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En el tiempo de las teorías conspiratorias


Hace algunos años una amiga de California me envió un enlace a un sitio en Internet dedicado a defender la teoría de que el ataque a las Torres Gemelas había sido parte de una trama secreta organizada por el vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney. Cheney, junto a Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz, dos pesos pesados de la administración de Bush, habían organizado el ataque porque necesitaban una excusa para lanzarse a una aventura imperial y hacerse de las reservas de petróleo en el mundo. Los administradores del sitio tenían teorías delirantes -las Torres no habían sido destruidas por aviones sino por bombas puestas previamente en los edificios por agentes de la CIA–, pero esgrimían pruebas científicas de ingenieros y expertos en demolición de edificios que tenían la virtud de la coherencia a una lógica interna. Todo estaba tan bien armado que no era difícil dudar de lo que el mundo había visto esa mañana del 11 de septiembre.

En Among the Truthers: A Journey Through America’s Vast Conspiracy Underground, Jonathan Kay argumenta que esas teorías conspiratorias son parte de las «consecuencias cognitivas del 11 de septiembre». Las teorías conspiratorias han existido siempre, pero hay momentos en que su peso social se intensifica: una guerra, una crisis económica, un ataque terrorista pueden poner en duda el proyecto racional en que se fundan el edificio de Occidente. Que hace poco haya habido una campaña muy seria acerca de la verdadera nacionalidad de Barack Obama, que sugería que el presidente de los Estados Unidos es en realidad un musulmán nacido en Indonesia, un terrorista infiltrado, muestra que el trauma psíquico del 11 de septiembre todavía no ha sido reparado.

Kay sugiere que todas las teorías conspiratorias modernas descienden de lo ocurrido en torno a los Protocolos de los Sabios de Zion. En 1897, se llevó a cabo en Suiza el primer congreso sionista, que concluyó con un programa que pedía el establecimiento de un hogar para los judíos en Palestina. Para desacreditar este proyecto, un grupo de antisemitas zaristas inventó los Protocolos, un documento secreto que habría sido escrito durante ese congreso y que era un plan de los judíos para apoderarse del mundo. Los Protocolos fueron publicados en 1919, y dieron lugar a que se disparara el antisemitismo en Europa; tanto Hitler como otros criminales de guerra fueron inspirados por los Protocolos a actuar contra los judíos.

Los Protocolos condensan todos los males del mundo en una sola fuente de poder. Los sabios judíos de ese documento son hipercompetentes, ambiciosos, malignos y están enquistados en las altas esferas de los gobiernos. De la misma manera, muchas de las nuevas teorías conspiratorias apuntan a que existe hoy una metaconspiración de las élites del mundo, destinada a esclavizar a la gente: aquí se juntan Kissinger con Cheney, Halliburton, el grupo Bilderberg, Mossad, la CIA, el FMI, George Soros, etc. Los febriles teóricos de la conspiración dicen que si la gente no reacciona es porque está dopada con fluorido –una «neorotoxina letal» que se los gobiernos ponen en el agua- y otros agentes químicos inyectados en nuestro cuerpo a través de vacunas (ordenadas, por supuesto, por el gobierno).

Para Kay, estas teorías pueden ser descabelladas, pero conviene tomarlas en serio porque los «habitos mentales» que las sostienen se han vuelto parte fundamental del paisaje: son muchos los que desconfían del gobierno, están alienados de las formas tradicionales de la política, y mezclan ideas seculares con un discurso religioso apocalíptico. Es cierto que algunas conspiraciones han ocurrido de verdad (Watergate), y que algunos gobiernos han manipulado incidentes para sostener causas dudosas -desde la guerra de Vietnam hasta las armas nucleares de Saddam Hussein–, pero eso no debería llevarnos a concluir que detrás de cada acto hay una conspiración. Kay termina el libro con algunos consejos optimistas y algo ingenuos para desterrar de una vez por todas la mentalidad conspiratoria. Si hubiera sido consistente con el argumento de su libro, habría tenido que decir que los teóricos de la conspiración están tan seguros de su verdad que cualquier argumento en su contra -el libro de Kay, por ejemplo- será utilizado como prueba fehaciente de que hay una conspiración en las altas asferas.

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