales por la jueza María Inés Lausen. ¿Qué pasa con nuestros profesionales de la ley?

Pero esta escena de la agresión continúa desarrollándose, y los medios de comunicación operan con una extraña disociación, repitiendo discursos que, sin embargo, son desmentidos una y otra vez por las imágenes presentadas. La escena (que todos podemos volver a ver, gracias a esa nueva memoria colectiva del internet) nos muestra que la agresión comienza con pocas personas atacando a los carabineros. Muestra también cómo, desde un comienzo, ciudadanos que caminaban tranquilamente se detienen y rechazan la agresión, aunque sin intervenir en un principio. Luego, aún cuando la cámara se cierra en el carabinero caído –por cierto, sin voluntad cinematográfica, aunque no podemos obviar el valor de las mediaciones, que para algo ha servido la reflexión de las últimas 4 décadas– no pasan muchos segundos antes de que uno, dos, cuatro, más de diez ciudadanos intervengan directamente entre los agresores, para hacerlos retroceder y detener la agresión que, a esas alturas, resultaba de una cobardía insoportable.

Invito a los lectores a volver sobre el video. Las imágenes están ahí, por favor aprecien quienes son los que rescatan al carabinero herido. Quienes detienen la agresión. La inolvidable imagen del bombero José Peña tendido sobre el suboficial Muñoz, ofreciendo su propio cuerpo como escudo, refugio y protección, es poderosamente expresiva, por la manera en que sintetiza lo que estaba ocurriendo: los carabineros habían huido abandonando a sus compañeros, y eran los ciudadanos los que ejercían su derecho a manifestarse, contra la violencia de Hidroaysén y también contra la violencia de pequeños grupos descontrolados. La acción de cubrir el cuerpo no se percibe desde la cámara, pero los que estuvimos allí fuimos testigos y podemos contarla. Así también se construye la memoria de los pueblos.

El valor del joven Peña, pero también de los otros civiles –sus imágenes están ahí, bellamente distorsionadas por el pixelado que los vuelve anónimos– contrasta con la mezquindad de los medios que se han esforzado por resaltar la figura de un héroe individual para borrar o negar el valor de una acción colectiva. El vídeo es, sobre todo, el testimonio de la acción de una comunidad.

Se hace necesario volver a reflexionar sobre estos acontecimientos. Volver a leerlos, tratar de comprenderlos. Cada uno lo hará desde su propia perspectiva, pero exijamos más a los medios de comunicación, que repitiendo verdades oficiales sólo puede terminar desinformando. Por mi parte, el vídeo me hace pensar en la necesidad de que se vuelva a poner de moda decir colectivo, decir clase, decir pueblo.

Como análisis político, le recomiendo al gobierno volver a mirar la escena de la agresión para comprenderla en su complejidad, en la diversidad de actores que en ella aparece. Porque cada día parece más claro que la oposición a este gobierno, en los próximos años, no se va a llamar Concertación, la oposición a este gobierno se va a llamar ciudadanos, se va a llamar pueblo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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